miércoles, 28 de julio de 2010

JORGE MOSCOL GONZALES - MEDICO-DOCENTE-NARRADOR

“Lambrecito” como le decían por ser discípulo del Dr.Rómulo Lambre, eminente profesor de Anatomía de la Facultad de Medicina de la UNLP. Moscol, destacó desde temprano por su labor docente. El mismo nos relata en el prologo de su libro “Técnicas de conservación en Anatomía” lo siguiente: “Las primeras investigaciones las inicie siendo ayudante alumno de Anatomía de la Facultad de Ciencias Medicas de la Universidad Nacional de La Plata- Republica Argentina. Ingrese a la docencia en el año de 1967 habiendo pasado por la tres cátedras de Anatomía Normal con que cuenta le mencionada facultad, para finalmente quedar en la Cátedra II a a cargo del profesor Rubén Plá, de quien guardo gratos recuerdos. Posteriormente formamos la cátedra de Anatomía Funcional dependiente de la Facultad de Humanidades, de la misma universidad, el Laboratorio de Técnicas Anatómicas, al cual bauticé con el nombre de “Profesor Rómulo Lambre” en homenaje al inolvidable anatomista platense, quien dedicó su vida a esta disciplina y fuera mi maestro en los inicios de mi carrera. Por disposición del profesor Dr. Manuel Enrique Florián Díaz, maestro y amigo, me hice cargo del laboratorio donde desarrollamos diversos trabajos de investigación, muchos de los cuales han sido publicadas internacionalmente”.

Anatomía era la asignatura mas exigente de toda la carrera de medicina y hacia abandonar los estudios de la mayoría de los ingresantes, por lo que exigía mucha practica y refuerzo que era brindada por Moscol a muchos peruanos, en su calidad de ayudante alumno (practica muy difundida en las universidades argentinas). Su casa, donde vivía en la calle 64 estaba llena de cerebros, manos, piernas, huesos y otras visceras que servían para el repaso de esa dificil asignatura, que era parte de su trabajo docente y de investigación.. Quien conozca su taller actual, es una biblioteca, archivo y museo de algunas piezas trabajadas para la enseñanza de las ciencias morfologicas.

Fue también solidario con la colonia peruana y participó en la Toma de la Embajada Peruana en Buenos Aires y pudo rescatar con Jorge Baca después de casi 30 años,. las escenas filmadas de ese histórico acontecimiento que ahora lo tenemos en DVD y algunas de cuyas fotos se publican.
A su regreso a Perú continuó su obra docente integrando la cátedras de Anatomia de la Universidad Federico Villareal y asesorando a otras cátedras como la de la Universidad San Pedro de Chimbote donde fue nombrado profesor Emerito y fundador de los Talleres de Disectores.

Se especializó en Neurocirugía, habiendo sido cirujano del Hospital Militar y Guillermo Almenara de EsSalud. Ha sido Director del Hospital Nacional de Emergencias Casimiro Ulloa y  Director la Oficina General de Defensa Nacional del Ministerio de Salud.

Destaca también como narrador habiendo publicado el libro de cuentos “El medico y sus enredos” y ha sido ganador de los concursos nacionales de cuento del Colegio Medico del Perú y del Hospital 2 de Mayo. Recientemente ha publicado la novela "Los otros rehenes" sobre la toma de la casa del Embajador de Japón. Uno de sus cuentos se publica en este blog.

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EL BAUTIZO

“A la morgue!... a la morgue, hay que llevarlo a la morgue!” –gritaban, cual eufóricos guerreros victoriosos, mientras empujaban por los angostos pasillos del hospital la oxidada camilla transportando un cuerpo envuelto totalmente en blancas vendas de yeso; la mortecina iluminación apenas alcanzaba a dar claridad al tumulto de anchos mandiles blancos que, al compás del desplazamiento alegre de sus dueños, se movían al aire como alas alborotadas, acercándose cada vez más al final del estrecho túnel que desembocaba en el lúgubre depósito de cadáveres, ubicado en la parte más alejada del viejo nosocomio.

