miércoles, 28 de julio de 2010

LITO CASTILLO - LA EMBAJADA ESTA TOMADA-Cuento y Video

Por: Ezequiel Castillo Savinovich
(Fragmentos tomados del libro "Cuentos payas y poemas subterraneos". Incluye fotos y video al final)

M.Cueva, J.-Moscol, E. Castillo, C. Ramirez, C. Quiroz
En Lima, recordando viejos tiempos
















LA EMBAJADA ESTA TOMADA (fragmento)

La Plata 1966

“Amaos los unos a los otros y a tu prójimo como a ti mismo” - recordaba desde el púlpito dorado el sacerdote de la elegante aunque pequeña iglesia. Era un mediodía de otoño platense. Las calles vacías como todos los domingos a esa hora estaban cubiertas por el lado de sus veredas por hojas amarillas que caían de los árboles y volaban empujadas por el viento.

Ruidos de cascos rompieron el silencio con un trote monótono. Briosos caballos venían por la Diagonal 80 derramando de vez en cuando su bosta sobre el asfalto impecable. Montaban los corceles, hombres de mirada vacía. Se detuvieron cerca de dos autos patrulla y un camión celular frente a la iglesia San Ponciano. Un grupo de asalto tomó ubicación en lugares estratégicos

Dentro del templo, Julián estaba ubicado como solía hacerlo en la iglesia San José de Jesús María a la entrada de la nave principal. Al observar el movimiento desplegado por las fuerzas del orden, avisó con un discreto codazo a su amigo sobre el operativo que se realizaba fuera del templo. Félix levantó los hombros con gesto indiferente.

Las palabras del cura durante el sermón se fueron haciendo cada vez más firmes: “Hermanos, la violencia engendra violencia. En estos últimos tiempos hemos observado atentados que van contra nuestra sociedad occidental y cristiana. Estos actos deben ser rechazados por todos nosotros porque ofenden a Dios. Existen grupos organizados que pretenden destruir el orden establecido. Nuestro país es tradicionalmente católico y no debemos permitir se nos trate de imponer ideas extranjerizantes”.

-¿Ves? Ya te das cuenta por qué no quería venir a misa- le dijo Félix a Julián. Toda la vida es la misma vaina- terminó diciendo acercándosele al oído.
- No seas hereje- le contestó Julián demostrando su incomodidad.
- Tú todavía eres un chiquillo. Algún día te vas a convencer.
Los feligreses de la última fila voltearon con gesto adusto en señal de desaprobación. Por su parte, el sacerdote terminaba la misa con un: “Podéis ir en paz”.
El despliegue policial no llamó la atención de los asistentes en un inicio, ya que era rutinario observar a la Policía Federal en las calles como medida preventiva de manifestaciones públicas de estudiantes y obreros. Sin embargo la alarma empezó cuando se vio a los agentes llevar a rastras a un hombre hacia el camión celular. Julián se detuvo a observar y de pronto sintió que una mano férrea lo tomaba del brazo y, otra como una garra, lo impactaba en la nuca. Quiso protestar, pero un varazo en las costillas le hizo sentir que le faltaba el aire. Prácticamente fue aventado al camión. La gente observaba y murmuraba entre dientes. Alguien preguntó qué estaba sucediendo al teniente de caballería encargado del operativo.
- Unos jijunas peruanos o bolivianos o qué sé yo iban a ocupar la iglesia- respondió secamente.
Minutos más tarde, la gente abordó sus automóviles perdiéndose por las diagonales y calles adyacentes. La ciudad parecía nuevamente vacía. Sólo quedaba el ruido lejano del ulular de las sirenas y las huellas formadas por hileras de boñiga.

LA PREOCUPACIÓN DE FELIX

Félix cruzó la Plaza Rocha tratando de ordenar el revoltijo de ideas que cruzaba por su mente. De vez en cuando miraba hacia atrás sintiendo la extraña sensación de que era seguido. En un kiosco pidió Colorados con filtro y se sentó en una de las bancas bajo la sombra de los enormes árboles. Respiró profundamente y empezó a analizar los hechos. Todo había sido demasiado rápido. Luego de ver cómo se llevaban a Julián, prácticamente quedó paralizado. Trató de discurrir si fue por miedo o por efecto de la sorpresa. Se sintió mal al evaluar la primera posibilidad. Pensó en lo sucedido en San Ponciano, no encontrando explicación a la detención de un joven tranquilo como Julián. Ya le habían dicho sus amigos incluso alguna vez cuando lo trataron, que parecía medio cojudo. Al no encontrar respuesta a sus cavilaciones, fijó una mirada vaga sobre el parque que fue llenándose de niños jugando a la pelota. Luego de aspirar lo último que le quedaba del cigarrillo, soltó una cadena de volutas de humo que se elevaron hacia un cielo profundamente azul con un resplandor solar que le hizo agachar la cabeza y apagar el cigarrillo o lo que quedaba de él, pisándolo fuertemente contra el suelo. Reinició su marcha por la avenida 7 hacia la salida de la ciudad con un deseo enorme de comunicarse con alguien. Caminaba con las manos en los bolsillos y la mirada en el suelo. Sólo la levantó al escuchar los sonidos inconfundibles de un patrullero que circulaba a gran velocidad. Al llegar a la casa, introdujo la mano por la malla rota abriendo el pestillo de la puerta. Traspuso la poblada maleza que cubría lo que alguna vez fue un jardín exterior. El vetusto portón comunicaba por un pasadizo al patio rodeado por innumerables habitaciones. Justo al frente y a la vista de quien ingresara alguien había escrito: “Bienvenidos a Sierra Maestra”.

La casona era un reducto de estudiantes pobres. Por razones que se desconocían había pasado de mano en mano con el transcurso del tiempo y nadie reclamaba la propiedad, albergando desde hacía ya bastante tiempo a muchos peruanos de escasos recursos y por lo general con una estancia crónica en el país.
El sol proyectaba tímidamente sus rayos sobre el patio mientras un grupo de jóvenes sentados en sillas desvencijadas algunos y en el suelo otros, tomaban mate con facturas, versión platense del croissant francés, que frecuentemente sacaban de apuro a más de un estudiante, por lo baratos y deliciosos.
- Corriendo la coneja- dijo Félix a modo de saludo.
Con señas le indicaron que se callara. Escuchaban con atención el informativo de Radio Provincia que propalaba la noticia que él venía a comentarles. "Al mediodía – decía el noticiero- ha sido detenido por la Policía federal un grupo de sediciosos, en su mayoría extranjeros, que se aprestaban a tomar la iglesia San Ponciano con fines inconfesables... ”.
-¿Quieres un amargo?- le dijo Miguel Castro, alcanzándole el mate sin azúcar.
- Amargo vengo yo- contestó Félix recibiendo la infusión.
Al terminar el noticiero, todos querían comentar lo sucedido. La información había roto la monotonía de ese día y empezaron a especular.
- Deben ser tus patas los troskos – dijo uno alborotándole el pelo al “Chino” Collantes.
- Puede ser- contestó éste- pero con seguridad no son los bolches. Esos lo único que saben es hacer paseítos a parque Pereyra. Sarta de maricas.
- Estuve en San Ponciano y lo vi todo- interrumpió Félix.
Todos lo miraron.
- Han detenido a mi primo Julián y a otros recién llegados.
Miguel dio un último sorbo al mate sin espuma e incorporándose dijo:
- Parece que la cosa está jodida. Hay que reunirse. Avisen a los demás.

