sábado, 31 de julio de 2010

La UNLP reconstruye la lista de sus desaparecidos por la dictadura

Facultad de Medicina UNLP- 2007
De esta manera la Universidad Nacional de La Plata brinda su homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado que pasaron por sus claustros. Como un homenaje a las víctimas de la represión, la Universidad Nacional de La Plata, a través de la Dirección de Derechos Humanos, trabaja en la confección de un listado con los nombres de los casi 700 desaparecidos y asesinados víctimas del terrorismo de Estado que pertenecían a algunos de los claustros de esta Universidad. La Dirección solicita a todos los miembros de la comunidad universitaria y a la sociedad que acerquen sus aportes y correcciones a la información que ha sido suministrada desde las diferentes unidades académicas y organizaciones de derechos humanos.

(Aqui encontramos a varios compatriotas nuestros, otros estudiantes y muchos de los que fueron nuestros docentes. Nuestro mas calido homenaje)

Abachian, Juan Carlos
Abad, Susana Beatriz
.................................
Achem, Rodolfo Francisco (el turco)
Castro Cuba Muñiz, Helmer Fredy (peruano, cuzqueño)
Urmeneta Luján, Arturo Alfonso (peruano, el loco Arturo)
Rodriguez Juan Carlos (nuestro profe de Toxicologia)
Rusconi, Enrique  (delegado del CEM)

 sigue la lista, que puede verse completa  en

http://www.unlp.edu.ar/articulo/2008/6/11/listaddhh

Email de contacto: nominaddhh@presi.unlp.edu.ar

miércoles, 28 de julio de 2010

JORGE BACA LUNA

Correspondió a nuestra generación, que en la década del 60 llegamos por cientos a La Plata, conocer a Jorge que era uno de los principales dirigentes del Centro de Estudiantes Peruanos. A nuestra llegada en 1965, jóvenes con ilusiones, lejos de nuestras familias, necesitábamos el apoyo de las personas maduras con mas experiencia que nos orientaran en los estudios y en la vida, el nos brindó mucho de todo ello a partir de su persona y de la institución que dirigía.


Había llegado a La Plata en 1960 y fue dirigente del Centro de Estudiantes Peruanos por muchos años y Presidente del mismo en 1964-65-66, Fue miembro activo y secretario del Centro de Estudiantes de Medicina de la UNLP y líder universitario en la ciudad de La Plata. Protagonista de importantes luchas por los derechos de los estudiantes peruanos y argentinos, uno de los cuales fue la toma de la Embajada Peruana en agosto de 1966, cuyo relato se detalla mas adelante.


Durante su periodo integramos las comisiones de cultura y junto a otros estudiantes peruanos se promovió el Grupo de Teatro Javier Heraud, el Grupo Folklorico Korequenque, y muchas otras actividades que se describen en otra parte de este libro (pendiente por publicar).

Estudio medicina y se graduó en 1967 regresándose al Perú en 1969. En Chimbote se integró al Hospital de la Caleta y después al Hospital Regional Eleazar Guzmán Barrón, Fue promotor y fundador de la Posta Médica Tupac Amaru de la Urb. El Carmen, y de la Posta de la Mujer de 2 de Junio, docente de la Universidad Privada San Pedro en la Escuela de Obstetricia. Hizo una maestría y doctorado en Educación Superior.

En su carrera política salio elegido Concejal del Municipio de Chimbote en 1976, Diputado de la nación en 1985-90 y nuevamente reelegido en 1991-1992 cuando Fujimori cerró el parlamento. Ha sido Presidente del Comité de Defensa y Desarrollo de los Intereses de Ancash.

Como medico se dedicó a la Gineco-Obstetricia y la docencia en la Universidad San Pedro de Chimbote, y actualmente impulsa una Maternidad en La Posta de la Mujer de 2 de Junio en convenio con la.Universidad San Pedro y el Ministerio de Salud
Jorge Baca en La Plata- 1967

JORGE MOSCOL GONZALES - MEDICO-DOCENTE-NARRADOR

“Lambrecito” como le decían por ser discípulo del Dr.Rómulo Lambre, eminente profesor de Anatomía de la Facultad de Medicina de la UNLP. Moscol, destacó desde temprano por su labor docente. El mismo nos relata en el prologo de su libro “Técnicas de conservación en Anatomía” lo siguiente: “Las primeras investigaciones las inicie siendo ayudante alumno de Anatomía de la Facultad de Ciencias Medicas de la Universidad Nacional de La Plata- Republica Argentina. Ingrese a la docencia en el año de 1967 habiendo pasado por la tres cátedras de Anatomía Normal con que cuenta le mencionada facultad, para finalmente quedar en la Cátedra II a a cargo del profesor Rubén Plá, de quien guardo gratos recuerdos. Posteriormente formamos la cátedra de Anatomía Funcional dependiente de la Facultad de Humanidades, de la misma universidad, el Laboratorio de Técnicas Anatómicas, al cual bauticé con el nombre de “Profesor Rómulo Lambre” en homenaje al inolvidable anatomista platense, quien dedicó su vida a esta disciplina y fuera mi maestro en los inicios de mi carrera. Por disposición del profesor Dr. Manuel Enrique Florián Díaz, maestro y amigo, me hice cargo del laboratorio donde desarrollamos diversos trabajos de investigación, muchos de los cuales han sido publicadas internacionalmente”.

Anatomía era la asignatura mas exigente de toda la carrera de medicina y hacia abandonar los estudios de la mayoría de los ingresantes, por lo que exigía mucha practica y refuerzo que era brindada por Moscol a muchos peruanos, en su calidad de ayudante alumno (practica muy difundida en las universidades argentinas). Su casa, donde vivía en la calle 64 estaba llena de cerebros, manos, piernas, huesos y otras visceras que servían para el repaso de esa dificil asignatura, que era parte de su trabajo docente y de investigación.. Quien conozca su taller actual, es una biblioteca, archivo y museo de algunas piezas trabajadas para la enseñanza de las ciencias morfologicas.

Fue también solidario con la colonia peruana y participó en la Toma de la Embajada Peruana en Buenos Aires y pudo rescatar con Jorge Baca después de casi 30 años,. las escenas filmadas de ese histórico acontecimiento que ahora lo tenemos en DVD y algunas de cuyas fotos se publican.
A su regreso a Perú continuó su obra docente integrando la cátedras de Anatomia de la Universidad Federico Villareal y asesorando a otras cátedras como la de la Universidad San Pedro de Chimbote donde fue nombrado profesor Emerito y fundador de los Talleres de Disectores.

Se especializó en Neurocirugía, habiendo sido cirujano del Hospital Militar y Guillermo Almenara de EsSalud. Ha sido Director del Hospital Nacional de Emergencias Casimiro Ulloa y  Director la Oficina General de Defensa Nacional del Ministerio de Salud.

Destaca también como narrador habiendo publicado el libro de cuentos “El medico y sus enredos” y ha sido ganador de los concursos nacionales de cuento del Colegio Medico del Perú y del Hospital 2 de Mayo. Recientemente ha publicado la novela "Los otros rehenes" sobre la toma de la casa del Embajador de Japón. Uno de sus cuentos se publica en este blog.

************************************************
EL BAUTIZO

“A la morgue!... a la morgue, hay que llevarlo a la morgue!” –gritaban, cual eufóricos guerreros victoriosos, mientras empujaban por los angostos pasillos del hospital la oxidada camilla transportando un cuerpo envuelto totalmente en blancas vendas de yeso; la mortecina iluminación apenas alcanzaba a dar claridad al tumulto de anchos mandiles blancos que, al compás del desplazamiento alegre de sus dueños, se movían al aire como alas alborotadas, acercándose cada vez más al final del estrecho túnel que desembocaba en el lúgubre depósito de cadáveres, ubicado en la parte más alejada del viejo nosocomio.