Horas antes se había dado inicio al bautizo del joven aspirante a practicante, que motivado por su deseo de aprender, solicitó ingresar al hospital docente más importante y cotizado de la ciudad, no obstante su tradicional y dura prueba de admisión.
- Doctor, deseo ingresar a la guardia de su hospital...
- ¡Che? estás seguro?; mirá, pibe, en mi guardia hay bautizo, es la tradición y los practicantes son unos hijos de puta...
- Lo sé jefe, pero se aprende bastante en su guardia...
- Ah... si vos querés aprender, bárbaro... pero el bautizo, es una joda...
- Jefe, más o menos he estado averiguando y creo que lo puedo pasar, yo he estudiado en un colegio militar...
- Che, no me digás que sos milico? mirá, peruanito, nosotros no aceptamos milicos en la guardia!.
- Jefe, no exagere; sólo estudié la secundaria en el Leoncio Prado, es un colegio normal pero militarizado...
- Sos milico, peruanito... aquí en Argentina se les dice liceos y son para gente pituca...
- No tanto jefe, a mi colegio cualquiera entra; pero eso sí, una vez adentro a todos los bautizan. Por eso conozco lo que es un bautizo; ¡yo lo pasé en el Leoncio Prado!, el que quiere quedarse aguanta nomás por que al año siguiente le hace lo mismo a los nuevos. Por eso estoy seguro que paso el bautizo de su guardia, jefe.
- No, peruanito ¿vos estás loco?... en mi guardia pocos han pasado el bautizo; casi todos se han quedado en el enema de vino...
- ¡Cómo qué enema de vino, jefe?.
- Ves, pibe, vos no sabés nada... no te han contado toda la técnica... mínimo medio litro de vino por el trasero...
- ¡Jefe! eso emborracha a cualquiera...
- Pero ¿vos sos boludo o te hacés pibe!... si de eso se trata.
- En el Leoncio Prado no se ponía enema a los perros...
- ¿A qué perros, ché?.
- A los que recién entran se les dice perros...
- ¡Che! igual que en la guardia, también les decimos perros a los que recién entran y todavía no están bautizados.
- ¿Lo ve, Jefe? es igualito, estoy seguro que paso el bautizo; soy chatito pero aguantador.
- ¿Qué quiere decir “chatito” en tu idioma, pibe?.
- Bajito, jefe...
- ¡Ah! petizo...
El viejo Policlínico, con sus cuatro manzanas completas de extensión, era el más grande hospital de la Capital de la Provincia de Buenos Aires y todos aspiraban entrar a su Servicio de Emergencia para comenzar sus prácticas de medicina. La forma de ingresar era a través de algún conocido que lo presentaba ante el jefe de guardia y después de unas semanas de prueba, los aceptados tenían que dar su examen de admisión mediante el tradicional bautizo. El joven alumno y a la vez docente de anatomía, trataba de convencer al jefe de curso para que lo presente en su guardia y así tener opción a rendir la peculiar prueba.
- ¡Che! ¿te enteraste?; en la noche comemos perro...
- En serio, ché.
- Sí, el jefe ha dicho que hoy muere un perro.
- Y ¿cuál perro es el elegido?.
- Mirá, no sé, pero parece que es el perrito de anatomía...
- ¡Cheee, carne importada!... qué bien... pero ¿alcanzará para todos?... mirá que ese cuquito es bien petizo.