UN COMISARIO QUE SE LAS TRAE
El teniente de la Policía Federal ingresó con aire de triunfo a la oficina del comisario. Se cuadró marcialmente mientras comunicaba que la información recibida sobre los sediciosos que pretendían ocupar la iglesia había sido positiva y que se procedió a la captura del grupo subversivo extranjero.
-¿Cuántos son? –preguntó el comisario apagando lentamente un cigarrillo.
- Son nueve, señor- contestó el teniente.
- Que pasen – ordenó el comisario pasando la mano por sus tupidos bigotes.
Nueve hombres jóvenes ingresaron al recinto. El comisario adoptó una expresión de sorpresa, escudriñando al mismo tiempo el rostro del oficial.
-¿Así que éstos son los terroristas? – dijo prendiendo un nuevo cigarrillo.
Su antigua tos de fumador, quintosa y asfixiante, aumentó la tensión del ambiente.
- Disculpemé, señor comisario- se oyó una voz con acento salteño- pero aquí debe haber una equivocación.
- Callate peruanito, que aquí las preguntas las hago yo, ¿Entendés?
- Pero escuchemé, aquí todo el mundo habla de los extranjeros. ¿Y yo que tengo que ver? Soy argentino.
-¿De dónde sos vos? – preguntó el comisario.
- De Berisso. Bueno soy salteño, pero hace años vivo en Berisso.
- ¿Y por qué te metiste a tomar la iglesia?
- Ma qué iglesia, jefe. Hace años que no piso la iglesia. Por el laburo, sabe. Esto me pasó por curioso. Cuando vi el despelote me acerqué. ¿Qué sé yo? Pensé que era una pelea callejera y a mí el boxeo me encanta. Me agarraron, me molieron a palos y aquí me tiene.
- Está bien, está bien- se calmó el comisario. Tómeles sus datos y después veremos. Usted teniente no se vaya. Quiero hablarle.
Una vez solos, el comisario fijó detenidamente la mirada en su subalterno. Su cuerpo recostado sobre el viejo sillón reclinable denotaba cansancio. Cansancio de todos esos años vividos tras ese escritorio. Su experiencia le había enseñado a distinguir claramente al delincuente. El bisoño oficial en cambio, ascendido hacía muy poco, era un hombre para su concepto encuadrado dentro de los reglamentos y su celo, tal vez en demasía, le hacía cometer frecuentes errores.
- Decime Cacho- le dijo mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa- ¿Vos sos boludo o querés joderme el hígado?
El teniente lo miraba pálido y sin comprender.
- Hacés un despelote por el asunto de la iglesia y... ¿Qué me traés? Imberbes. Pibes, imberbes. Eso es lo que son. No cagan a nadie, viejo. Fijate si tienen antecedentes y terminá este asunto. Soltalos o, si querés, mandalos a su país, pero en mi comisaría no los quiero.
Se hizo un pequeño silencio que fue roto por el roce de una cerilla en la bota del viejo oficial que ya prendía un nuevo cigarrillo.
- Che, una pregunta- le dijo en tono conciliador- ¿Cómo supiste que eran peruanos?
- Por sus rasgos antropológicos, señor- contestó el teniente con gesto de sabiduría.
- ¡Sos un hijo de puta, che!- exclamó el viejo y gordo comisario, seguida la expresión con una carcajada.
- Ojalá te de un cáncer en el culo- masculló el teniente, retirándose a cumplir las órdenes.

LAS PERIPECIAS DEL QUIJOTE
Al salir del Comedor Universitario, Enrique se abotonó el gabán y cubrió el cuello con las solapas. El cambio brusco de temperatura, entre la calefacción que brindaba el comedor y el viento frío de la intemperie, era su peor enemigo. Sin embargo se detuvo unos minutos a escuchar al grupo de compatriotas que conversaban sobre la detención de los compañeros. Sabían que eran peruanos y las últimas informaciones que se habían podido filtrar eran que se encontraban en Seguridad del Estado y que el cónsul había quedado en averiguar los motivos. Sacó de su bolsillo una manzana y la limpió sobre la manga de su abrigo hasta hacerla brillar. Le dio luego un mordisco y se fue caminando hacia la calle 1 con rumbo a su pensión frente a la estación del Ferrocarril Roca. Todo parecía normal. Gente que salía de la terminal del tren con paso apretado, los negocios atendiendo y hasta la calesa turística apostada en la esquina de siempre. De pronto un hombre se detuvo en medio de la calle, sacando volantes de su abrigo que arrojó al aire al tiempo que gritaba ¡Abajo la dictadura! De los cafés de la estación y de los restaurantes de todas las esquinas aparecieron hombres y mujeres agrupándose y marchando en manifestación enarbolando gritos y estribillos contra el gobierno. Enrique los vio alejarse por la Diagonal 80 casi con indiferencia. "La política me tiene sin cuidado", respondía siempre que lo invitaban a participar. Recogió por curiosidad un volante que se metió en el bolsillo. Prosiguiendo su camino, sintió un fuerte ruido de sirenas de patrulleros que se desplazaban hacia el mitin. Ingresó a su habitación, colgó el gabán sacando previamente el volante y se dirigió a la amplia ventana desde donde se podían ver las vías que comunicaban La Plata con todas las ciudades y poblados hasta Capital Federal. Leyó el documento casi con aburrimiento, sintiendo una leve emoción al leer la frase “exigimos la libertad de los compañeros peruanos detenidos” entre una de las peticiones que hacía la FULP (Federación de Estudiantes de la Universidad de La Plata). Las expresiones de solidaridad de cualquier tipo siempre lo emocionaban. Encendió la radio y trató de reposar. Unos minutos después sintió que corrían por el pasadizo de entrada y tocaban a su puerta. Al abrir, vio a Félix agitado.
-¿Qué pasa, compadre?- preguntó.
Félix le hizo señas que esperara, ingresando al pequeño departamento y recostándose sobre un sofá. Enrique se sentó sobre la mesa de estudio.
-Nos han sacado la mierda- dijo Félix con voz entrecortada. Esas bestias han estado peor que nunca. Parece que les hubieran dado a tragar pólvora. La puta que los parió.
-¿De donde vienes? –preguntó Enrique.
- De la manifestación de la FULP. Están deteniendo a todos los dirigentes. Se meten a las casas sin ninguna explicación. La Federación hizo una manifestación de protesta y los cosacos nos cayeron con todo. A mí me persiguieron por el Colegio Nacional y me subí al auto de un profesor que partía en esos momentos. Felizmente era gauchito y me dejo cerca de aquí. En esta semana ya van dos veces que me salvo.
- Eso te pasa por meterte en cojudeces- le recriminó Enrique. ¿Cuál fue la otra?
- La de la iglesia. La de San Ponciano. Lo acompañé al chiquillo Julián a misa. El cura vio a varios peruanos afuera y se asustó. Parece que fue él, quien llamó a la policía. Tú sabes que es una iglesia de pitucos. El pobre Julián pagó los platos rotos sin saber ni pío de estas vainas. Puta, qué salado. Ya estamos viendo la forma que salgan en libertad. Vamos a hablar con el Embajador. A ver si nos acompañas. Pobre chiquillo.

Enrique lo miraba con atención. Mientras hablaba, no pudo evitar disfrazarlo mentalmente con una armadura poniéndole barba a su cara enjuta y lanza en ristre.
- Te falta sólo el Rocinante- le dijo.
-¿Qué?- preguntó Félix sin comprender
- Nada cumpa. Voy a preparar un mate- contestó Enrique.

DE CÓMO CAER EN SEGURIDAD DEL ESTADO POR IR A MISA
El celular se detuvo frente al Cuartel General de 1 y 60.
- Traemos detenidos- dijo el conductor, alcanzándole el parte al custodio.
El soldado tomó los documentos y los revisó detenidamente, mientras otro soldado a su lado, soltaba el seguro de su fusil ametrallador como medida de precaución. El encargado de la identificación hizo una señal y la puerta se abrió dejando ingresar al camión de la policía federal. En el documento que aún tenía en sus manos, se consignaba que nueve sediciosos habían sido capturados cuando intentaban ocupar la iglesia San Ponciano y eran enviados a seguridad del Estado para las investigaciones correspondientes, con el agravante de ser elementos extranjeros.
Por una pequeña ventanilla de apretado enmallado, Julián pudo observar parcialmente el interior del cuartel, con pabellones separados por zonas de césped. El camión se detuvo en un edificio diferente a los demás. Ingresaron por un pasadizo y fueron introducidos en una habitación inmensa de techo muy alto, donde se observaba un tragaluz. Del cielo raso pendía un foco de alto voltaje. Como detalle, los camastros de cemento emergían de las paredes, sin colchón, como para morder pulmones. En el rincón, al fondo, se podía ver otra habitación, con urinario y dos letrinas. Unas treinta personas ocupaban el lugar entre estudiantes y obreros detenidos, según después se enteraron, en manifestaciones políticas de protesta.