Horas antes se había dado inicio al bautizo del joven aspirante a practicante, que motivado por su deseo de aprender, solicitó ingresar al hospital docente más importante y cotizado de la ciudad, no obstante su tradicional y dura prueba de admisión.
- Doctor, deseo ingresar a la guardia de su hospital...
- ¡Che? estás seguro?; mirá, pibe, en mi guardia hay bautizo, es la tradición y los practicantes son unos hijos de puta...
- Lo sé jefe, pero se aprende bastante en su guardia...
- Ah... si vos querés aprender, bárbaro... pero el bautizo, es una joda...
- Jefe, más o menos he estado averiguando y creo que lo puedo pasar, yo he estudiado en un colegio militar...
- Che, no me digás que sos milico? mirá, peruanito, nosotros no aceptamos milicos en la guardia!.
- Jefe, no exagere; sólo estudié la secundaria en el Leoncio Prado, es un colegio normal pero militarizado...
- Sos milico, peruanito... aquí en Argentina se les dice liceos y son para gente pituca...
- No tanto jefe, a mi colegio cualquiera entra; pero eso sí, una vez adentro a todos los bautizan. Por eso conozco lo que es un bautizo; ¡yo lo pasé en el Leoncio Prado!, el que quiere quedarse aguanta nomás por que al año siguiente le hace lo mismo a los nuevos. Por eso estoy seguro que paso el bautizo de su guardia, jefe.
- No, peruanito ¿vos estás loco?... en mi guardia pocos han pasado el bautizo; casi todos se han quedado en el enema de vino...
- ¡Cómo qué enema de vino, jefe?.
- Ves, pibe, vos no sabés nada... no te han contado toda la técnica... mínimo medio litro de vino por el trasero...
- ¡Jefe! eso emborracha a cualquiera...
- Pero ¿vos sos boludo o te hacés pibe!... si de eso se trata.
- En el Leoncio Prado no se ponía enema a los perros...
- ¿A qué perros, ché?.
- A los que recién entran se les dice perros...
- ¡Che! igual que en la guardia, también les decimos perros a los que recién entran y todavía no están bautizados.
- ¿Lo ve, Jefe? es igualito, estoy seguro que paso el bautizo; soy chatito pero aguantador.
- ¿Qué quiere decir “chatito” en tu idioma, pibe?.
- Bajito, jefe...
- ¡Ah! petizo...
El viejo Policlínico, con sus cuatro manzanas completas de extensión, era el más grande hospital de la Capital de la Provincia de Buenos Aires y todos aspiraban entrar a su Servicio de Emergencia para comenzar sus prácticas de medicina. La forma de ingresar era a través de algún conocido que lo presentaba ante el jefe de guardia y después de unas semanas de prueba, los aceptados tenían que dar su examen de admisión mediante el tradicional bautizo. El joven alumno y a la vez docente de anatomía, trataba de convencer al jefe de curso para que lo presente en su guardia y así tener opción a rendir la peculiar prueba.
- ¡Che! ¿te enteraste?; en la noche comemos perro...
- En serio, ché.
- Sí, el jefe ha dicho que hoy muere un perro.
- Y ¿cuál perro es el elegido?.
- Mirá, no sé, pero parece que es el perrito de anatomía...
- ¡Cheee, carne importada!... qué bien... pero ¿alcanzará para todos?... mirá que ese cuquito es bien petizo.

Todos los días de guardia se escuchaba el mismo diálogo de los ya veteranos practicantes que, a manera de ablandamiento psicológico, mantenían en permanente tensión a los postulantes que se peleaban el privilegio de ser bautizados. El equipo de practicantes estaba integrado por diez estudiantes de los últimos años de medicina, el más antiguo era el Practicante Mayor y le seguía, en estricto orden de ingreso al servicio, el Menor; luego venía el Tercero, el Cuarto y así sucesivamente hasta llegar al último y Décimo practicante. Se acostumbraba tener en el banquillo de los suplentes dos o tres postulantes aptos para ser bautizados en el caso de producirse alguna vacante, la misma que en forma automática lograba el ascenso de todos los demás que se encontraban por debajo de la plaza desocupada. Los “perros” asistían a la guardia pero no podían realizar ningún tipo de actividad por su cuenta, sólo obedecían órdenes de los que ya habían logrado el tan codiciado rango de practicante.
“Ché, petizo, hacé la historia del 10”; “petizo, ponele la chata a la vieja del 14”; “que vaya el perro a comprar la pizza”; “ché, perrito, cebáte unos mates” y el perro, humildemente, tenía que hacer todo lo ordenado si quería llegar a ser Practicante y seguir escalando posiciones hasta el nivel de Practicante Mayor, con casi igual poder y funciones que el mismo Jefe de Guardia.
- Ché perrito, hacéle la historia al linyera...
- Pero, jefe, de dónde salió el pordiosero...
- Che, vos no hagás preguntas y hacéle la historia... y completa, que te vamos a tomar examen...
- ¿Completa; jefe? en emergencia no se hace historia completa...
- Mirá “perrito”, vos has venido a aprender y no a enseñar; quiero la historia clínica completa, con todos los exámenes semiológicos... incluído, tacto rectal.
El entusiasta estudiante no pudo disimular un gesto de rebeldía el mismo que se transformó en repulsión al mirar al desorientado pordiosero que, sin saber qué hacía en ese desconocido lugar, observaba idiotizado todo lo que se encontraba a su alrededor moviendo sus negros ojos enrojecidos por el licor. El olor que despedía hacía más insoportable la escena de andrajos, no obstante el esfuerzo de la vieja enfermera que insistente accionaba el disparador del desodorante de ambiente, tratando de contrarrestar el nauseabundo olor.
- Che, peruanito, parece que hoy te bautizan; víste el linyera que te han traído... ¡mirá ché! qué mugre -expresó Angelita dejando a un lado el recipiente agotado del desodorante.
- ¡Qué lo parió che! ¿cómo huele el turro este?; la puta, que olor a... -exclamó sin poder contenerse el jefe de enfermeros conocido como el Gallego debido a su origen español.
- Ché, peruanito, andá pensando que te vas a tener que poner con una pizza -pedía Angelita medio en broma mientras comenzaba a desvestir al pordiosero transformado en paciente- mirá el laburo que nos va a dar tu bautizo.
El candidato a practicante no abría la boca, mudo contemplaba la escena mientras pensaba cómo haría para hacerle el tacto rectal al cada vez más confundido hombre que sin protestar se dejaba quitar los harapos, mirando absorto a la locuaz enfermera.
- Ché, pibe, ¡despertá!... andá, pedíle a Servicio Social que nos mande ropa... ¡Ehh!, pibe, despertá! hacé algo... ¿qué andás pensando? -terminó por decir la enfermera como renegando del nuevo trabajo.
- Jefa, cómo hago para hacerle el tacto rectal? -tímidamente preguntó el candidato al bautizo.
- Mirá, no sé; no creo que se deje... -comenzó a responder Angelita buscando alguna solución al interrogante del joven estudiante.
- Mirá, pibe, vos no te hagás problema, sólo hacé la finta del tacto y poné en la historia que es normal, porque el turro este ni en joda se va a dejar meter el dedo y hasta te puede cagar a golpes -se apresuró el Gallego a aconsejar, saliendo en auxilio del asustado candidato- tenés que ser canchero peruanito, si no podés meterle el dedo al turro, metéselo al jefe; vos anotá nomás que el tacto es normal... y vas a ver que nadie le va ha preguntar al turro si le han metido el dedo y, mucho menos, se lo van a meter... peruanito, hay que ser cancheros en esta vida...
Comenzaba a recibir su primera lección de la guardia, el practicante debía ser “canchero”, debía ser hábil y rápido para la toma de decisiones y resolver los problemas y el Gallego, viejo enfermero próximo a jubilarse, se transformaba en el primer maestro y guía del joven postulante.
- Ché, perrito, terminaste la historia?.
- Por supuesto, jefe... –contestó el futuro practicante entregando solícito el escrito.
- Parece que está bien; ¿qué encontraste en el tacto rectal?...
- Normal jefe, el esfínter tenía buen tono...

De pronto el interrogatorio fue interrumpido por los gritos de “hay que llevar el perro al matadero” y lentamente comenzó a desplazarse, rumbo a la amplia sala del servicio de esterilización, la procesión de practicantes jalando a su “perro” mediante una burda venda atada al cuello. De repente alguien dijo “ché, los perros no caminan en dos patas” y el “perro”, entendiendo el mensaje, resignado se puso a gatear avanzando con gran dificultad por el dolor que despertaba el duro piso en sus rodillas. Temeroso traspuso la puerta intentando ponerse de pié casi en el mismo instante que la luz se encendía y una torrencial lluvia de antiséptico rojo, huevos, salsa de tomate y talco caía sobre el desprotegido “perro” al compás de sonoros aplausos y gritos de bienvenida. El bautizo había comenzado, sólo atinó a cerrar los ojos y a escupir constantemente la grumosa mezcla formada con tan curiosos ingredientes.