Todos los días de guardia se escuchaba el mismo diálogo de los ya veteranos practicantes que, a manera de ablandamiento psicológico, mantenían en permanente tensión a los postulantes que se peleaban el privilegio de ser bautizados. El equipo de practicantes estaba integrado por diez estudiantes de los últimos años de medicina, el más antiguo era el Practicante Mayor y le seguía, en estricto orden de ingreso al servicio, el Menor; luego venía el Tercero, el Cuarto y así sucesivamente hasta llegar al último y Décimo practicante. Se acostumbraba tener en el banquillo de los suplentes dos o tres postulantes aptos para ser bautizados en el caso de producirse alguna vacante, la misma que en forma automática lograba el ascenso de todos los demás que se encontraban por debajo de la plaza desocupada. Los “perros” asistían a la guardia pero no podían realizar ningún tipo de actividad por su cuenta, sólo obedecían órdenes de los que ya habían logrado el tan codiciado rango de practicante.
“Ché, petizo, hacé la historia del 10”; “petizo, ponele la chata a la vieja del 14”; “que vaya el perro a comprar la pizza”; “ché, perrito, cebáte unos mates” y el perro, humildemente, tenía que hacer todo lo ordenado si quería llegar a ser Practicante y seguir escalando posiciones hasta el nivel de Practicante Mayor, con casi igual poder y funciones que el mismo Jefe de Guardia.
- Ché perrito, hacéle la historia al linyera...
- Pero, jefe, de dónde salió el pordiosero...
- Che, vos no hagás preguntas y hacéle la historia... y completa, que te vamos a tomar examen...
- ¿Completa; jefe? en emergencia no se hace historia completa...
- Mirá “perrito”, vos has venido a aprender y no a enseñar; quiero la historia clínica completa, con todos los exámenes semiológicos... incluído, tacto rectal.
El entusiasta estudiante no pudo disimular un gesto de rebeldía el mismo que se transformó en repulsión al mirar al desorientado pordiosero que, sin saber qué hacía en ese desconocido lugar, observaba idiotizado todo lo que se encontraba a su alrededor moviendo sus negros ojos enrojecidos por el licor. El olor que despedía hacía más insoportable la escena de andrajos, no obstante el esfuerzo de la vieja enfermera que insistente accionaba el disparador del desodorante de ambiente, tratando de contrarrestar el nauseabundo olor.
- Che, peruanito, parece que hoy te bautizan; víste el linyera que te han traído... ¡mirá ché! qué mugre -expresó Angelita dejando a un lado el recipiente agotado del desodorante.
- ¡Qué lo parió che! ¿cómo huele el turro este?; la puta, que olor a... -exclamó sin poder contenerse el jefe de enfermeros conocido como el Gallego debido a su origen español.
- Ché, peruanito, andá pensando que te vas a tener que poner con una pizza -pedía Angelita medio en broma mientras comenzaba a desvestir al pordiosero transformado en paciente- mirá el laburo que nos va a dar tu bautizo.
El candidato a practicante no abría la boca, mudo contemplaba la escena mientras pensaba cómo haría para hacerle el tacto rectal al cada vez más confundido hombre que sin protestar se dejaba quitar los harapos, mirando absorto a la locuaz enfermera.
- Ché, pibe, ¡despertá!... andá, pedíle a Servicio Social que nos mande ropa... ¡Ehh!, pibe, despertá! hacé algo... ¿qué andás pensando? -terminó por decir la enfermera como renegando del nuevo trabajo.
- Jefa, cómo hago para hacerle el tacto rectal? -tímidamente preguntó el candidato al bautizo.
- Mirá, no sé; no creo que se deje... -comenzó a responder Angelita buscando alguna solución al interrogante del joven estudiante.
- Mirá, pibe, vos no te hagás problema, sólo hacé la finta del tacto y poné en la historia que es normal, porque el turro este ni en joda se va a dejar meter el dedo y hasta te puede cagar a golpes -se apresuró el Gallego a aconsejar, saliendo en auxilio del asustado candidato- tenés que ser canchero peruanito, si no podés meterle el dedo al turro, metéselo al jefe; vos anotá nomás que el tacto es normal... y vas a ver que nadie le va ha preguntar al turro si le han metido el dedo y, mucho menos, se lo van a meter... peruanito, hay que ser cancheros en esta vida...
Comenzaba a recibir su primera lección de la guardia, el practicante debía ser “canchero”, debía ser hábil y rápido para la toma de decisiones y resolver los problemas y el Gallego, viejo enfermero próximo a jubilarse, se transformaba en el primer maestro y guía del joven postulante.
- Ché, perrito, terminaste la historia?.
- Por supuesto, jefe... –contestó el futuro practicante entregando solícito el escrito.
- Parece que está bien; ¿qué encontraste en el tacto rectal?...
- Normal jefe, el esfínter tenía buen tono...

De pronto el interrogatorio fue interrumpido por los gritos de “hay que llevar el perro al matadero” y lentamente comenzó a desplazarse, rumbo a la amplia sala del servicio de esterilización, la procesión de practicantes jalando a su “perro” mediante una burda venda atada al cuello. De repente alguien dijo “ché, los perros no caminan en dos patas” y el “perro”, entendiendo el mensaje, resignado se puso a gatear avanzando con gran dificultad por el dolor que despertaba el duro piso en sus rodillas. Temeroso traspuso la puerta intentando ponerse de pié casi en el mismo instante que la luz se encendía y una torrencial lluvia de antiséptico rojo, huevos, salsa de tomate y talco caía sobre el desprotegido “perro” al compás de sonoros aplausos y gritos de bienvenida. El bautizo había comenzado, sólo atinó a cerrar los ojos y a escupir constantemente la grumosa mezcla formada con tan curiosos ingredientes.