La puerta de hierro se cerró con un sonido sordo.
Buscaron una esquina vacía y permanecieron callados durante un tiempo largo, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos.
La voz del salteño rompió el silencio.
- Che – les dijo- ¿Pero qué carajo iban a hacer ustedes? Miren que debe ser una cosa grave, porque la pipeta, éstos no están jugando eh... según creo, aquí traen a los que joroban al gobierno.
Luego de una pausa continuó:
- Pero che ¿Cómo se les ocurre hacer estas macanas? ¿Y ahora? La tristeza en colores, estamos todos jodidos; pero en fin, que va ser, hay que ponerle buena cara. ¿No les parece muchachos?
Luego dirigiéndose a Julián preguntó.
- ¿Es lindo Perú, che?
Este asintió con la cabeza.
- ¿Saben muchachos? A mí, en el laburo me dicen El Morocho. Cómo a Gardel ¿vieron? Discúlpenme que no pare de hablar pero les juro que me comen los nervios, me comen. Ya regreso, pibes, voy a echarme un meo.
- Parece buena gente, ¿no? – Comentó Julián, por decir algo, a otro estudiante que estaba a su lado.
- Si, pero no hay que confiarse. ¿De dónde eres?
- De Chiclayo. Mejor dicho, de Olmos.
- Tenía un pata que era de allá...se llamaba...espérate...apellidaba Aldana..., sí Aldana...su viejo trabajó en Casagrande. Yo soy de allí.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó Julián.
- Manuel, Manuel Carranza. Llámame Mañuco, nomás.
- ¿Hace tiempo que estás acá?
- Recién llegué el año pasado ¿Y tú?
- Hace poquito que vine. Estoy en Medicina.
- Yo estudio Agronomía- dijo Manuel. ¿Qué edad tienes?
- En septiembre cumplo diecisiete- respondió Julián.
- Pucha, que bien mocoso has venido.
- ¿Y esas patillas?- le preguntó.
- Son para impresionar a las hembritas- contestó Manuel pasándose las dos manos por la cara.
- Yo voy a dejarme la barba- dijo Julián.
- A ver ¿qué barba? Pucha, si eres recontra lampiño. Tu cara parece poto de bebe.
Recién rieron. Hasta ese momento habían evitado hablar de la situación que los hizo conocerse. Manuel habló de Casagrande, de sus partidos de fútbol en la hacienda, de su barrio. Le contó que ya jugaba en primera cuando sólo tenía dieciséis años y de una enamorada de Trujillo que le escribía cada quince días.
Hasta que Julián preguntó:
- ¿Por qué crees que nos han traído aquí?
- No sé manito- le dijo con más confianza Manuel- para mí que es una palta, una confusión; ¿me entiendes? Tú sabes que este es un gobierno militar y casi todos los días hay manifestaciones, toma de locales y todas esas cosas.
- Si, pero eso, ¿qué tiene que ver con nosotros? – preguntó aún más extrañado Julián.
- A eso iba. Aquí hay algunos de la colonia que les gusta la política y pienso que nos han confundido con ellos. Pero no te preocupes, ahorita se aclara la situación y nos sueltan.
- Yo también creo lo mismo- agregó Julián dándose valor. Y justo ahora que estoy viviendo donde mi primo que me armó una cama porque no tenía donde vivir.
- ¿No encontrabas pensión?
- Es que no conocía a nadie. A varios lugares que fui me negaban. Me parece porque era peruano.
- Yo también al principio pasé algo parecido. Es que no nos tienen confianza. Tú sabes que aquí viene de todo y han metido más cabeza... ¿Y tu primo tiene tiempo por acá?

- Ah sí, y es muy buena gente. Siempre habla de política. En el cuarto tiene una biblioteca llena de libros de filosofía pero estudia Arquitectura o por lo menos eso es lo que dice. Ya está varios años por acá. Seguro lo conoces. Un día llegó a la casa con sus tragos y me dijo: “He estado chupando por el exiliado más joven del Perú”. Cuando le pregunté de quién se trataba me puso un dedo sobre el pecho y me dijo: “Tú” y se echó a dormir. Otro día, cruzando el bosque en dirección al comedor universitario, vimos a un viejo en una banca que tenía una barba larga y blanca. Sacó de su morral un pedazo de pan y se lo comió, luego partió otro y le dio en el hocico a un perro que lo acompañaba. Un pedazo para él y otro para el perro. Luego se acercaron dos perros más y compartió el pan que sacaba de la bolsa. “Algún día te contaré la historia de este viejo – me dijo. Pero míralo bien, aunque todos piensen que es un loco, un linyera o mendigo, es un hombre decente. Míralo bien porque son difíciles de encontrar...” Y cosas así de raras. Ese día aproveché para preguntarle por que me había llamado exiliado. Al principio, sonrió. No me hagas caso- me dijo- tal vez con el tiempo te des cuenta y si no te das cuenta mejor. Ya no insistí. Otro día noté que quería deshacerse de mí. Me comentó que en el Select daban una buena película o que optara por un espectáculo de música y sonido que era una sensación en Plaza Moreno. Es un espectáculo de primera, anímate - insistió. No tengo ganas de salir, le contesté. Allá tú, pero si después te sientes incómodo es tu problema, me dijo dirigiéndose a la puerta, a la que llamaban con un toque conocido. Ingresaron saludando, grupos de jóvenes la mayoría peruanos, aunque también, como después me enteré, bolivianos y argentinos. Se acomodaron como pudieron y hablaron de política hasta la madrugada.
- Deben ser de Amauta- interrumpió Manuel.
- Eso- continuó Julián- varias veces escuché eso.
- Esos son rojazos. Conozco un pata que se siente frustrado por no haber ido a Púcuta en tiempo de las guerrillas. Me dice que conoció a Máximo Velando, a Hugo Blanco. Velando murió peleando y perteneció a Amauta.
- Con razón cuando le dije a Franco para ir a misa me miró extrañado y se rió. Qué cara tendría yo. Pensé que se burlaba de mí, se paró de un salto palmoteándome la espalda y dijo que una misa no le hacia mal a nadie. También dijo que conocía cualquier cantidad de cuentos de curas y que llegará la oportunidad de contármelos. Ahora me doy cuenta que aceptó acompañarme por compromiso, porque ni siquiera se persignaba. ¡Qué tal suerte que no lo han agarrado!
- ¿Félix no es un blanquiñoso que anda siempre bien empilchado?- preguntó Manuel.
- Bueno, sí.
- Con razón.
- ¿Con razón qué?- volvió a preguntar Julián, confundido.
- Mira, chato ¿Te puedo decir chato? Cómo se ve que eres recién llegado. A ese no lo han agarrado porque parece argentino. Nos han agarrado a todos los negros.
- ¿Negros? – Si nosotros no somos negros.
- Aquí en la colonia nos llamamos así. Pero si te fijas, todos los que hemos sido detenidos somos medio cholos, medio zambos. Incluso el salteño. Ahí está la vaina.

Manuel se pasó las manos por el pelo tratando de despejar sus ideas. Esta es una maldita confusión, murmuró entre dientes. No quiso hacer participe a Julián de sus preocupaciones. La acusación de ocupar la iglesia, dadas las circunstancias, de estar bajo un régimen de dictadura militar y su calidad de estudiantes extranjeros, podía ser grave. Pensó en todas las dificultades que padeció desde su llegada y empezó a extrañar Casagrande.
- Pucha, parece que se olvidaron de nosotros- dijo Julián, trayéndolo a la realidad.
- ¿Qué hora es?- preguntó Manuel.
- Van a ser las diez.- Respondió Julián.
- Puta, estamos sólo con las galletas que nos dieron en la comisaría y me muero de hambre- comentó Manuel algo amoscado

Se escuchó un ruido en la puerta. Algunos miraron hacia allí, mientras la mayoría conversaba en grupos o simplemente permanecía en silencio acostados sobre el cemento o caminando de un lado al otro de la habitación. El tabaco contaminaba el ambiente, cubriendo los espacios con una humareda gris que molestaba a los que no fumaban. Al abrirse la puerta se escucharon algunas expresiones solapadas de protesta, así como una que otra broma pretendiendo relajar la tensión del encierro.
- ¡Queremos que venga el cónsul!- gritó un peruano.
- El cónsul también es argentino- le retrucó otro.
- ¡Déjenme salir, que tengo que laburar!- gritó El Salteño que ya había hecho amigos en otro grupo- ¡Que manera de romper las pelotas! -masculló con rabia.
Un uniformado apareció en el dintel con un papel en la mano, miró a todos y luego llamó con voz marcial:
- ¡Julián Masías y Manuel Carranza, vienen conmigo!

LA POLÍTICA ES ANÁLISIS, ROMERITO
Miguel Castro abrió la sesión. A su derecha se sentaba Marco Romero y a la izquierda César Huaroto.
- Compañeros – empezó diciendo- hemos convocado a esta reunión de emergencia por la gravedad de los sucesos que creemos todos conocen. Nuestros compañeros detenidos se encuentran incomunicados en Seguridad de Estado. El cónsul que como ustedes saben es argentino no se da por enterado y para remate tenemos información que nuestra propia embajada se ha negado a cualquier investigación y muy por el contrario está tomando actitudes en contra de nosotros. Pero estamos acostumbrados a la lucha, conocemos como trabaja la oligarquía y no nos extraña las bajezas que puedan cometer; es por eso, que nos preocupa la situación de los compañeros, que aunque sabemos ninguno pertenece a nuestra organización, son compatriotas nuestros; y así no lo fueran, nuestro pensamiento latinoamericano y combativo hace que la sangre hierva de rabia por los abusos de este gobierno dictatorial y el nuestro, sirvientes del imperialismo. En este momento pido zanjemos nuestras diferencias y busquemos el camino que permita encontrar una solución temporal, porque la lucha es de siempre y para siempre ¡Hasta la victoria!