Su reciente vestimenta de guardia, de un blanco inmaculado y comprado especialmente para su orgulloso estreno, rápidamente quedó peor que mantel de restaurante barato después de una noche de juerga. “El pelo, el pelo!” -pedían a grandes voces los asistentes al magno espectáculo; “no, mejor la barba; sí, la barba!” -reclamaban otros y poco a poco comenzó a quedar blanca la mitad derecha de la cabeza ante el firme pulso del jefe de cirujanos que con gran maestría rasuraba usando una simple hoja de bisturí. Logrado su objetivo ofreció la filosa hoja al viejo y simpático regordete jefe de guardia que, entre aplausos y bromas, se abría paso para hacerse cargo de la tupida barba. “No te movás peruano que te dejo sin jeta” -repetía a cada rato mientras pacienzudo rasuraba con el pulso firme de los veteranos la mitad de la cara, dejando sin pelos toda la parte izquierda del orificio de la boca

“El baño, la del baño” -comenzó a pedir a los organizadores el público asistente al singular evento. “Cuál será la del baño” -se preguntó mentalmente el principal protagonista de la obra que, dócilmente, se dejaba conducir por el director de escena. De repente todo quedó oscuro ante la fuerte venda que tapó sus ojos a la par que los latidos de su corazón aumentaban por la ansiedad que le producía el no conocer el capítulo siguiente. “Hasta ahora el bautizo está suave, en el Leoncio Prado fue más jodido” -se repetía dándose ánimos y sintiendo que lo estaban desvistiendo. “¡Carajo, qué me van a hacer?” -exclamó sin poderse contener al sentirse levantado en vilo. Sólo risas escuchó por respuesta y un sonoro coro de “el perro es maricón, el perro es un cagón, el perro tiene miedo...”- mientras se daba cuenta que era acostado en la fría mesa de mármol usada para preparar el material de trabajo; sólo lo cubría íntimamente su viejo calzoncillo que a duras penas se había salvado del rápido desalojo de su vestimenta.

Uno a uno sus cuatro miembros fueron atados en dirección a las patas de la maciza mesa. Su mente volaba y hacía círculos alrededor de los primeros días en el Colegio Militar recordando que su cabellera también fue presa fácil de los cadetes de año superior conocidos como chivos y vacas que se desquitaban del bautizo recibido cuando les tocó ser perros. Casi volvía a sentir cómo los pocos pelos de su incipiente barba, uno a uno, eran arrancados con el cuento que la cara de un perro tenía que parecerse a las nalgas de un bebé y así, comenzaron a desfilar por su cerebro, una a una, las distintas pruebas del bautizo leonciopradino como el ángulo recto y la posición caca. “¿Qué carajo me harán ahora?, a lo mejor la catarata por lo del baño” -se preguntó el bautizado resignado a repetir las experiencias del pasado.

Continuaba atado a la mesa esperando la broma siguiente; su mente, quieta, acompañaba el silencio de la concurrencia que de pronto se dejó sentir. Estaba tratando de adivinar lo que venía cuando, sin mediar preámbulo alguno, un líquido tibio y salado comenzó a deslizarse entre los labios salpicando toda su cara a la vez que escuchaba “no lo meen... ¡ché! no lo meen... el perro no es árbol... ¡ché, no seás hijo de puta!... ya no lo meés al perro” y la fiesta retomó su eufórico brillo a la par que el bautizado movía la cabeza y escupía el salino líquido. Por momentos el chorro se incrementaba y se cortaba con los movimientos de ascenso y descenso que el practicante mayor de la guardia le impartía a la pequeña tetera, la misma que usaban para cebar el típico mate y que minutos antes habían llenado de agua salada entibiada en el mechero de la sala de esterilización.

El bautizado no dejaba de escupir, movía desesperado los brazos tratando infructuosamente de liberarse de las vendas que lo ataban a la mesa de trabajo. De pronto dejó de caer el tibio líquido y se apagaron las risas y la chacota, quieto, sin dejar de escupir, trataba de escudriñar el silencio en pos del paso siguiente cuando escuchó la violenta exclamación de protesta del clínico de guardia que, alzando la voz, comenzó a decir “¡ché!... vos tas loco ¿qué hacés?... ¡ché, no te cagués en el perro!... ¡ché, pará, no seás boludo, no te cagués en el perro, quedamos que sólo lo mearías!...”

Casi al instante que escuchara la protesta juntó los labios y los dientes apretándolos fuertemente, transformando su boca en una barrera invencible justo en el momento que comenzó a sentir que le caía una tibia masa viscosa y mal oliente en la cara. Su desesperación creció cuando el rictus impenetrable de sus labios era vencido por la cuchara que diestramente manejaba el practicante menor, tratando de introducir dentro de su boca la pestilente masa. Se sentía agotado, ya no soportaba la cochinada que le hacían, sus venas se hinchaban de furor y estaba a punto de abandonar cuando de pronto la masa pegajosa traspuso la barrera dental y percibió el sabor característico del café mezclado con la típica yerba mate argentina; el “ché, no te cagués en el perro” finalmente no llegó a surtir todo el efecto que buscaban, la masa de borra de café y yerba mate batida con vaselina tibia, había sido identificada tranquilizando un poco al asqueado postulante que aún sentía el nauseabundo olor producido por la bombita pestilente, adquirida en una tienda de artículos para chascos.

Todavía seguía escupiendo los restos de la peculiar mezcla cuando escuchó el pedido para que las mujeres se retiren, los nuevos capítulos que seguían eran sólo para hombres. Sin darse cuenta una filosa tijera lo despojó de la última prenda que lo cubría exponiendo totalmente sus órganos genitales. Nuevamente comenzó a sentir ansiedad al notar que una cálida mano trajinaba por sus testículos -“hijos de puta, me van a masturbar”- pensó rápidamente intuyendo el capítulo que se venía a la vez que se contorneaba moviendo constantemente la cintura y despegando las nalgas de la mesa. “¡Ché!... agarrá al perro que le ha dado convulsiones” -pidió el que trataba de sujetar uno de los testículos del candidato a practicante logrando que varios brazos lo fijaran fuertemente a la mesa. Con pasmosa tranquilidad y mediana delicadeza, agarró el testículo derecho y comenzó a rodearlo con un largo y grueso hilo de cirugía, aislándolo del resto del escroto, para luego terminar atándolo fuertemente.

La tranquilidad de saber que no lo estaban masturbando despertó su curiosidad y aguzando al máximo sus sentidos trató de indagar lo que pasaba con el testículo que seguía prisionero. Sólo silencio y alguna pícara risita percibía cuando su concentración se vio interrumpida por el jalón que el nuevo actor de la escena, le dio a la pita con el solo fin de probar que esta no soltaba a su presa. La chacota de la audiencia fue inmediata, a gritos comenzaron a pedir “el Babinsky, el Babinsky”. y lentamente, cual ceremonia ritual, empezó a amarrar el otro extremo del hilo al dedo gordo del pie derecho, cuidando que este quedara lo suficientemente templado y fijo en sus dos puntas. Con voz pomposa solicitó silencio a la audiencia y exclamó: “a continuación, vamos a examinar si el perro tiene reflejos para ser un buen practicante” y, acto seguido, procedió a raspar con el extremo posterior de una delgada cucharilla de té la planta del pié correspondiente al dedo atado, igual como si estuviera tomando el reflejo de Babinsky. La respuesta del bautizado no se hizo esperar, casi de inmediato movió el aprisionado dedo gordo seguido de todo el extremo final del miembro inferior, sintiendo simultáneamente un fuerte jalón en el prisionero testículo que le removió las entrañas. “Che, el perro pasó el examen, tiene buenos reflejos; mirá ché, tiene reflejos muy vivos” -exclamó el examinador cambiando la técnica de estimulación por las simples y comunes cosquillas que, por más que el bautizado se concentraba, provocaban el movimiento instintivo del pie con la consiguiente tensión del hilo y este a su vez jalaba al prisionero testículo. El escuchar que “había pasado el examen” elevó su moral al extremo que casi no le causaron dolor los siguientes tirones del sorprendido elemento sexual.