Su reciente vestimenta de guardia, de un blanco inmaculado y comprado especialmente para su orgulloso estreno, rápidamente quedó peor que mantel de restaurante barato después de una noche de juerga. “El pelo, el pelo!” -pedían a grandes voces los asistentes al magno espectáculo; “no, mejor la barba; sí, la barba!” -reclamaban otros y poco a poco comenzó a quedar blanca la mitad derecha de la cabeza ante el firme pulso del jefe de cirujanos que con gran maestría rasuraba usando una simple hoja de bisturí. Logrado su objetivo ofreció la filosa hoja al viejo y simpático regordete jefe de guardia que, entre aplausos y bromas, se abría paso para hacerse cargo de la tupida barba. “No te movás peruano que te dejo sin jeta” -repetía a cada rato mientras pacienzudo rasuraba con el pulso firme de los veteranos la mitad de la cara, dejando sin pelos toda la parte izquierda del orificio de la boca

“El baño, la del baño” -comenzó a pedir a los organizadores el público asistente al singular evento. “Cuál será la del baño” -se preguntó mentalmente el principal protagonista de la obra que, dócilmente, se dejaba conducir por el director de escena. De repente todo quedó oscuro ante la fuerte venda que tapó sus ojos a la par que los latidos de su corazón aumentaban por la ansiedad que le producía el no conocer el capítulo siguiente. “Hasta ahora el bautizo está suave, en el Leoncio Prado fue más jodido” -se repetía dándose ánimos y sintiendo que lo estaban desvistiendo. “¡Carajo, qué me van a hacer?” -exclamó sin poderse contener al sentirse levantado en vilo. Sólo risas escuchó por respuesta y un sonoro coro de “el perro es maricón, el perro es un cagón, el perro tiene miedo...”- mientras se daba cuenta que era acostado en la fría mesa de mármol usada para preparar el material de trabajo; sólo lo cubría íntimamente su viejo calzoncillo que a duras penas se había salvado del rápido desalojo de su vestimenta.

Uno a uno sus cuatro miembros fueron atados en dirección a las patas de la maciza mesa. Su mente volaba y hacía círculos alrededor de los primeros días en el Colegio Militar recordando que su cabellera también fue presa fácil de los cadetes de año superior conocidos como chivos y vacas que se desquitaban del bautizo recibido cuando les tocó ser perros. Casi volvía a sentir cómo los pocos pelos de su incipiente barba, uno a uno, eran arrancados con el cuento que la cara de un perro tenía que parecerse a las nalgas de un bebé y así, comenzaron a desfilar por su cerebro, una a una, las distintas pruebas del bautizo leonciopradino como el ángulo recto y la posición caca. “¿Qué carajo me harán ahora?, a lo mejor la catarata por lo del baño” -se preguntó el bautizado resignado a repetir las experiencias del pasado.

Continuaba atado a la mesa esperando la broma siguiente; su mente, quieta, acompañaba el silencio de la concurrencia que de pronto se dejó sentir. Estaba tratando de adivinar lo que venía cuando, sin mediar preámbulo alguno, un líquido tibio y salado comenzó a deslizarse entre los labios salpicando toda su cara a la vez que escuchaba “no lo meen... ¡ché! no lo meen... el perro no es árbol... ¡ché, no seás hijo de puta!... ya no lo meés al perro” y la fiesta retomó su eufórico brillo a la par que el bautizado movía la cabeza y escupía el salino líquido. Por momentos el chorro se incrementaba y se cortaba con los movimientos de ascenso y descenso que el practicante mayor de la guardia le impartía a la pequeña tetera, la misma que usaban para cebar el típico mate y que minutos antes habían llenado de agua salada entibiada en el mechero de la sala de esterilización.

El bautizado no dejaba de escupir, movía desesperado los brazos tratando infructuosamente de liberarse de las vendas que lo ataban a la mesa de trabajo. De pronto dejó de caer el tibio líquido y se apagaron las risas y la chacota, quieto, sin dejar de escupir, trataba de escudriñar el silencio en pos del paso siguiente cuando escuchó la violenta exclamación de protesta del clínico de guardia que, alzando la voz, comenzó a decir “¡ché!... vos tas loco ¿qué hacés?... ¡ché, no te cagués en el perro!... ¡ché, pará, no seás boludo, no te cagués en el perro, quedamos que sólo lo mearías!...”