Raleados aplausos acompañaron a la culminación del breve discurso del secretario general de Amauta, movimiento que agrupaba a todas las tendencias de izquierda entre los estudiantes peruanos radicados en La Plata. Luego se escucharon excelentes y vibrantes discursos con referencias político-filosóficas y menciones a Hegel, Lenin, Trotsky, Stalin, Fidel y cuanto político pudieran reforzar los conceptos vertidos. Fueron casi dos horas de discusiones en las que el materialismo dialéctico y el imperialismo yanqui ocuparon sendos minutos. Cada tendencia, desde la rosada hasta el rojo grosella, quería imponer su criterio. Hasta que Marco Romero, poeta, pidió la palabra para decir y preguntar, con esa calma que lo caracterizaba y la mandíbula algo prominente, que le daba a su sonrisa un aire irónico:
- Todo está bien, pero… ¿qué hacemos por los detenidos?
Fueron otras dos horas de discusiones por los diversos planteamientos, desde el no hacer nada para que “las contradicciones se profundicen” hasta la de intentar recuperarlos del cuartel de 1 y 60.
- No seas huevón pues chino, como se te ocurre- le dijo El Flaco Burgman a Collantes que había hecho el último planteamiento.

Hubo un amago de bronca que fue superado con la intervención del secretario general y de César Huaroto quien llamó a la serenidad y planteó la coordinación con Jorge, presidente del Centro de Estudiantes Peruanos alegando de manera inteligente que éste debería cumplir con el cargo que tenía por elección y que Amauta enviaría cinco delegados, para que en conjunto con los presidentes de los comités departamentales, marcharan a hacer el reclamo al embajador. El planteamiento fue aceptado y en ese mismo momento fueron nombrados los delegados, recayendo la responsabilidad en Miguel Castro así como la coordinación conjuntamente con Marco Romero, Cesar Huaroto, Franco Burgman y Felipe Agama.
- Eres un genio- le dijo Marco a César cuando salían -. Tanta cojudez para morir en la playa. Si la cosa era simple ¿por qué nos hemos tirado cerca de seis horas?
- La política es análisis, Romerito. Vamos a mi pensión. Quiero que leas unas huevadas que estoy escribiendo.
- ¿Pero me invitas a comer?
- Debe de haber un poco de lomo saltado que ha preparado El Chino Yanuda.
- Puta, ese compadre no sabe preparar otra cosa; pero que vamos a hacer, ahorita con el hambre que tengo como cualquier cosa y encima estoy misio.
- ¿O sea que vamos a la embajada?- le cambió el tema César.
- Claro.
- ¿Y si no nos dan pelota?
- Eso ya lo veremos. ¿Cómo era esa de Machado? “Caminante no hay camino...”
- ...“Se hace camino al andar “- concluyó Cesar.

La Plata. Junio de 1966
Estimado Benja:
Me has pedido en tu anterior carta que te describa algo sobre la ciudad en la que estoy radicando. Aquí va.
La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires y queda aproximadamente a una hora de Capital Federal, unido por pequeñas ciudades y pueblos como Gonnet, Lanús, Quilmes, Rivadavia y otros más. Tiene algunas particularidades que las distingue de otras ciudades. Sus calles no tienen nombres ni de vecinos notables, ni héroes, próceres o de alguna fecha importante del calendario. Son solo números que van correlativos y se entrecruzan con otros. Así por ejemplo podías vivir en calle en calle 8 entre 55 y 66. Si alguien cree que esto facilitaría el buscar una dirección, sólo acertaría en parte, ya que se dificulta enormemente cuando se cruza una diagonal, las que ésta ciudad tiene muchas, por algo la llaman también la Ciudad de las Diagonales. Otra de las características es que dentro de su ámbito no existen fábricas y salvo oficinas burocráticas, el movimiento lo da la Universidad con sus numerosas facultades a la que asisten no sólo alumnos de las diferentes provincias del país e incluso de Capital Federal, sino que albergan a cientos y hasta miles de estudiantes de casi toda Sudamérica, siendo la “colonia” más numerosa la peruana. La inmigración de un porcentaje importante de jóvenes se remonta aproximadamente a la mitad del siglo, cuando la ciudad se llamaba Eva Perón y el país era gobernado por el general Perón quien dio mucha importancia a la educación. Esta es hasta ahora totalmente gratuita y brinda formación superior sin ningún tipo de discriminación a propios y extraños. Los universitarios recibimos al margen de las clases y prácticas en nuestras respectivas Facultades lo que se llama la Ayuda Estudiantil, más que un seguro médico sin costo alguno y que ofrece al estudiante desde una consulta con medicamentos hasta su intervención quirúrgica en el hospital o clínica, todo por cuenta del Estado. Imagínate que tú puede escoger incluso el cirujano. ¡Increíble! La mayoría de las facultades se encuentran a lo largo de una larga avenida que atraviesa un bosque con lagos artificiales y edificaciones importantes como el Museo de Historia Natural, para llegar al Comedor Universitario. Este es un edificio enorme que luego de ingresar y dejar los maletines a personal que los coloca en sus respectivos casilleros, se ingresa a un ambiente de auto servicio donde mozos de blanquísimo atuendo de la cabeza a los pies, nos sirve el almuerzo o la cena que por lo general consiste en un bife, churrasco o asado, acompañado con una porción de pastas que pueden ser canelones, tallarines o ñoquis, una fruta y un pan francés. En esta época no dan ni leche ni vino, que según cuentan los antiguos estudiantes daban en el que después fue el Hotel Provincial, antiguo local del Comedor Universitario. Están habilitados unos dispensadores que por un cómodo precio obtienes bebidas gaseosas. El precio de una comida o almuerzo es casi simbólico, siendo comparativamente tal vez la décima parte de un menú en un restaurante promedio. Los peruanos extrañábamos el pescado. El día que sirven este producto que es raro, se nota un malestar en los argentinos ya que muchos no lo comen. En una oportunidad he visto golpear las charolas con los cubiertos en señal de protesta .El otro día durante el almuerzo vi que un estudiante argentino dejaba íntegra su merluza. Al lado derecho estaba un boliviano y al izquierdo frente a mí estaba sentado Félix, un amigo peruano. Estuve tentado de preguntarle si lo iba a comer. Félix se me adelantó. El argentino le dijo sonriente pasando el brazo sobre el hombro del boliviano: “Disculpame, pero ya tengo mi gato...”

Mañana tengo que ir temprano a la facultad así que voy a acostarme. Luego te sigo contando. Saludos a los muchachos, en especial al flaco Ferradas.
Quique



JULIAN NO SE EQUIVOCA CON EL CAPITAN QUIÑONES
Julián y Manuel salieron tras el sargento. Este- un hombre de edad avanzada- movió negativamente la cabeza al observar la juventud de Julián. Un soldado que portaba un FAL los siguió en silencio. Al llegar a la oficina el sargento los hizo pasar comunicando previamente la presencia de los detenidos.

La incertidumbre de los dos jóvenes se convirtió en escalofrío al conocer al capitán Quiñones. ¡Tiene cara de maldito! Fue lo primero que pensó Julián. Desde niño se había ejercitado en observar el rostro de la gente y compararlos con su manera de ser. No precisamente en la fealdad o belleza de sus rasgos, sino en la expresión, que como un halo imperceptible, encontraba en las personas. Esta vez deseaba equivocarse. Los oficiales, aunque jóvenes, tenía una larga historia de odio en sus vidas. Cuando niño Wilfredo Quiñones tenía como entretenimiento desplumar pájaros vivos a los que después despanzurraba con las paletas del ventilador. Era también el terror de los perros callejeros de su barrio a los que les prendía el rabo después de mojarlos con gasolina. Durante su paso por la Escuela de Oficiales sus condiciones innatas se desarrollaron y fue la pesadilla de los colimbas De teniente, gozaba reprimiendo manifestaciones. Un día llegó a introducirse a caballo en la Facultad de Medicina viendo con sorpresa que sus soldados no lo seguían. Eran los tiempos del gobierno democrático de Illia y se encontraba vigente la autonomía universitaria. Sin embargo Quiñones ingresó. Los estudiantes lo descabalgaron, desnudaron y despojaron del sable que como trofeo se exhibió en los pasillos. Desde aquella vez juró odio eterno a los estudiantes y era un apologista de las dictaduras.
Un estremecimiento inocultable sintió Julián cuando el capitán Quiñones empezó a dar lentamente vueltas a su alrededor.
- ¿Cómo te llamás, hijo de puta?- le espetó de pronto, a boca de jarro.
- Julián tragó saliva tratando de contestar.
- Julián- alcanzó a articular.
- ¡No me grités, carajo! – Exclamó el oficial dando un golpe en el escritorio.
- No... no le estoy gritando- trató de explicar Julián.
El capitán teatralmente retrocedió unos pasos, apoyó sus posaderas y sus manos en la mesa encorvando su cuerpo hacia delante en actitud de fiera dispuesta a saltar.