Nuevamente sintió que trajinaban por sus órganos genitales, en otras circunstancias estaba seguro que similar acción hubiera despertado al ahora asustado miembro viril que, temeroso de ser una víctima más del bautizo, se había escondido hundiéndose en la profundidad del tejido pubiano. De pronto se hizo la luz, la venda que tapaba sus ojos cayó de un solo tirón sobre la mesa, la sorpresiva luminosidad continuó encegueciendo al bautizado que ansioso por ver lo que pasaba se esforzaba en acomodar su diafragma visual. Las imágenes de rostros alegres y eufóricos giraban vertiginosamente a su alrededor cual carnaval de locura, no alcanzaba a distinguirlos, sólo aparecían rápidos reflejos de caras borrosas como si mirara a través de un vidrio empañado hasta que poco a poco se fueron aclarando.


“Acto seguido, probaremos el valor del perro que quiere ser practicante de la guardia” –anunció, solemnemente, el titular de la siguiente prueba. De inmediato la concurrencia entre aplausos y bromas comenzó a gritar: “el cartucho... el cartucho...”
La mano seguía trajinando sus intimidades. “Qué carajo me van a hacer?” –preguntó nervioso obteniendo por respuesta nuevamente bromas y burlas como “che, el perro tiene miedo; mirá, che, tené cuidado, que de cagón te puede mear...” -haciendo que el temor desapareciera por puro amor propio y deseo de llegar a ser un practicante de la guardia.

Animado el nuevo ejecutor del bautizo por la aprobación de la concurrencia, continuó hurgando la zona genital sin encontrar reacción alguna en el empequeñecido miembro viril que encogido apenas asomaba su extremo distal tratando de pasar desapercibido entre los largos pelos pubianos. “¡Che!, el peruano no tiene pito, es puro pelo” -dijo el practicante desenrollando los ensortijados bellos del pubis. “¡Qué marche un pubis!” pidió uno de los concurrentes confundiendo la mencionada región anatómica con un sabroso platillo de restaurante porteño. El pedido no se hizo esperar, casi por arte de magia apareció en la mano del practicante la vieja máquina de afeitar que rauda comenzó a devorar los sorprendidos pelos, dejando totalmente al descubierto el alicaído miembro viril. Acto seguido, tomó entre sus dedos con pasmosa precisión, producto de la infinidad de sondas vesicales colocadas, el desprotegido pene y comenzó a envolverle y a pegarle con cinta adhesiva un largo cartucho fabricado de papel ante la sorpresa del bautizado que pensaba que esta vez, si iba a ser masturbado. Nuevamente se hizo el silencio en el concurrido ambiente, el bautizado esperaba rígido lo inesperado cuando de pronto vio que el practicante acercaba el mechero y prendía fuego al extremo más alejado del cartucho al unísono que la audiencia exclamaba: “¡ché! no le quemés el pito al perro”, “¡ché, no seás hijo de puta, no lo jodás al perro!”. Aterrado veía como lentamente avanzaba el fuego acercándose a su antes orgulloso y apuesto miembro viril, desesperado comenzó a encoger las nalgas tratando de alejar su cada vez más reducido pene de las llamas que crecían; el fuego, arrollador, consumía el largo cartucho y se aproximaba a su extremo final, cuando, de pronto, la hábil mano del practicante de un solo zarpazo arrancó lo poco que quedaba del enrollado papel a la par que chorros de agua helada caían sobre la zona siniestrada. El alivio psicológico que le produjo el agua fría y los aplausos de sus nuevos compañeros que felicitaban la prueba concluida y aprobada, dio nuevos ánimos al postulante; pero, quien mejor se sintió fue el reducido miembro viril que, agradecido y retomando su antiguo orgullo, aumentó de tamaño para sorpresa y envidia de la concurrencia.

- Jefe, el perro parece bueno, está pasando todas las pruebas...
- Tiene fibra el peruano; y ahora qué le van a hacer?.
- Sigue el enema de vino...
- No, de ninguna manera, ya les dije que enema de vino no; no quiero problemas, mirá lo que pasó en el bautizo anterior...
- Pero Jefe, tenemos que probar si es bueno para el trago...
- ¡He dicho que no!.
- Entonces, lo cambiamos por un enema de agua jabonosa; la tradición tiene que cumplirse...
- Che, dejáte de joder con los enemas...
- Jefe, apenas medio litro, es la tradición...
- Bueno, pero tené cuidado; mirá que a lo mejor no aguanta y se le viene todo.
Casi a punto del agotamiento físico y psíquico, el bautizado no pudo dejar de escuchar el diálogo enterándose que la siguiente prueba era el enema, pero que por disposición del Jefe no sería de vino sino de agua. “Carajo, si me ensucio en la mesa... ¡puta, que papelón!” se dijo para sí y su mente se transportó nuevamente al pasado...
- Ese cadete que va al baño... ¿a dónde va?
- Al baño mi suboficial.
- Y... ¿con permiso de quién, oiga?
- Es que me duele el estómago, mi suboficial.
- Repito... ¿quién le ha dado permiso?
- Nadie mi suboficial, pero ya no aguanto...
- Ya no aguanta qué...
- El “dos” mi suboficial.
- Oiga, y... ¿quién carajo le ha dado permiso para que su trasero funcione?
- Es que no aguanto, mi suboficial.
- ¡Oiga!... ¿es hora de estudio o de cague.
- ¡De estudio, mi suboficial!
- Entonces... ¿qué carajo hace usted camino al baño en lugar de estar en su aula estudiando?
- Es que no aguanto mi suboficial, me gana mi necesidad...
- Y a mi qué carajo me importa que no aguante; en esta hora le toca funcionar a su cerebro y no a su trasero... su trasero puede esperar...

En el Colegio Militar le habían enseñado a ser hombre y el hombre sabe aguantar, por eso estaba seguro y confiado que el enema sería papayita para su experimentado trasero. La sensación que algo duro se introducía entre sus nalgas lo sacó de su pasado y lo trajo al presente, instintivamente apretó las nalgas pero ya era tarde, suave y decidida se había deslizado la sonda lubricada con densa vaselina penetrando hasta la profundidad de sus entrañas, ni tiempo de moverse para evitar la profana osadía tuvo; nada pudo hacer para conservar invicto el conducto que hasta ese momento sólo había dejado salir, pero nunca antes entrar nada. De pronto, la sonda se detuvo quedando únicamente una sensación rara de ano ocupado, no sentía dolor alguno, sólo deseos imperiosos de pujar. Avergonzado por el pudor vencido miró a sus casi ya nuevos compañeros, todos celebraban la victoria lograda sobre el humillado orificio; un rojo color cubría su rostro cuando sintió que sus entrañas se inflaban por dentro incrementando las ganas de pujar. Antes que el esfínter anal fuese nuevamente derrotado y dejara escapar el contenido de sus entrañas hizo un profundo respiro y se dijo mentalmente: “cadete! su trasero puede esperar” y puso a funcionar su cerebro.

Los minutos pasaban raudos, el líquido jabonoso ya había ingresado del todo y la sonda abandonado su precario alojamiento y nada regresaba al exterior. El bautizado empezó a respirar tenuemente conteniendo por largos momentos la respiración a la vez que se repetía “es hora que el cerebro funcione”. La concurrencia comenzó a incomodarse por la larga espera y sin retirar la mirada del trasero del futuro practicante, murmuraban su descontento; no faltó el apurado que pidió “enchúfale otro medio litro de enema” desconcertando momentáneamente al aguantador bautizado, pero, el Jefe, interviniendo rápidamente, desechó el nuevo pedido generando una protesta casi unánime de los presentes. Aburridos por la falta de acción pidieron a coro “el yeso, el yeso”; “no che, esperemos, enseguida sale” -protestó el pacienzudo del grupo sin dejar de mirar el orificio anal esperanzado en ver salir algo. El más nuevo de los practicantes, emocionado por ser la primera vez que participaba en un bautizo -el último había sido el de él- presuroso remojaba las vendas de yeso guiado por uno de los traumatólogos de servicio.

- Ché, perro... o mejor dicho, casi practicante, ya te podés levantar -ordenó el Practicante Mayor desatando sus ligaduras.