Casi al instante que escuchara la protesta juntó los labios y los dientes apretándolos fuertemente, transformando su boca en una barrera invencible justo en el momento que comenzó a sentir que le caía una tibia masa viscosa y mal oliente en la cara. Su desesperación creció cuando el rictus impenetrable de sus labios era vencido por la cuchara que diestramente manejaba el practicante menor, tratando de introducir dentro de su boca la pestilente masa. Se sentía agotado, ya no soportaba la cochinada que le hacían, sus venas se hinchaban de furor y estaba a punto de abandonar cuando de pronto la masa pegajosa traspuso la barrera dental y percibió el sabor característico del café mezclado con la típica yerba mate argentina; el “ché, no te cagués en el perro” finalmente no llegó a surtir todo el efecto que buscaban, la masa de borra de café y yerba mate batida con vaselina tibia, había sido identificada tranquilizando un poco al asqueado postulante que aún sentía el nauseabundo olor producido por la bombita pestilente, adquirida en una tienda de artículos para chascos.

Todavía seguía escupiendo los restos de la peculiar mezcla cuando escuchó el pedido para que las mujeres se retiren, los nuevos capítulos que seguían eran sólo para hombres. Sin darse cuenta una filosa tijera lo despojó de la última prenda que lo cubría exponiendo totalmente sus órganos genitales. Nuevamente comenzó a sentir ansiedad al notar que una cálida mano trajinaba por sus testículos -“hijos de puta, me van a masturbar”- pensó rápidamente intuyendo el capítulo que se venía a la vez que se contorneaba moviendo constantemente la cintura y despegando las nalgas de la mesa. “¡Ché!... agarrá al perro que le ha dado convulsiones” -pidió el que trataba de sujetar uno de los testículos del candidato a practicante logrando que varios brazos lo fijaran fuertemente a la mesa. Con pasmosa tranquilidad y mediana delicadeza, agarró el testículo derecho y comenzó a rodearlo con un largo y grueso hilo de cirugía, aislándolo del resto del escroto, para luego terminar atándolo fuertemente.

La tranquilidad de saber que no lo estaban masturbando despertó su curiosidad y aguzando al máximo sus sentidos trató de indagar lo que pasaba con el testículo que seguía prisionero. Sólo silencio y alguna pícara risita percibía cuando su concentración se vio interrumpida por el jalón que el nuevo actor de la escena, le dio a la pita con el solo fin de probar que esta no soltaba a su presa. La chacota de la audiencia fue inmediata, a gritos comenzaron a pedir “el Babinsky, el Babinsky”. y lentamente, cual ceremonia ritual, empezó a amarrar el otro extremo del hilo al dedo gordo del pie derecho, cuidando que este quedara lo suficientemente templado y fijo en sus dos puntas. Con voz pomposa solicitó silencio a la audiencia y exclamó: “a continuación, vamos a examinar si el perro tiene reflejos para ser un buen practicante” y, acto seguido, procedió a raspar con el extremo posterior de una delgada cucharilla de té la planta del pié correspondiente al dedo atado, igual como si estuviera tomando el reflejo de Babinsky. La respuesta del bautizado no se hizo esperar, casi de inmediato movió el aprisionado dedo gordo seguido de todo el extremo final del miembro inferior, sintiendo simultáneamente un fuerte jalón en el prisionero testículo que le removió las entrañas. “Che, el perro pasó el examen, tiene buenos reflejos; mirá ché, tiene reflejos muy vivos” -exclamó el examinador cambiando la técnica de estimulación por las simples y comunes cosquillas que, por más que el bautizado se concentraba, provocaban el movimiento instintivo del pie con la consiguiente tensión del hilo y este a su vez jalaba al prisionero testículo. El escuchar que “había pasado el examen” elevó su moral al extremo que casi no le causaron dolor los siguientes tirones del sorprendido elemento sexual.

Nuevamente sintió que trajinaban por sus órganos genitales, en otras circunstancias estaba seguro que similar acción hubiera despertado al ahora asustado miembro viril que, temeroso de ser una víctima más del bautizo, se había escondido hundiéndose en la profundidad del tejido pubiano. De pronto se hizo la luz, la venda que tapaba sus ojos cayó de un solo tirón sobre la mesa, la sorpresiva luminosidad continuó encegueciendo al bautizado que ansioso por ver lo que pasaba se esforzaba en acomodar su diafragma visual. Las imágenes de rostros alegres y eufóricos giraban vertiginosamente a su alrededor cual carnaval de locura, no alcanzaba a distinguirlos, sólo aparecían rápidos reflejos de caras borrosas como si mirara a través de un vidrio empañado hasta que poco a poco se fueron aclarando.