- ¿Me estás diciendo que soy un mentiroso, infeliz? ¿Venís a este país a joder, a asaltar iglesias y encima me decís mentiroso? ¿Pero no sabés, carajo, donde estás? ¿No te das cuenta que puedo hacerte fusilar, pelotudo de mierda?

Julián sentía que un chorro de sudor frío corría por su frente; su mente se negaba a pensar y escuchaba las palabras como provenientes de un planeta lejano. Jamás tuvo tanto miedo. Sintió que lo sacudían y volvió a la realidad al mirar los ojos desorbitados del capitán.
- Gritá ¡Viva la Argentina!
- Viva, viva –dijo Julián
- Repite, mierda, fuerte: ¡Viva la Argentina!
- ¡Viva la Argentina!- repuso Julián, con más bríos.
- Y ahora, decí, abajo Perú.
Julián movió negativamente la cabeza con deseos incontenibles de llorar.
- Decilo carajo o te fusilo- repetía el capitán.
- Julián persistía en sus movimientos negativos y su expresión se acercaba al shock.
Al principio se sintió como un murmullo entre los gritos desaforados del capitán, como una brisa que se pierde en la vorágine de un huracán, pero fue creciendo hasta hacerse poco a poco presente, audible, casi palpable.
A escasos metros del joven detenido Manuel había roto el umbral de su propio miedo para decir ¡basta! Para gritar ¡bastaaaaa! y seguir gritando ¡bastaaaaaaaaaaa!
Cual artista a quien interrumpen la ejecución de su obra o cual demente a quien repentinamente cogen de los brazos para colocarle una camisa de fuerza, el oficial se volvió incrédulo. Por primera vez sonrió. Junto las yemas de los dedos de la mano derecha y se los llevó al mentón, con un movimiento de arriba hacia abajo en actitud inconfundible de sorpresa y se dirigió al teniente.

- ¡Pero mirá lo que tenemos aquí! ¡Un defensor de pobres y huérfanos! Pero si todo era una broma, querido- esta vez dirigiéndose a Manuel- Perdoname- agregó con ironía- ¿Sos muy macho vos, pibe? ¿No te gusta jugar a vos? Y cambiando de expresión, gritó: ¿Y si no te gusta jugar por qué te metés a asaltar iglesias? ¡Contestá hijo de puta, contestá!
Manuel tenía los puños cerrados.
- ¿Así que te enojaste?- continuó el capitán- pero si te repito que todo era un juego. Recién vamos a empezar en serio comunista de mierda- y violentamente clavó su puño en el epigastrio de Manuel quien dobló su cuerpo por el dolor y la sensación de falta de aire. Los golpes se sucedieron uno tras otro pero Manuel no caía. Advirtió que un mareo lo alejaba del lugar. Recordó un partido de fútbol en Casagrande y una pelea. Él llevaba las de perder. En un descuido de su rival alcanzó a sacar un gancho de izquierda que noqueó a su eventual oponente. Manuel vio el mentón del oficial. Eran esos segundos de descuido la oportunidad buscada por su dignidad pisoteada y su malherido orgullo. Su brazo se movió como guiado por la fuerza de miles y descargó toda su potencia sobre el rostro estupefacto del torturador.

LO QUE PASO EN EL CUARTEL
Julián miró a Manuel que era casi cargado en vilo por dos soldados. Sus pies arrastraban sobre el camino de cemento y se preguntaba si estaría vivo o muerto. Caminaron por un pasadizo entre ruidos, murmullos y gritos al lado suyo. Pese a las circunstancias, rebozaba de gozo al recordar al capitán Quiñones, con su cara de dolor y sorpresa, volar por los aires para caer estrepitosamente detrás del escritorio. Vio cuando los soldados se abalanzaron sobre Manuel y lo golpeaban brutalmente, incluso uno desenfundó una pistola y la puso sobre su cabeza. Recordó la voz balbuceante del capitán que ordenaba fueran llevados al patio del cuartel y allí ingresaban. Era grande y rodeado de altos muros. Los dirigieron a un lugar donde se erigían postes paralelos. Allí los ataron. Durante el trayecto Julián recordó un sueño. Él acompañaba el cortejo de su propia muerte. Un sudor frío, helado, le recorrió el cuerpo al recordar y sintió arcadas incontenibles al escuchar el ruido del cargador de los fusiles. Cerró los ojos fuertemente intentando escapar de la realidad que deseaba sea una pesadilla. Pensó en esos segundos en la casa de sus padres, sus amigos de barrio, su viaje inesperado después de no haber podido ingresar a la Universidad de Trujillo. A la Argentina, le dijeron y viajó con todo un bagaje de ilusiones. Recordó su llegada a este país extraño, enorme y hermoso, con esa acentuación diferente al hablar y con la particular elegancia en el vestir de su gente. Y le gustó la ciudad de La Plata, limpia y ordenada, con sus diagonales y sus mujeres hermosas.
De pronto escuchó la voz de Manuel que lo llamaba.
- Oye, Julián, Julián- le preguntó casi con ansiedad: ¿Lo tumbé al tombo?
- Si Mañuquito, si hermanito- le respondió orgulloso sintiendo un nudo en la garganta.
Ahora sí ya no me importa nada- dijo Manuel como hablando consigo mismo y volvió a apoyar el mentón sobre el pecho.
Lo último que vio aquella noche fue a los soldados que se alinearon frente a ellos formando un pelotón. El capitán gesticuló y gritó la palabra ¡Apunten! Las piernas dejaron de obedecerle y el cuerpo quedó sostenido por las ataduras. Escuchó un estruendo, como el trueno de una tormenta que hería sus oídos y luego quedó la oscuridad de la noche...

BUENOS AIRES
Una semana después
Una ligera llovizna mojaba la acera de la avenida del Libertador. El resplandor intermitente a distancia presagiaba tormenta en aquella tarde bonaerense. Los caballos resoplaban inquietos, impacientes, mientas sus jinetes cubiertos con gruesas polacas azules y cascos a la usanza nazi, esperaban una orden superior. Se los veía enormes, casi gigantes tras las ventanas de la Embajada del Perú en Buenos Aires. En el interior de la vieja casona, veinte hombres jóvenes y una mujer, escuchaban la voz afectada del agregado cultural quien amenazante expresaba: “Ya el gobierno argentino está enterado de su actitud. Lo que ustedes están realizando constituye un delito grave. Más aún, dadas las circunstancias que vive el país”. Luego tratando de dar un tono conciliador, agregó: “Sin embargo, el señor embajador con la bondad que lo caracteriza, me ha autorizado a darles un plazo de cinco minutos para que abandonen pacíficamente la sede diplomática”. Luego recalcó con énfasis amedrentador: “En caso contrario nos veremos forzados a franquear el ingreso de las fuerzas del orden que ya ustedes han visto apostadas en la calle. Tienen sólo cinco minutos”.

El silencio siguió a las palabras una vez se hubo retirado el intermediario. Todos se miraban sin saber qué hacer. Cada uno analizó mentalmente las consecuencias. Había sido todo tan rápido. Ninguno de los que allí estaban pensó llegar al extremo de ocupar la embajada, clausurando las puertas de salida, reduciendo al poco personal de seguridad e interviniendo los teléfonos de la planta baja, excepto la de la oficina del embajador quién permanecía dentro de ella con los demás miembros del cuerpo diplomático. Un periodista de cierta agencia extranjera había recibido la información y cubría la noticia desde la parte externa a través de una ventana que daba a la avenida principal. A los pocos minutos de terminada la entrevista fue difundida por las radios. Luego fuerzas motorizadas y de caballería de la policía y el ejército rodearon la manzana.

- ¡Compañeros! - gritó Jorge Baca, presidente del Centro de Estudiantes Peruanos - Ustedes ya conocen la situación; a partir de este momento tienen plena libertad de elegir si se quedan o abandonan la embajada. El que por decisión propia se vaya, no será criticado y se le agradece el aporte que ha dado en esta lucha que emprendimos. A los que se queden es justo y necesario advertir que estarán expuestos a mil imponderables en los que nos jugaremos nuestra carrera, nuestra libertad o, quien sabe, otras cosas más graves. Así como el gobierno argentino no es una garantía, tampoco lo es el de nuestro país.

Nadie se movió. Se cruzaron algunas miradas. Delia se había agarrado del brazo de Enrique y se aferró a su cuerpo, a unos pasos de ellos estaba un obrero que se unió a la marcha en forma espontánea después de confirmar que eran compatriotas e iban a la embajada a protestar. Luego de algunos minutos en los que tácitamente se había tomado la decisión de permanecer con la protesta, se escuchó una voz que gritó: ¡Ni un paso atrás! , que fue coreado por los ocupantes.