Con movimientos lentos y sin dejar de apretar las nalgas, comenzó a sobarse las doloridas muñecas; apoyó las manos sobre la mesa y levantó la cabeza, luego hizo lo mismo con el dorso hasta quedar sentado sobre el frió y mojado mármol. Uno a uno miraba a sus compañeros, todos lo palmoteaban y le revolvían el poco pelo que le quedaba en la mitad izquierda de la cabeza.

- Vamos che, tenés que pararte, que el yeso se pasa -ordenó nuevamente el Practicante Mayor.
- Qué, todavía falta? -alcanzó a preguntar con voz tenue el bautizado.
- Che, vos qué creés que la joda terminó... vamos, ponéte de pié.
Tenía miedo ponerse de pié, no confiaba en su esfínter vulnerado. Sin atinar a nada permanecía sentado sobre la mesa con las piernas flexionadas tratando de esconder sus trajinadas pobrezas. Poco a poco comenzó a deslizarse sobre el lubricado mármol cuando de pronto sus compañeros lo levantaron en vilo y lo dejaron parado sobre el suelo.

- Che, tenés tres minutos para ir al baño que aquí te esperamos con el yeso listo.
No esperó escuchar nuevamente la indicación, con las justas alcanzó el baño y pudo evacuar de manera explosiva el agua contenida en su interior. Más aliviado y, en un menor tiempo que el otorgado, salió para hacer frente a la prueba siguiente.

De inmediato se inició el desfile, uno a uno los médicos de planta y los practicantes comenzaron a envolverle las vendas de yeso alrededor de todo su cuerpo. A medida que el yeso lo cubría, la sensación de opresión crecía; en pocos minutos quedó totalmente vestido con el blanco vendaje, sólo unos orificios dejaban ver la nariz, los ojos y la boca. Lentamente comenzó a sentirse paralizado y sofocado por el calor que el yeso despedía al secarse; la impotencia de no poder mover ninguna parte de su cuerpo, le quitó las ganas de defecar.

La euforia había bajado un poco y la concurrencia ya no era numerosa, la noche casi estaba pasando y la madrugada se acercaba, sólo quedaban los practicantes sujetando al nuevo integrante para mantenerlo parado mientras el yeso fraguaba; a medida que este secaba, el nuevo traje se tornaba más duro y apretado calzando perfectamente en todos los contornos del prisionero cuerpo. El recién bautizado no decía nada, sólo trataba de acomodarse lo mejor posible antes que el yeso se endureciera del todo. De pronto alguien dijo “ya podemos comenzar el paseo” y sin mucho esfuerzo por su pequeño tamaño, lo acostaron sobre una camilla dándose inicio al largo viaje de turismo que comprendía todos los ambientes del hospital con personal de turno. En cada servicio que hacían escala lo presentaban como un nuevo miembro de la guardia y el personal, de inmediato, le tiraba un chorro de antiséptico rojo dándole la bienvenida. Una a una las dependencias fueron visitadas llegando a su fin el periplo, parecía que el paseo terminaba pero la camilla, en lugar de ser dirigida a la gran sala de guardia, ingresó al ascensor sorprendiendo nuevamente a su cansado pasajero. “A dónde me llevan” -preguntó el bautizado casi sin abrir la boca debido a la rigidez del yeso. “A descansar” -le contestaron al unísono sus compañeros. “Pero estamos bajando y los dormitorios quedan en el segundo piso” -insistió. “A descansar te hemos dicho, pero no dónde” -contestó uno de ellos acompañado por un coro de risas que hicieron retumbar las paredes metálicas de la estrecha caja del ascensor.
Desorientado por la coraza de yeso que sólo le permitía visualizar el cielo raso del desconocido trayecto, comenzó a preocuparse por su nuevo destino. Otra vez la ansiedad entraba a su pecho. La poca luz apenas dejaba distinguir las características del bajo techo, pero su constante trajinar rumbo a la morgue en busca de piezas para sus prácticas anatómicas, hizo que reconociera el largo y angosto túnel que conducía al sombrío mortuorio. Por eso, los repentinos gritos de “¡a la morgue! a la morgue... hay que llevarlo a la morgue!” mezclados con eufóricas risas, no sorprendió al novel practicante que ya había retomado nuevamente la perdida confianza.

- !Che, mirá cuántos muertos hay!
- Qué lo parió, che; cómo se muere la gente, por lo menos va estar bien acompañado el peruanito.
- Ché, lo dejamos al lado de ese gordito para que no pase frío...
- Mirá, che, dejálo donde quieras y volemos... que nunca me gustó la morgue...
- Sí, pero no hay que olvidarnos que más tarde lo tenemos que regresar a su casa...


La semana pasó y trajo consigo el nuevo día de guardia con su característica rutina de trabajo; de pronto “¡oye perro! no sabes que todas las guardias tienes que traer el periódico para los practicantes” se dejó escuchar sonoramente en una de las salas de atención ambulatoria haciendo que las miradas, con curiosidad supina, convergieran sobre una cabeza totalmente rapada.
- Che, viste cómo manda el peruano; hijo de puta, los tiene cagando a los nuevos perros?
- Viste, al final, resultó ser un milico...



Luis Baca, Felix Zip, Marco Cueva, Jorge Moscol, Cesar Heredia, Luis Infantes
En Chimbote,  recordando viejos tiempos en La Plata

SAMUEL AGAMA BENITES - POESIA POSTUMA

Tenía una deuda con Samuel, una deuda que los años y esta entrampada vida entre pacientes, salas de hospital, aulas universitarias y computadoras, nos habían hecho olvidar, pero ahora que la tecnologia me permite construir casi todo, excepto imprimir los textos, tengo la posibilidad de cancelar esa deuda con la literatura y con la historia.


¿Quién fue Samuel Agama Benites? Fue un yungaino nacido el 17 de Junio de 1939, estudió en el C.E Ricardo Quimper y empezó la secundaria en el colegio Nacional Santa Inés de Yungay en 1952, posteriormente continuó sus estudios en la GUE Bartolomé Herrera en Lima. En 1958 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a la Facultad de Letras, pero en 1959, por razones que no conozco exactamente pero ligadas a su simpatía por la política de izquierda, tuvo que salir de San Marcos y viajó a la Argentina. Aqui fue donde lo conocimos, en 1965. Estudiaba Cine en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, era un militante activo de la agrupación AMAUTA de los estudiantes peruanos de dicha ciudad y del movimiento peronista argentino. Samuel era uno de los estudiantes que mejor difundía nuestra cultura, nuestro folklore, nuestra rica historia peruana. Hacía teatro, radio, periodismo y mucha poesía, pero nunca había publicado sus obras. No solo estudiaba sinó que se había incorporado a la masa laboral argentina y ligado necesariamente al movimiento sindical.

Compartimos un tiempo una vivienda en la calle 2 entre 60 y 61 en La Plata. Esto nos permitió hurgar sus archivos, sus escritos mas antiguos y recientes. Encontramos una gran producción poética, ensayos, guiones de películas y poemarios completos inéditos que había preparado con Cesar Calvo y Reynaldo Naranjo cuando estudiaba en San Marcos. Uno de ellos era algo así como un "Poema a tres voces". Había sido también amigo de Javier Heraud y otros poetas del 60.

Con el transcurso de los años nos vimos obligados a regresar a nuestra patria por una serie de hechos que se sucedieron en aquel país en los años 75, donde empezó una larga noche y al despertar quedaron más de 30,000 muertos y 15,000 desaparecidos.

Samuel, fiel a su concepción ideológica, se incorporó al trabajo que se realizaba en aquellos años con el campesinado, habiendo realizado tareas de promoción y educación campesina en el valle de Ancash y en Piura.
Lo había visto de tanto en tanto, aqui en Chimbote, especialmente en el tiempo en que mi esposa y algunos amigos habían sido apresados en la Argentina. El nos dió una mano, para difundir esta noticia y garantizar sus vidas.

Siempre lo había admirado. El "cholo" era callado, de andar lento pero de mente agil y lideraba desde el anonimato actividades gremiales y políticas. Noble de corazón, soñaba, como soñabamos muchos, construir una nueva patria, un nuevo mundo de justicia, de felicidad para todos. Una mañana de agosto de 1976 me llegó la noticia que había bruscamente fallecido en Piura. Su corazón había estallado por un aneurisma que se formó a partir de una cicatriz debido a una lesión que le había causado una agresión sucedida años antes en La Plata.