“Acto seguido, probaremos el valor del perro que quiere ser practicante de la guardia” –anunció, solemnemente, el titular de la siguiente prueba. De inmediato la concurrencia entre aplausos y bromas comenzó a gritar: “el cartucho... el cartucho...”
La mano seguía trajinando sus intimidades. “Qué carajo me van a hacer?” –preguntó nervioso obteniendo por respuesta nuevamente bromas y burlas como “che, el perro tiene miedo; mirá, che, tené cuidado, que de cagón te puede mear...” -haciendo que el temor desapareciera por puro amor propio y deseo de llegar a ser un practicante de la guardia.

Animado el nuevo ejecutor del bautizo por la aprobación de la concurrencia, continuó hurgando la zona genital sin encontrar reacción alguna en el empequeñecido miembro viril que encogido apenas asomaba su extremo distal tratando de pasar desapercibido entre los largos pelos pubianos. “¡Che!, el peruano no tiene pito, es puro pelo” -dijo el practicante desenrollando los ensortijados bellos del pubis. “¡Qué marche un pubis!” pidió uno de los concurrentes confundiendo la mencionada región anatómica con un sabroso platillo de restaurante porteño. El pedido no se hizo esperar, casi por arte de magia apareció en la mano del practicante la vieja máquina de afeitar que rauda comenzó a devorar los sorprendidos pelos, dejando totalmente al descubierto el alicaído miembro viril. Acto seguido, tomó entre sus dedos con pasmosa precisión, producto de la infinidad de sondas vesicales colocadas, el desprotegido pene y comenzó a envolverle y a pegarle con cinta adhesiva un largo cartucho fabricado de papel ante la sorpresa del bautizado que pensaba que esta vez, si iba a ser masturbado. Nuevamente se hizo el silencio en el concurrido ambiente, el bautizado esperaba rígido lo inesperado cuando de pronto vio que el practicante acercaba el mechero y prendía fuego al extremo más alejado del cartucho al unísono que la audiencia exclamaba: “¡ché! no le quemés el pito al perro”, “¡ché, no seás hijo de puta, no lo jodás al perro!”. Aterrado veía como lentamente avanzaba el fuego acercándose a su antes orgulloso y apuesto miembro viril, desesperado comenzó a encoger las nalgas tratando de alejar su cada vez más reducido pene de las llamas que crecían; el fuego, arrollador, consumía el largo cartucho y se aproximaba a su extremo final, cuando, de pronto, la hábil mano del practicante de un solo zarpazo arrancó lo poco que quedaba del enrollado papel a la par que chorros de agua helada caían sobre la zona siniestrada. El alivio psicológico que le produjo el agua fría y los aplausos de sus nuevos compañeros que felicitaban la prueba concluida y aprobada, dio nuevos ánimos al postulante; pero, quien mejor se sintió fue el reducido miembro viril que, agradecido y retomando su antiguo orgullo, aumentó de tamaño para sorpresa y envidia de la concurrencia.

- Jefe, el perro parece bueno, está pasando todas las pruebas...
- Tiene fibra el peruano; y ahora qué le van a hacer?.
- Sigue el enema de vino...
- No, de ninguna manera, ya les dije que enema de vino no; no quiero problemas, mirá lo que pasó en el bautizo anterior...
- Pero Jefe, tenemos que probar si es bueno para el trago...
- ¡He dicho que no!.
- Entonces, lo cambiamos por un enema de agua jabonosa; la tradición tiene que cumplirse...
- Che, dejáte de joder con los enemas...
- Jefe, apenas medio litro, es la tradición...
- Bueno, pero tené cuidado; mirá que a lo mejor no aguanta y se le viene todo.
Casi a punto del agotamiento físico y psíquico, el bautizado no pudo dejar de escuchar el diálogo enterándose que la siguiente prueba era el enema, pero que por disposición del Jefe no sería de vino sino de agua. “Carajo, si me ensucio en la mesa... ¡puta, que papelón!” se dijo para sí y su mente se transportó nuevamente al pasado...
- Ese cadete que va al baño... ¿a dónde va?
- Al baño mi suboficial.
- Y... ¿con permiso de quién, oiga?
- Es que me duele el estómago, mi suboficial.
- Repito... ¿quién le ha dado permiso?
- Nadie mi suboficial, pero ya no aguanto...
- Ya no aguanta qué...
- El “dos” mi suboficial.
- Oiga, y... ¿quién carajo le ha dado permiso para que su trasero funcione?
- Es que no aguanto, mi suboficial.
- ¡Oiga!... ¿es hora de estudio o de cague.
- ¡De estudio, mi suboficial!
- Entonces... ¿qué carajo hace usted camino al baño en lugar de estar en su aula estudiando?
- Es que no aguanto mi suboficial, me gana mi necesidad...
- Y a mi qué carajo me importa que no aguante; en esta hora le toca funcionar a su cerebro y no a su trasero... su trasero puede esperar...