Se sintieron los pasos del agregado.
- ¿Qué han decidido?- preguntó al mismo tiempo que un tic nervioso ladeaba su quijada hacia un costado, haciendo más grotesco su rostro.
¡Nos quedamos! –respondió el presidente. La embajada sigue ocupada.
- Ustedes son comunistas- dijo el agregado con la cara roja de ira. - Unos cochinos comunistas.
Y les dio la espalda. Se fue moviendo delicadamente el trasero, a informar al embajador.

Embajada Argentina. Durante la conferencia de prensa.

LIMA, NOVIEMBRE DE 1996

Treinta años después...
Desde las ventanas del Colegio Médico podía divisarse parte de la costa miraflorina con edificios modernos a su alrededor y un inusual cielo despejado que brindaba el espectáculo del mar intensamente azul; el local era un alboroto, médicos que subían y bajaban por las alfombradas escaleras de mármol, grupos que conversaban y hermosas secretarias que ofrecían café en vasitos descartables. Enrique y su compañero de delegación fueron hacia los jardines siendo recibidos por Alvaro, legendario dirigente médico quien era conocido en los círculos gremiales por el terco propósito de defender la Seguridad Social. Se realizaba el 4to Congreso Médico Nacional y la 5ta. Convención Médica del Seguro Social y fueron informados que ésta última empezaría luego del cuarto intermedio del Congreso. Fue ahí que lo vio a unos metros de distancia, con la misma sonrisa de hace treinta años y algunos pelos de menos en la cabeza.

- Romerito, hermano- lo saludó Enrique confundiéndose en un abrazo.

Hablaron al principio de problemas comunes, los bajos sueldos, la prepotencia de algunos directivos de la Institución, la increíble política del Estado de fijar el sueldo básico en seis céntimos de sol para que luego del retiro se reciba migajas como liquidación, de la amenaza de convertir la salud en un negocio y otras cosas que motivaban, en más o en menos, la presencia de delegados de los diferentes hospitales de todo el país.

- El congreso estuvo muy bueno- le decía Marco. Se ha logrado consenso en muchos criterios, pero lo malo que el gobierno no lo va a tomar en cuenta. Incluso la mayoría de los periódicos ni siquiera informa.

- Siempre es la misma vaina- le contestó Enrique. Y ahora con el Chino peor que nunca. Ya los paros y las huelgas no tienen ningún efecto. Hay miles de contratados que temen perder el puesto y hay otros miles taxeando y listos a ingresar en caso de despido masivo. Sinceramente, por lo menos por ahora, no le veo salida.
- Es el sistema- acotó Marco. Nada cambiará si no cambia el sistema.
- ¿Qué, no me digas que sigues pensando como izquierdista? Esos tiempos ya pasaron Romerito. ¿O es que aún crees realmente en eso como una posibilidad?
Marco no respondió con palabras. Esbozó la misma sonrisa de hace treinta años cuando quería evitar o postergar una discusión para el momento adecuado.
- Mira quien viene- le dijo cambiando de tema. ¿Te acuerdas de él? Es uno de los patas que detuvieron en San Ponciano. Viene, creo, como delegado del Rebagliati.
- ¿Este no es el chibolo que le hicieron el simulacro de fusilamiento? Le dijo extrañado.
- Ahorita de chibolo no tiene nada- le contestó Marco.
Enrique recordaba una frase de Borges que hablaba del ultraje de los años. En este caso el tiempo se había esmerado. Julián lucía una calva acentuada, anteojos con montura dorada y patillas entrecanas.
Su aspecto representaba el de una persona de mayor edad. Fuertes apretones de manos y palmadas en los hombros, celebraban el encuentro.
- ¿Así que ahora te dicen mueble fino?- le dijo Romerito bromeando con el viejo chiste que Julián, al parecer, no conocía.
- ¿Por qué?- preguntó ingenuamente.
- Porque estás bien acabado- le dijo- abrazándolo fraternalmente.
- Tú siempre con esa risa cachacienta- contestó Julián, celebrando la ocurrencia. Y tú Quique, ¿qué tal? Tiempazo que no nos vemos.
- Uff años, pero franco que has cambiado bastante. Sinceramente sí no es por Romerito no te reconozco.
- Es por fuera nomás la cosa. Por dentro estoy como cañón- alardeó, siguiendo la broma.
- Este cuarto intermedio va a demorar y yo me muero de sed. - ¿Por qué no vamos a tomar un refresco por ahí?- propuso Enrique.
- Listo, vamos en mi carro- dijo Julián.
Bajaron por la quebrada de Armendariz hacia la Costa Verde. El auto, un Toyota del año, se deslizaba velozmente por la pista. Julián sacó algunas cintas de la gaveta y puso una en el equipo. Se escuchó la tonada inconfundible de una chacarera argentina.
- Son Los Fronterizos, ¿Se acuerdan? La ponían siempre en el comedor universitario.
Estacionó frente a la Rosa Náutica.
- ¿Aquí va a ser la cosa?- consultó Marco- Lo acordado era sólo un refresco.
- No te preocupes- le contestó Julián - Cualquier cosa, lo dejamos empeñado a Quique.
Este levantó los hombros con gesto indiferente y pensó cómo cambian los tiempos.
- ¿Qué quieren tomar?- preguntó Julián una vez ubicados.
- No sé hermano, lo que tú digas. Total es tu territorio. Tú sabes, nosotros somos provincianos- dijo Marco.
- Provinciano tú, dijo Quique, yo estoy en Lima. ¿Sigues en Chimbote?
Por supuesto, allá hay una buena mancha de los que estudiamos en La Plata.
- Un piqueo de mariscos y vino blanco-pidió Julián al mozo que se había acercado-. Pero antes nos adelantas con tres piscos sours.

Enrique miró por los ventanales del lujoso restaurante las olas que chocaban contra el muelle y el farallón en acompasado vaivén. Le parecía mentira ver a Julián tan desenvuelto y lo recordó cuando estudiaba en La Plata con su eterno traje azul marino, cuando le brillaban las posaderas por el tiempo de uso.
- Me alegra que te vaya bien, Julián- le dijo sinceramente.
- Gracias a Dios, hermano. Creo que la supe hacer. Les cuento. Ustedes saben que yo era, mejor dicho, soy asmático, aunque hace tiempo, pero tiempo, que no me da una crisis. Cuando estudiaba en cada cambio de estación o en cualquier momento presentaba un ataque y prácticamente paraba en la Ayuda Estudiantil. Me han visto los mejores especialistas y por la misma enfermedad que padecía le di más énfasis al estudio de las enfermedades alérgicas y a todo lo relacionado con neumología. No había receta que no la guardara. Cuando terminé la carrera y me vine, por problemas económicos no pude hacer la especialidad. Yo dije, entre mí: ¿para que residencia si soy prácticamente un especialista? Así que alquilé un local céntrico y le pinté carteles por todas partes: Enfermedades alérgicas. Tratamiento del asma con una sola inyección, etc. Publicidad barata pero convincente. Como mis tratamientos eran efectivos, me empezó a llegar cualquier cantidad de gente y compré el local. Al poco tiempo me faltaba espacio para atender, así que también compre un local vecino y le puse laboratorio, rayos X. Luego vinieron las ecografías y contratando médicos de otras especialidades que trabajaban para mí, formé un policlínico. Después me enganché con varias empresas por intermedio de sus seguros y puse sucursales en varios sitios. Valgan verdades, me adelanté a mi tiempo. Ahora todo el mundo habla de marketing, productividad, calidad total, satisfacción del cliente y no sé qué otras cosas, que para mí fueron sólo producto de mi intuición.
- Por tu intuición, salud- lo cortó Marco.
- ¿Y que haces en el congreso?- preguntó Enrique. Pensábamos que eras delegado del Rebagliati.
- Trabajé en el hospital una época, pero perdía tiempo y dinero. Además tenía problemas por no tener mi residencia y querían pasarme a medicina general. Pero lo cierto es que perdía plata Con ustedes no puedo entrar en cojudeces. A todos nos costó la carrera, pero a mí, pienso, me costó más. Mis viejos no tenían medios y me mandaban lo que podían, que siempre era poco. La guita siempre fue como una sombra que me fregaba día a día. Tenía que trabajar los jueves y domingos vendiendo café en el hipódromo con ese tremendo recipiente que me doblaba la columna. Una vez le pedí a mi primo Felix que me remplazara porque tenía un examen y casi se muere.
- Eso, si quieres, lo cuentas más tarde. Todavía no le has contestado a Enrique, ¿por qué estás en el congreso?
- Vine a tomarle el pulso. Vengo por mi cuenta. Me interesa la opinión de los colegas sobre las empresas de salud. Bísniz, sólo bísniz.
- ¡Cómo has cambiado Chato! Me parece mentira escucharte,- le espetó Marco algo amoscado e incómodo.
- No exageremos y cambien de cara, tampoco soy un hijo de puta. También hago mis servicios y caridades. Soy rotario y de vez en cuando participo en campañas y suelto mi billete.
- Pero has cambiado chato, yo te conocí diferente- insistió Marco.
- No creas. Aunque padecí en La Plata tengo mis nostalgias- se expresaba Julián como hablando consigo mismo- . Era otro mundo, albergábamos demasiado idealismo, tenemos que reconocer que desde esa época hasta ahora muchas cosas cambiaron. Como dicen los americanos, el mundo se divide en ganadores y perdedores.
- Estás hablando tonterías Julián- intervino Enrique. No todo es plata en la vida.
- En eso tienes razón Quique, también están el oro, los diamantes y profirió una carcajada solitaria que llamó la atención de algunos concurrentes.
- Nos vamos- dijo Marco levantándose.
- Un rato más- retrucó Julián
Enrique también se levantaba.
- Un ratito más, por favor- insistió Julián tomándolos suavemente por los brazos y les prometo no hablarles de un solo mango más.
Enrique y Marco se miraron.
- Tenemos que regresar a la convención- quiso excusarse Marco.
- Contamos con tiempo -terció Enrique- aún falta la clausura del congreso y esto no pienso perderlo- acotó- mirando la fuente de mariscos que el mozo traía.