Había guardado copias de algunos de sus poemas y cuando llegué a Chimbote en el 76, Samuel fue a buscarme preocupado por lograr la libertad de familiares y amigos que estaban detenidos en Argentina. Le propuse en aquella fecha la necesidad de publicar sus versos, pero no le dió importancia, seguía como lo habiamos conocido, humilde, sencillo y sin mucho afan de figurar o publicar nada; así era el "cholo", a quien decíamos también "el último sobreviviente de Ranrahirca".

Enterado de su desaparación viajé a Piura y conversé con su ex-compañera, Bertha Lozada sobre la necesidad de editar su poesía, me parecía tremendamente injusto que quedara olvidada. Hicimos una selección y ordenamiento de su obra y acordamos que el prólogo fuera hecho por alguno de sus mejores amigos de juventud, Cesar Calvo o Reynaldo Naranjo. En aquella época Naranjo estaba en Francia y Calvo en Iquitos, finalmente la edición fue comprometida a Gigi Varese quien encargó a Calvo el prólogo. Largo tiempo ha pasado desde aquella vez, y muchos hechos que son ya historia, pero la poesía de Samuel Agama, hasta donde conocemos, nunca fue publicada, salvo algunos poemas sueltos en la revista Runakay, que dirigía Antonio Escobar, en las revistas Alborada, Marea, y alguna que otra colocada en Internet.

No hay tiempo para revolver la historia, he guardado fielmente algunos de sus poemas todos estos años y sería un crimen literario no difundirlos, porque reunen la ternura perdida tantas veces en muchos de nuestros poetas más consagrados. Samuel hubiera sido un poeta grande si se lo hubiera propuesto, pero prefirió el anonimato, la humildad, la sencillez, en su vida y en su obra, cualquiera que lea su poesía sabrá calibrarla en su verdadera dimensión. Su poesia es música, deleite, amor, ternura, drama, y la vida misma. Lo demás lo dirán los historiadores de nuestra literatura peruana, como siempre centralizada en la capital, que olvidan la riqueza literaria que generan nuestros poetas en todos los rincones del Perú.

POEMAS PUBLICADOS EN MAREA # 14 - DICIEMBRE 2002- GRUPO ISLA BLANCA

A JAVIER HERAUD


"Pienso que están libres las manos de Javier
que esta solo su cadena en la noche
y del charco de su sangre guerrillera
el lucero matutino como un verso de esperanza
subirá rampando hacia la aurora"


Cuando llegan a mis ojos, dos ojos del Perú
dos lágrimas peruanas con latidos de mi patria
cuando llega hasta mi puerta un rostro del Perú
con el pisco vigente apurado en la partida
y el "hermano, no te olvides de nosotros..."

Es decir todavía destejiendo de los suelos
los besos, los abrazos, las palabras
es decir cuando llégase el Perú
con frío y con bufanda hasta mi puerta
siento que está sola y desvalida mi ternura
y está sola y enferma de un invierno
ataviado de Junio y de neblina

Cuando escribo y no responden mis amigos
me pregunto. que ando haciendo en el correo
si lejana está mi ausencia
si lejana y solitaria no sé donde se ha quedado
ni tal vez donde hace tiempo repetía a Benjamín
"la vida nos enseña a ser audaces"

Cuando un día nefasto en la memoria
leo en los diarios
"Hubo muertos en Perú
en un choque de guerrillas en la selva"
y el nombre de Javier latiendo acusatorio
su verso vital como un gran río
penetra en la espesura del recuerdo
y sube hasta el delirio que me incendia
siento el de venir ráfagas de sangre
y a su lado, lo fútil, lo asfixiante
toco a fondo mi presencia
y caigo abruptamente

Ya no caben mas porciones de recuerdo
que no colmen de dolor esta vigilia
siento el frío del invierno
hundirse en mis carnes
por las llagas profundas de Javier
y un trémulo Samuel que adentro está odiando
lanza contra el cielo blanquecino
una densa bandada de aves negras.


HERMANO ESTUDIANTE


Llegó a tierra extraña
cuado aún en su pecho anidaban
amapolas aldeanas.
Yo lo sé por que ví sus ojos puros
hermano, compañero
y sufrió tanto como tú, ó como yo
la ausencia de la sopa familiar
y el sermon de siempre

Pasó a nuestro lado maldiciendo
las mismas desventuras
que tú , que yo, ó que los otros.
paso a nuestro lado, oscuro manso
y aveces el "prestame diez pesos hermano"
nos recordaba que habitaba entre nosotros

Si, los libros, el estudio, la comida
y el cuarto de pensión
si, las calles aceradas de La Plata
y el rostro arisco de sus gentes
si, el devorarse con angustia las
primeras cartas del Perú
y el sabor argentino de la carne
si, el sentirse rotundamente solo.

Siguió a nuestro lado
y lo vimos doblado sobre el vientre
estrujandose el pecho arrasado
y empezando a sentirlo amargamente
y el "presteme diez pesos"
era su saludo cotidiano
y el "no tengo nada por ahora"
la muralla infranqueable que tendiamos a veces

Por que no estudias más hermano?
por que no empiezas a buscar trabajo?
por que no te dejas de vagar?
por que paras pensando en idioteces?
no te da verguenza pedir plata?
no te da verguenza pedir pan?
por que no tratas de ser hombre!

pero al verlo lejos
en la sima del dolor
apunto de ser paria
lo hemos sentido bruscamente
nos miramos y hasta hemos discutido.
no culpes a nadie hermano
ni te culpes a ti solo
ni tan solo a mí
somos átomos del dolor
tremendo de la patria
yseremos quienes lleven flores
a los huertos destruidos del Perú.

Digamosle con voz recia y con ternura
"ven con nosotros hermanito
no te quedes tirado
perdonanos lo poco de Perú que hemos traido
todos sufrimos más o menos
un poco maldiciendo
y tambien de cuando en cuando, sonriendo
pero al fin estamos
para no sentirnos solos
pero en fin estamos
para lastrar de un mismo pan
no es culpable la distancia
que medias entre nosotros y Arequipa
no es culpable el látigo del tiempo
ni culpable el silencio de tus viejos

Son culpables los que siembran de hambre
las vastas hoquedes del Perú
son culpables los que hacen un Perú
sin destino al joven estudiante
los que al fin nos obligan al destierro
contra ellos solo nos queda
el corazon, el cuerpo y las manos
llenos de odio.
Y un dia volveremos al Perú
armados de cultura
para liberar a nuestro pueblo
y vivir felices para siempre.

CAPULI

Un sencillo verso, Capulí

como el manso lenguaje de tus manos,
para todas las muchachas del Perú
en edad de amar, como tú, el universo.
un sencillo verso, Capulí,
ha partido en marzo hacia mi patria.

Lo hice como antaño solíamos hacer
barquitos de papel, fletados de esperanzas.
Un plácido barquito de papel
que zarpado de mis sueños
por las rutas finales del estío
llegará mañana a nuestra infancia.
te lo encargo capulí, ya sabes.
que en caso de morirnos algún día
seguirá flotando en los ensueños
de otros novios que se amaron desde niños.

Esta noche extraña y honda
lo he sentido fugazmente
como un gajo de luz en la tiniebla.
su débil cuerpecito luchando con los vientos
y el temblor profundo de las sombras.
Y he sentido un miedo repentino.
Si lograra atravesar la noche
a pesar de mi temor
y la fiebre que consume mi manera de vivir.
si lograra atravesar, decía,
el mar negro y agitado de los días,
un sencillo verso, Capulí,
como una piedrecilla entre tus manos
para todas las muchachas del Perú,
en edad de amar, como tú, el universo,
un barquito de papel fletado de esperanzas
llegará mañana a nuestra infancia.