En el Colegio Militar le habían enseñado a ser hombre y el hombre sabe aguantar, por eso estaba seguro y confiado que el enema sería papayita para su experimentado trasero. La sensación que algo duro se introducía entre sus nalgas lo sacó de su pasado y lo trajo al presente, instintivamente apretó las nalgas pero ya era tarde, suave y decidida se había deslizado la sonda lubricada con densa vaselina penetrando hasta la profundidad de sus entrañas, ni tiempo de moverse para evitar la profana osadía tuvo; nada pudo hacer para conservar invicto el conducto que hasta ese momento sólo había dejado salir, pero nunca antes entrar nada. De pronto, la sonda se detuvo quedando únicamente una sensación rara de ano ocupado, no sentía dolor alguno, sólo deseos imperiosos de pujar. Avergonzado por el pudor vencido miró a sus casi ya nuevos compañeros, todos celebraban la victoria lograda sobre el humillado orificio; un rojo color cubría su rostro cuando sintió que sus entrañas se inflaban por dentro incrementando las ganas de pujar. Antes que el esfínter anal fuese nuevamente derrotado y dejara escapar el contenido de sus entrañas hizo un profundo respiro y se dijo mentalmente: “cadete! su trasero puede esperar” y puso a funcionar su cerebro.

Los minutos pasaban raudos, el líquido jabonoso ya había ingresado del todo y la sonda abandonado su precario alojamiento y nada regresaba al exterior. El bautizado empezó a respirar tenuemente conteniendo por largos momentos la respiración a la vez que se repetía “es hora que el cerebro funcione”. La concurrencia comenzó a incomodarse por la larga espera y sin retirar la mirada del trasero del futuro practicante, murmuraban su descontento; no faltó el apurado que pidió “enchúfale otro medio litro de enema” desconcertando momentáneamente al aguantador bautizado, pero, el Jefe, interviniendo rápidamente, desechó el nuevo pedido generando una protesta casi unánime de los presentes. Aburridos por la falta de acción pidieron a coro “el yeso, el yeso”; “no che, esperemos, enseguida sale” -protestó el pacienzudo del grupo sin dejar de mirar el orificio anal esperanzado en ver salir algo. El más nuevo de los practicantes, emocionado por ser la primera vez que participaba en un bautizo -el último había sido el de él- presuroso remojaba las vendas de yeso guiado por uno de los traumatólogos de servicio.

- Ché, perro... o mejor dicho, casi practicante, ya te podés levantar -ordenó el Practicante Mayor desatando sus ligaduras.

Con movimientos lentos y sin dejar de apretar las nalgas, comenzó a sobarse las doloridas muñecas; apoyó las manos sobre la mesa y levantó la cabeza, luego hizo lo mismo con el dorso hasta quedar sentado sobre el frió y mojado mármol. Uno a uno miraba a sus compañeros, todos lo palmoteaban y le revolvían el poco pelo que le quedaba en la mitad izquierda de la cabeza.

- Vamos che, tenés que pararte, que el yeso se pasa -ordenó nuevamente el Practicante Mayor.
- Qué, todavía falta? -alcanzó a preguntar con voz tenue el bautizado.
- Che, vos qué creés que la joda terminó... vamos, ponéte de pié.
Tenía miedo ponerse de pié, no confiaba en su esfínter vulnerado. Sin atinar a nada permanecía sentado sobre la mesa con las piernas flexionadas tratando de esconder sus trajinadas pobrezas. Poco a poco comenzó a deslizarse sobre el lubricado mármol cuando de pronto sus compañeros lo levantaron en vilo y lo dejaron parado sobre el suelo.