Julián llenó las copas de vino que el mozo había servido a medias y levantó el brazo haciendo salud por el reencuentro. En silencio, casi devoraron el contenido de la fuente donde pródigamente había trozos de pulpo, colitas de langostinos y camarones, almejas y calamares, que podían ser sazonadas con cremas y aliño especial.
- ¿Se llegó a saber algo de tu primo Félix?- preguntó Enrique a Julián rompiendo el silencio.
- Eso es todo un misterio- contesto Julián. Hay varias versiones. Una es que se fue siguiendo a una correntina y que ahora estaría viviendo cerca de las cataratas del Iguazú. La otra era que se había regresado al Perú. Sin embargo, aquí no supe nunca nada de él. La otra versión, la más trágica, es que lo desaparecieron. Así de simple. En esa época ustedes ya no estaban. La dictadura se radicalizó. Dicen que se metieron a la pensión de la señora Juanita, a plena luz del día, policías uniformados y de civil. La viejita se interpuso y sin mediar palabra le asestaron un culatazo en la cabeza que la tuvo en cuidados intensivos por un buen tiempo. Las perras ladraban y fueron masacradas en el acto. Ingresaron al departamento del fondo donde vivían los estudiantes y se los cargaron a todos. Nunca se supo de ellos. Tampoco sí Félix estuvo ahí. Parece que buscaban a Arturo.
¿Arturo Mejía, uno que también estuvo en la toma de la embajada?
No, del que les hablo, Arturo, era su seudónimo, su nombre de combate como decían ellos. Era un tipo inubicable y dicen que estaba metido en el ERP o con los Montoneros, no sé, pero era buscado por todo el país. Tu tal vez no lo conociste porque regresaste mucho antes que nosotros- dijo refiriéndose a Enrique.
Sí, me acuerdo de él. Era un colorado, pelucón, medio rubio, izquierdista radical y fanático.
Ese mismo. Decían que era trosko. Tampoco se supo de él. Algunos dicen que logró fugar del país, probablemente por la frontera con Brasil.
- ¿Y Jorge? ¿Lo ves en Chimbote? Preguntaron a Marco.
- Claro, estuvo de diputado por Izquierda Unida.
- ¿Y Félix era tu pariente realmente? Porque ustedes no se parecen en nada- preguntó Enrique a Julián.
Bueno, primos, primos, no sé. Pero sí parientes lejanos. Mi vieja era prima de su abuela o algo así. Cuando viaje por primera vez me dio su dirección, pero a su familia nunca la conocí.
- El flaco era un buen tipo. Bueno, espero que lo siga siendo. Con él nos fuimos al diario Clarín el día que tomamos la embajada esa vez que te agarraron en San Ponciano. ¿Te acuerdas Romerito? Después que le dijimos al gordo Cánepi que nos quedábamos y no salíamos hasta que no nos den un comunicado oficial de la embajada protestando por la detención de ustedes, salimos con Félix. En el diario no nos dieron pelota. El jefe de redacción nos empezó a aconsejar tal vez con buena intención, diciéndonos que no nos metamos, que esto era una dictadura y no sé cuantas cosas más. Le dijimos que si el no quería cubrir la primicia era su problema.
- ¿Por qué fueron al Clarín?- preguntó Julián
- Es que se supo que la publicación que salió en ese diario había sido pagada por Cánepi quien prácticamente nos entregaba a la policía diciendo que los del Centro de Estudiantes Peruanos éramos un nido de comunistas que “obedecíamos ordenes de Pekín y de Moscú”, así con esas letras. ¡Imagínate, en plena dictadura! De allí nos fuimos un poco descorazonados a tomar un café. Como antes de irme a estudiar había jugado al periodista en un diario de Lima, se me ocurrió llamar a la France Press. Les dije que la Embajada del Perú estaba tomada por los estudiantes y colgué. Eso fue suficiente. Cuando llegamos a la Avenida del Libertador donde está el local, había un tipo vestido con un impermeable que cubría la noticia por la ventana. A los diez minutos que terminó la entrevista con Jorge quien daba las informaciones, soltaron la noticia en un flash. Logramos escucharla en una radio portátil. A los cinco minutos vimos llegar una legión de periodistas, cámaras de televisión y hasta Sucesos Argentinos.
- Nosotros no sabíamos, pero parece que era la primera vez que se tomaba una embajada como medida de presión y fue una noticia mundial- agregó Marco.
- ¿La primera vez? Pucha, qué bacán – dijo Julián.
Bueno, que se sepa la primera vez que una embajada era ocupada en protesta por sus propios connacionales. Así y todo no era un método común. Con el tiempo fue otra cosa.
- ¿Y no tenían miedo?- repreguntó Julián.
- Espérate. No pasaron ni diez minutos y la policía y el Ejército rodearon la manzana con un despliegue anormal, incluso en esas épocas. Creo que se nos fue el miedo. Nos enrazamos en no salir hasta que se nos dé un documento en que también se nos garantizara nuestra libertad y nuestras vidas. Cánepi dejó de ser el intermediario. El trato lo reiniciamos con el mismo Embajador y los otros agregados. La comunicación con Lima parece que motivó una reunión urgente del Congreso de la República. Recién cerca de la medianoche nos entregaron el documento que llenó nuestras expectativas y abandonamos la embajada.
- Llovía a cántaros –acotó Marco. Caminamos gritando por las calles. En los kioscos nos sorprendieron las noticias de los diarios de la tarde con títulos de primera plana y nuestras fotos en la conferencia de prensa que dimos al final.
- ¿Fue con conferencia de prensa y todo?- preguntó Julián.
- Claro y cómo éramos novatos no se nos ocurrió cubrirnos el rostro. Eso nos valió que nuestras fotos ampliadas permanezcan en la sala de requisitorias del servicio de inteligencia de la policía y después sea la base de un seguimiento y la deportación del Chino Collantes a quien agarraron posteriormente en un mitin.
- Puta madre- dijo Julián- Y todo por nosotros. ¿Qué pasó después?-

- En la estación de Constitución encontramos a un grupo de estudiantes peruanos y argentinos que venían a darnos su apoyo. Cuando llegamos a La Plata nos recibieron como héroes. El Comedor Universitario permaneció abierto y compartimos celebrando con muchos estudiantes que nos esperaron. Así como con los cocineros que fuera de la hora de trabajo se quedaron para apoyarnos. Nos retiramos casi de madrugada.
- Que lindo hermano, y lo mejor que se arriesgaron por nosotros, en muchos casos sin conocernos. Eso es solidaridad. ¡La cuenta es mía!- dijo Julián con énfasis. Llamó al mozo y pidió otra botella de vino.
- Se te picó el diente – le dijo Enrique.
- Son los recuerdos, hermano- Ahora que el tiempo ha pasado y lo vemos del balcón la cosa parece fácil, pero lo que yo viví en el cuartel con Manuel Carranza y los otros, no se lo deseo a nadie. Nosotros éramos jóvenes sin experiencia, con un montón de ilusiones y de pronto, sientes que te van a aniquilar.
- ¿Qué pasó realmente? preguntó Enrique, intrigado- Algo me contó Manuel cuando fui a visitarlo al hospital. Estaba con hematuria y era bien parco, como si aún tuviera miedo.