CAPULI




Allá en la infancia, Capulí
allá en la infancia
allá donde reías levemente
con los ojos hacia el cielo arrebolado
había un junio dulzón que repetía
el arrullo de un geranio enamorado

Pero el puerto natal se fue quedando
azulado de brumas y recuerdos
y lo dedos del mar treparon en silencio
como en busca de aquel tiempo malherido

sólo tú Capulí, sólo tu risa
maduró lentamente en los veranos


Hoy regreso Capulí hacia Huanchaco
y ya se que no existen más geranios
aquel viento canoso que llegaba
con sus brazos de arena desde el norte
una noche de enero me lo dijo

Y tal vez como un sueño que tuviera
por la calle polvorosa en que te amaba
los viejos pescadores vendrán entre sus risas
y habrá dicha esa tarde y tus ojuelos
brillaran azabaches en la sombra
No llores Capulí, hoy que retorno
con mi sed de amarte y mi nostalgia
en Huanchaco vesperal habrá verano
golondrinas de mar atardecidas
y noche de luna nos iremos
a buscar nuestro junio de amor en otras tierras

Siento voces que el estío endulza
como blancos pañuelos que amanecen
En el mundo hay puertos encantados
donde hay niñas como tú siempre lozanas
y en mi pecho los junios se suceden
como jóvenes geranios que te nombran.

A las tres de la mañana,
balandra silenciosa,
ha de estarse asomando
la luna en tu mirada.


NECESIDAD

Hay algo que el tiempo no perdona
el callar humanamente
el transcurrir
sin voz ni sombra, sin lamento
hay algo que tampoco yo perdono
el dejarse morir inutilmente
sin dejar siquiera unos hojos que recuerden
la máscara final, la vieja muerte
y unos labios que nos llamen
sin remedio hacia la vida

En calma repito amargamente
que es inutil morirse sin sentir
el peso de la gente
cubriendose de sombra la quietud


El único momento que a veces
aflora la humanidad de los hombres a la vida
Amo la sangre
que corre por mis venas sin descanso
el rosado color de tus labios mujercita

Amo al setirme igual que el hombre
que retorna del trabajo
palpitante y sudoroso
con su gran función de organizar el universo
ignorando muchas veces lo que hace
Amo su avides enorme
de hacer interminable la fuerza de sus años.





A LOS MASACRADOS DE CERRO DE PASCO


Digo, pienso, siento
en esta latitud del dolor
amo escribo y me desvelo
a esta hora, en el Perú

En tanto emerge el día
como un himno lento, lento
crece en mi angustia
los ojos de los muertos
gravemente

En mi dejaron sus cenizas
los 20 asesinados
ni siquiera las palomas
del cercano invierno
ni los ojos de Marina
a la hora de partir
ni siquiera el retorno
en la infancia del tiempo
en los versos de Gonzalo
logran apagar de mi vigilia
sus 20 imnumerables agonías


A MI MADRE



Hallé a mi madre más pequeña

las canas que deje

al retornar eran ya muchas

y que quieres

cuando sentí que sus manos

subian y bajaban por mi cuerpo

y por mi rostro

me sentí devuelto a la niñez

enajenado a las caricias de mi madre



Sus lágrimas me lavaron el polvo del viaje

y sus frases eran los murmullos

de un nuevo alumbramiento



Después le dije como en broma

"vieja, te invito al cine como antes"

y como antes salimos de parranda



Caminamos por las calles

riendonos de todo

nunca me sentí

tan hijo de mi madre



Cuando regresamos a la casa

ella preparó la misma cena

yo protesté por las cebollas

y ella como siempre recalcó

"come hijo eso es bueno"





Después de la merienda

salí hacia el viento de la noche

y en el cielo neblinoso de la urbe

vi insinuarse las mismas estrellitas

de la infancia



Luego retorné la vista hacia mi madre

y al mirarla refregando los pocillos



más pequeña más canosa más curvada

sentí como un golpe los tres años

y tuve que agarrarme del marco de la puerta



Lima enero 62





CANCION TRISTE PARA UN RETORNO



Algún día sabrás que he retornado

por la vieja carretera Lima-Tumbes

viento sol y arena amarga

con el mar agonizando en el ocaso



Será agosto y las aves de la tarde seran grises

pasaré nomás en el camino

tal vez deje un canto de la infancia

un retazo de mi carne para siempre

Capulí siento desangrarse al guitarrero

el sabe como yo, la tonada de la muerte

por la vieja carretera Lima-Tumbes

crispa el largoi Yanaví sus agonías



Que no te vea tus ojos capulí

cuando pase por la vieja carretera

así solo mi sombra pasará

por la vieja carretera Lima-Tumbes a la muerte.


OFICIO DIARIO

Suelo estar despierto hasta muy tarde

una vieja costumbre (lo confieso)

leo un libro

vuelvo a profanar mis versos insepultos

pero siempre tengo algo a que aferrarme

una foto que horas y horas miro

y un trozo de espejo qaue intensamente exploro

antes de irme a dormir hasta mañana

pues temo partir así nomás

sin nada que dejar

sin algo que llevar

y luego de repente hallarme

quieto

patetico

desnudo

perfumado

decorosamente expuesto a las miradas

razonablemente llorado y comentado

sellado

rezado

lacrado

y despachado sin más tramite al olvido.





mayo 71





PAN DE ANGUSTIA Y AGUA DE AFLICCION



YO HUBIERA querido alcanzar hasta tus hojos

improbable sombra

Más ya vez

me hirió la luz enferma

de mil amaneceres de soledad

y solo pude recalar a la hora irremediable

de los vencimientos,

donde a todo camino era inútil

vana toda búsqueda

y donde sólo hallé las heces

de un dolor que me drenó el alma



"Solo me queda esperar

la demente hora del valor para morir

tan lejos ya de todo a pesar de mi retorno"

al calor de una tierra

que hoy me resulta extraña.












A MIS AMIGOS



ALLA,donde mi padre

se consume poco a poco,

mis amigos saben de los golpes

y del húmedo contactode las cárceles inmundas.



Tal vez agún poema

aplaza su dolor hasta el límite del día.

Tal vez aún bromean

recordando al cholo

que se fué a vagar.



César debe estar pensando

que olvidé sus versos

y sus penas juveniles.

Carlos debe estar gritando por las plazas

con un libro entre sus manos.

Y Jose mi amigo el petardista,

debe estar echando pestes

como siempre,

agitando la mañana del mercado mayorista

con su lluvia de volantes comunistas.



Y el negro Benjamín,

mi viejo amigo,

mi querido hermano,

macho y solo sobre el mundo

habrá olvidado el miedo de antes,

la inquietud

y debe estar sudando para ganarse la sopa.



Yo los amo y los recuerdo

por que su recuerdo ilumina mi existencia.



Y si alguna vez, la bronca ciega

me aprieta la garganta,

me acuerdo del buen Cesar,

de su alma de durazno,

de sus versos diminutos,

y me calmo.



Y si alguna vez

vacilo en la batalla,

al loco José

lo sientorebuznar en los oídos.



Muchas veces me canso de vivir,

los días se me antojan

malos y crueles,

las mañanas de trabajo,



Cárceles de tiempo.

y entonces pienso en Benjamín

trayéndoles el pan y la esperanza



a sus hermanos,

pagado sus estudios.

Luchando por mi pueblo.



Y siento que las cosas me escupen por cobarde.

Y siento galopar las horas

con mi sangre renacida.



(Ah, un día quiero estar

con todos, juntos,

tomándonos un pisco...!



Entonces, por encanto,

surjirán palomas

de mi corazón de cuervo.

Y mi risa,

y la de Carlos, Benjamin y Cesar,

y la risa de José

y toda la cáfila de locos

romperá el equilibrio

de aquel día

y saldremos de la mano

asustando a las beatas

y frunciendo al policía.



Y saldremos de la mano

por las calles

a luchar por el Perú,

por sus obreros,

por sus estudiantes,

por sus desnutridos campesinos,

por las madres,

por los niños

por el perro de la esquina

y por el arte de la gente.



(AMIGOS,

hermanos del Perú,

preparad el pisco que ya vuelo...!















LITO CASTILLO - LA EMBAJADA ESTA TOMADA-Cuento y Video

Por: Ezequiel Castillo Savinovich
(Fragmentos tomados del libro "Cuentos payas y poemas subterraneos". Incluye fotos y video al final)

M.Cueva, J.-Moscol, E. Castillo, C. Ramirez, C. Quiroz
En Lima, recordando viejos tiempos
















LA EMBAJADA ESTA TOMADA (fragmento)

La Plata 1966

“Amaos los unos a los otros y a tu prójimo como a ti mismo” - recordaba desde el púlpito dorado el sacerdote de la elegante aunque pequeña iglesia. Era un mediodía de otoño platense. Las calles vacías como todos los domingos a esa hora estaban cubiertas por el lado de sus veredas por hojas amarillas que caían de los árboles y volaban empujadas por el viento.