- Che, tenés tres minutos para ir al baño que aquí te esperamos con el yeso listo.
No esperó escuchar nuevamente la indicación, con las justas alcanzó el baño y pudo evacuar de manera explosiva el agua contenida en su interior. Más aliviado y, en un menor tiempo que el otorgado, salió para hacer frente a la prueba siguiente.

De inmediato se inició el desfile, uno a uno los médicos de planta y los practicantes comenzaron a envolverle las vendas de yeso alrededor de todo su cuerpo. A medida que el yeso lo cubría, la sensación de opresión crecía; en pocos minutos quedó totalmente vestido con el blanco vendaje, sólo unos orificios dejaban ver la nariz, los ojos y la boca. Lentamente comenzó a sentirse paralizado y sofocado por el calor que el yeso despedía al secarse; la impotencia de no poder mover ninguna parte de su cuerpo, le quitó las ganas de defecar.

La euforia había bajado un poco y la concurrencia ya no era numerosa, la noche casi estaba pasando y la madrugada se acercaba, sólo quedaban los practicantes sujetando al nuevo integrante para mantenerlo parado mientras el yeso fraguaba; a medida que este secaba, el nuevo traje se tornaba más duro y apretado calzando perfectamente en todos los contornos del prisionero cuerpo. El recién bautizado no decía nada, sólo trataba de acomodarse lo mejor posible antes que el yeso se endureciera del todo. De pronto alguien dijo “ya podemos comenzar el paseo” y sin mucho esfuerzo por su pequeño tamaño, lo acostaron sobre una camilla dándose inicio al largo viaje de turismo que comprendía todos los ambientes del hospital con personal de turno. En cada servicio que hacían escala lo presentaban como un nuevo miembro de la guardia y el personal, de inmediato, le tiraba un chorro de antiséptico rojo dándole la bienvenida. Una a una las dependencias fueron visitadas llegando a su fin el periplo, parecía que el paseo terminaba pero la camilla, en lugar de ser dirigida a la gran sala de guardia, ingresó al ascensor sorprendiendo nuevamente a su cansado pasajero. “A dónde me llevan” -preguntó el bautizado casi sin abrir la boca debido a la rigidez del yeso. “A descansar” -le contestaron al unísono sus compañeros. “Pero estamos bajando y los dormitorios quedan en el segundo piso” -insistió. “A descansar te hemos dicho, pero no dónde” -contestó uno de ellos acompañado por un coro de risas que hicieron retumbar las paredes metálicas de la estrecha caja del ascensor.
Desorientado por la coraza de yeso que sólo le permitía visualizar el cielo raso del desconocido trayecto, comenzó a preocuparse por su nuevo destino. Otra vez la ansiedad entraba a su pecho. La poca luz apenas dejaba distinguir las características del bajo techo, pero su constante trajinar rumbo a la morgue en busca de piezas para sus prácticas anatómicas, hizo que reconociera el largo y angosto túnel que conducía al sombrío mortuorio. Por eso, los repentinos gritos de “¡a la morgue! a la morgue... hay que llevarlo a la morgue!” mezclados con eufóricas risas, no sorprendió al novel practicante que ya había retomado nuevamente la perdida confianza.

- !Che, mirá cuántos muertos hay!
- Qué lo parió, che; cómo se muere la gente, por lo menos va estar bien acompañado el peruanito.
- Ché, lo dejamos al lado de ese gordito para que no pase frío...
- Mirá, che, dejálo donde quieras y volemos... que nunca me gustó la morgue...
- Sí, pero no hay que olvidarnos que más tarde lo tenemos que regresar a su casa...


La semana pasó y trajo consigo el nuevo día de guardia con su característica rutina de trabajo; de pronto “¡oye perro! no sabes que todas las guardias tienes que traer el periódico para los practicantes” se dejó escuchar sonoramente en una de las salas de atención ambulatoria haciendo que las miradas, con curiosidad supina, convergieran sobre una cabeza totalmente rapada.
- Che, viste cómo manda el peruano; hijo de puta, los tiene cagando a los nuevos perros?
- Viste, al final, resultó ser un milico...



Luis Baca, Felix Zip, Marco Cueva, Jorge Moscol, Cesar Heredia, Luis Infantes
En Chimbote,  recordando viejos tiempos en La Plata

1 comentario:

  1. me interesa establecer contacto para concretar algunas entrevistas de un estudiante que está escribiendo la historia de los peruanos en La Plata

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