- A Manuel le pegaron entre varios cuando derribó de una trompada al capitán. Después nos llevaron al patio del cuartel y nos amarraron a dos postes que estaban ubicados frente a una pared. Hicieron todo el show del simulacro de fusilamiento y cuando pensé que me liquidaban sentí el estampido de los balazos que impactaron en la pared a escasos centímetros de nuestras cabezas. Al rato escuché que otra vez un oficial gritó ¡Apunten! Y el pelotón hizo sonar nuevamente sus armas. No lo podía creer, quería llorar a gritos, pero me contuve para no darles gusto. Estaba tan tenso que ya deseaba que terminara todo, cualquiera fuera el resultado. Otro oficial que llegaba en ese momento les gritó: ¡Basta, carajo! ¡Para juego está bueno ya! ¡Desátenlos y a éste- señaló a Manuel que estaba todo ensangrentado- lo llevan a enfermería!

A mí me dejaron sentado en unas escalinatas del patio y cuando todos se fueron, me quedé llorando en silencio.
- ¿Qué pasó después?
- A los diez días nos liberaron. Nos amenazaron con desaparecernos si nos metíamos en política o hablábamos de lo que pasó en el cuartel.
- Qué hijos de puta- exclamó Marco.
- No todos- aclaró Julián-. Había soldados que con el correr de los días se hicieron amigos de nosotros.
- ¿Qué, amigos? , los milicos siempre fueron una mierda- le cortó Marco-¿Te acuerdas como los hacíamos caer de los caballos con las canicas?- preguntó dirigiéndose a Enrique.
- Ah, no sé, compadre, a mí esas vainas no me atraían mucho. Tenía otras cosas más importantes que hacer. Pero Julián en parte tiene razón, los colimbas, muchos eran gente como nosotros, estudiantes que hacían su servicio militar. Allá no es como aquí que sólo hacen el servicio los que no tienen padrino.
- Mujeres. Este desgraciado era un mujeriego de primera. Tenía pinta y era amable con las mujeres y eso parece que les gustaba- dijo Marco cambiando el tono.
- Yo también era amable y a mí no me daban pelota- protestó Julián.
- Es que tú has sido siempre feo y chato, Juliancito. Como decían los argentinos; “Todos los peruanos son iguales, morochos, petisos y con bigotes”, le dijo abrazándolo.
- Ya no me cochinees que no pago la cuenta. Además, ahora me sobran.
Julián llamó al mozo y le entregó una tarjeta exclusiva. Salieron del local y se dirigieron al auto.
- Oye ¿Y este cojudo por qué paga? Nos quiere impresionar con su tarjetita dorada. Pitucón El Chato- bromeó Quique- Les invito un par de chelas pero en otro lado.
- ¿Y la convención? preguntó Marco.
- Olvídate, mira el tiempo que no nos vemos. Podemos llegar a las conclusiones. Total, han quedado los delegados suplentes. Un par más y punto- insistió Enrique.
- Siempre la misma mentira criolla- dijo Marco – Esta bien pero que sean las últimas.
Recorrieron un gran trecho de la Costa Verde aspirando la brisa marina y mirando el atardecer. A la derecha estaban los restaurantes de madera, modestos y artesanalmente construidos, uno al lado del otro, con sus nombres estrafalarios pintados sobre sus dinteles y algunos homosexuales que ofrecían picarones y anticuchos. Ingresaron a “La naranja mecánica” y apenas tomaron asiento, Enrique pidió dos botellas de cerveza, anticuchos y pancitas.
- Para que no nos agarre el trago- dijo.
El sol aún brillaba dejando una estela roja en el cielo. Se escuchaba el ruido de ritmos musicales de los diferentes locales en forma desincronizada, lo que impelía a hablar más fuerte.
Fueron así pasando las horas entre tragos y mil recuerdos. Sólo bastaba que uno de los tres levantara la mano y con los dedos haga una V para que el mozo, solícito traiga más cerveza. Por momentos un poco por el alcohol, un poco por la nostalgia, los ojos se humedecieron. Siguieron libando y ya casi atardecía, cuando Julián sacó del saco una fina y elegante tarjeta, mostrándola.
- ¿Saben lo que es esto?- les preguntó sin disimulado orgullo- ¡Esto es lo máximo! – se contestó a sí mismo. Su amigo, su pata, su chochera, el ex-estudiante que se moría de hambre, el ahora médico y empresario de éxito, esta invitado a la que será la mejor fiesta del año. La más pituca de todas, donde estará la crem de la crem como decía mi viejo; embajadores, políticos, seguro que hasta El Chino, ¡No! El chino es una fija. Él y toda su familia, los magnates de la Toyota, de la Nissan y quien sabe que grandazos más.
- Este cojudo no cambia- Le dijo Enrique a Marco.
- Relaciones, amigos. Las relaciones son la clave del éxito y del dinero- continuó Julián sin soltar la tarjeta de las manos.
- ¿Nos la prestas? Le dijo Enrique entre amoscado y curioso.
-¿A ver esas manitas? ¿Están limpiecitas?- le respondió socarronamente Julián.
- ¡Pucha madre! Este tipo está cada vez más antipático- dijo Enrique casi arrebatándole la tarjeta.
La abrió y vio que se trataba de una invitación de la Embajada japonesa a la celebración del onomástico de su Emperador. Casi con indiferencia se la pasó a Marco. Este empezó a leerla lentamente, como si pensara cada una de las palabras que leía.
- ¿Y como sabes que irá toda esa gente que dices?- preguntó Marco tratando de darle a su pregunta un tono despreocupado.

- Pero como no voy a saber si el que me ha invitado es el agregado comercial de la propia Embajada, con quien la corporación de la que soy accionista y miembro de su directorio tiene negocios. Además el japonés es mi pata.
Marco volvió a pedirle la invitación exaltando el magnifico papel con el que había sido confeccionado y repasaba la lectura una y otra vez.
- Ya, manito, devuélvela que me la estás gastando- le dijo Julián, guardándola en el bolsillo. Llamó al mozo preguntándole si tenía pisco del bueno para un bajamar.

- Hay pisco, pero no sé si será del bueno- le contestó el mozo con increíble sinceridad.
- Creo que en mi carro tengo una botella y de pasada guardo el saco- dijo Julián levantándose.
Enrique miró hacia la costanera y lo vio con un leve tambaleo al caminar y luego fijó la mirada en Marco que parecía observar la inmensidad del mar.
- Hay que tomar esa Embajada- le dijo Marco a boca de jarro.
Lo dijo con una convicción que produjo escalofríos a Enrique.
- ¿Estas zampado?- le respondió.
- No. Te lo digo en serio. Como en los viejos tiempos. ¿Te imaginas todas las injusticias que podríamos subsanar con toda esa gente de rehén? Tendríamos al Perú y al mundo en nuestras manos.
- Estás borracho Marco y por lo que veo, no has cambiado nada, sigues siendo el mismo iluso de siempre- lo recriminó.- Las cosas ahora son diferentes.
- Tienes razón, Quique, ya estamos un poco viejos. ¿Pero sería lindo, no?- lo dijo con la voz algo trabada.
- Nunca te he visto tan borracho Marco, olvídate.
- Este es el mejor pisco del Perú. - dijo Julián que regresaba con la cara lavada con loción, con un penetrante olor a lavanda. Un par de copas de esto- dijo señalando la botella de pisco- y como nuevos.
- Creo que paramos- dijo Enrique- Marco se siente mal.
Marco había zambullido su cabeza entre sus brazos sobre la mesa y aparentaba dormir.
- ¿Están locos? ¿Y me van a despreciar este trago? Es un Biondi, cuñao. Es más, nos tomamos uno entre pecho y espalda y los invito a un zambullón en el mar.
Julián pidió cambio de vasos, se pusieron de pie y continuaron los brindis por todo lo que se les ocurría. Cuando el pisco ya llegaba a su fin, se quitaron los zapatos y las corbatas y caminaron hacia la orilla del mar. Allí terminaron de desvestirse, quedando en ropa interior. El sol ya se había ocultado en el horizonte y empezaron a prenderse las luces de neón. Corrieron embriagados de licor y amistad y se metieron en las frías aguas, gritando como locos, como en la época en la que se bañaban en el balneario de Punta Lara en el Río de la Plata y al mirar Enrique a Marco ebrio de alegría, recordó a Félix, ambos iguales, con ese idealismo de la juventud de los años sesenta, la ilusión y esperanza forjada por Fidel y el Che, los mensajes de Sartre, la música de Joan Baez y ese socialismo químicamente puro que no deseaban sea utopía y la frustración de no haber podido ver encaminada una sociedad mas justa. No pudo reprimir el pensamiento de imaginarlo con su uniforme verde olivo, con la misma sonrisa de hace treinta años, cuando pensaba que el mundo podía componerse tomando embajadas...



Toma de la Embajada Peruana en Buenos Aires
26 de agosto 1966

Un video de dicho acontecimiento historico puede verse aqui:
(colaboracion de Jorge Baca, editado por Jorge Moscol)




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