Ruidos de cascos rompieron el silencio con un trote monótono. Briosos caballos venían por la Diagonal 80 derramando de vez en cuando su bosta sobre el asfalto impecable. Montaban los corceles, hombres de mirada vacía. Se detuvieron cerca de dos autos patrulla y un camión celular frente a la iglesia San Ponciano. Un grupo de asalto tomó ubicación en lugares estratégicos

Dentro del templo, Julián estaba ubicado como solía hacerlo en la iglesia San José de Jesús María a la entrada de la nave principal. Al observar el movimiento desplegado por las fuerzas del orden, avisó con un discreto codazo a su amigo sobre el operativo que se realizaba fuera del templo. Félix levantó los hombros con gesto indiferente.

Las palabras del cura durante el sermón se fueron haciendo cada vez más firmes: “Hermanos, la violencia engendra violencia. En estos últimos tiempos hemos observado atentados que van contra nuestra sociedad occidental y cristiana. Estos actos deben ser rechazados por todos nosotros porque ofenden a Dios. Existen grupos organizados que pretenden destruir el orden establecido. Nuestro país es tradicionalmente católico y no debemos permitir se nos trate de imponer ideas extranjerizantes”.

-¿Ves? Ya te das cuenta por qué no quería venir a misa- le dijo Félix a Julián. Toda la vida es la misma vaina- terminó diciendo acercándosele al oído.
- No seas hereje- le contestó Julián demostrando su incomodidad.
- Tú todavía eres un chiquillo. Algún día te vas a convencer.
Los feligreses de la última fila voltearon con gesto adusto en señal de desaprobación. Por su parte, el sacerdote terminaba la misa con un: “Podéis ir en paz”.
El despliegue policial no llamó la atención de los asistentes en un inicio, ya que era rutinario observar a la Policía Federal en las calles como medida preventiva de manifestaciones públicas de estudiantes y obreros. Sin embargo la alarma empezó cuando se vio a los agentes llevar a rastras a un hombre hacia el camión celular. Julián se detuvo a observar y de pronto sintió que una mano férrea lo tomaba del brazo y, otra como una garra, lo impactaba en la nuca. Quiso protestar, pero un varazo en las costillas le hizo sentir que le faltaba el aire. Prácticamente fue aventado al camión. La gente observaba y murmuraba entre dientes. Alguien preguntó qué estaba sucediendo al teniente de caballería encargado del operativo.
- Unos jijunas peruanos o bolivianos o qué sé yo iban a ocupar la iglesia- respondió secamente.
Minutos más tarde, la gente abordó sus automóviles perdiéndose por las diagonales y calles adyacentes. La ciudad parecía nuevamente vacía. Sólo quedaba el ruido lejano del ulular de las sirenas y las huellas formadas por hileras de boñiga.

LA PREOCUPACIÓN DE FELIX

Félix cruzó la Plaza Rocha tratando de ordenar el revoltijo de ideas que cruzaba por su mente. De vez en cuando miraba hacia atrás sintiendo la extraña sensación de que era seguido. En un kiosco pidió Colorados con filtro y se sentó en una de las bancas bajo la sombra de los enormes árboles. Respiró profundamente y empezó a analizar los hechos. Todo había sido demasiado rápido. Luego de ver cómo se llevaban a Julián, prácticamente quedó paralizado. Trató de discurrir si fue por miedo o por efecto de la sorpresa. Se sintió mal al evaluar la primera posibilidad. Pensó en lo sucedido en San Ponciano, no encontrando explicación a la detención de un joven tranquilo como Julián. Ya le habían dicho sus amigos incluso alguna vez cuando lo trataron, que parecía medio cojudo. Al no encontrar respuesta a sus cavilaciones, fijó una mirada vaga sobre el parque que fue llenándose de niños jugando a la pelota. Luego de aspirar lo último que le quedaba del cigarrillo, soltó una cadena de volutas de humo que se elevaron hacia un cielo profundamente azul con un resplandor solar que le hizo agachar la cabeza y apagar el cigarrillo o lo que quedaba de él, pisándolo fuertemente contra el suelo. Reinició su marcha por la avenida 7 hacia la salida de la ciudad con un deseo enorme de comunicarse con alguien. Caminaba con las manos en los bolsillos y la mirada en el suelo. Sólo la levantó al escuchar los sonidos inconfundibles de un patrullero que circulaba a gran velocidad. Al llegar a la casa, introdujo la mano por la malla rota abriendo el pestillo de la puerta. Traspuso la poblada maleza que cubría lo que alguna vez fue un jardín exterior. El vetusto portón comunicaba por un pasadizo al patio rodeado por innumerables habitaciones. Justo al frente y a la vista de quien ingresara alguien había escrito: “Bienvenidos a Sierra Maestra”.

La casona era un reducto de estudiantes pobres. Por razones que se desconocían había pasado de mano en mano con el transcurso del tiempo y nadie reclamaba la propiedad, albergando desde hacía ya bastante tiempo a muchos peruanos de escasos recursos y por lo general con una estancia crónica en el país.
El sol proyectaba tímidamente sus rayos sobre el patio mientras un grupo de jóvenes sentados en sillas desvencijadas algunos y en el suelo otros, tomaban mate con facturas, versión platense del croissant francés, que frecuentemente sacaban de apuro a más de un estudiante, por lo baratos y deliciosos.
- Corriendo la coneja- dijo Félix a modo de saludo.
Con señas le indicaron que se callara. Escuchaban con atención el informativo de Radio Provincia que propalaba la noticia que él venía a comentarles. "Al mediodía – decía el noticiero- ha sido detenido por la Policía federal un grupo de sediciosos, en su mayoría extranjeros, que se aprestaban a tomar la iglesia San Ponciano con fines inconfesables... ”.
-¿Quieres un amargo?- le dijo Miguel Castro, alcanzándole el mate sin azúcar.
- Amargo vengo yo- contestó Félix recibiendo la infusión.
Al terminar el noticiero, todos querían comentar lo sucedido. La información había roto la monotonía de ese día y empezaron a especular.
- Deben ser tus patas los troskos – dijo uno alborotándole el pelo al “Chino” Collantes.
- Puede ser- contestó éste- pero con seguridad no son los bolches. Esos lo único que saben es hacer paseítos a parque Pereyra. Sarta de maricas.
- Estuve en San Ponciano y lo vi todo- interrumpió Félix.
Todos lo miraron.
- Han detenido a mi primo Julián y a otros recién llegados.
Miguel dio un último sorbo al mate sin espuma e incorporándose dijo:
- Parece que la cosa está jodida. Hay que reunirse. Avisen a los demás.

UN COMISARIO QUE SE LAS TRAE
El teniente de la Policía Federal ingresó con aire de triunfo a la oficina del comisario. Se cuadró marcialmente mientras comunicaba que la información recibida sobre los sediciosos que pretendían ocupar la iglesia había sido positiva y que se procedió a la captura del grupo subversivo extranjero.
-¿Cuántos son? –preguntó el comisario apagando lentamente un cigarrillo.
- Son nueve, señor- contestó el teniente.
- Que pasen – ordenó el comisario pasando la mano por sus tupidos bigotes.
Nueve hombres jóvenes ingresaron al recinto. El comisario adoptó una expresión de sorpresa, escudriñando al mismo tiempo el rostro del oficial.
-¿Así que éstos son los terroristas? – dijo prendiendo un nuevo cigarrillo.
Su antigua tos de fumador, quintosa y asfixiante, aumentó la tensión del ambiente.
- Disculpemé, señor comisario- se oyó una voz con acento salteño- pero aquí debe haber una equivocación.
- Callate peruanito, que aquí las preguntas las hago yo, ¿Entendés?
- Pero escuchemé, aquí todo el mundo habla de los extranjeros. ¿Y yo que tengo que ver? Soy argentino.
-¿De dónde sos vos? – preguntó el comisario.
- De Berisso. Bueno soy salteño, pero hace años vivo en Berisso.
- ¿Y por qué te metiste a tomar la iglesia?
- Ma qué iglesia, jefe. Hace años que no piso la iglesia. Por el laburo, sabe. Esto me pasó por curioso. Cuando vi el despelote me acerqué. ¿Qué sé yo? Pensé que era una pelea callejera y a mí el boxeo me encanta. Me agarraron, me molieron a palos y aquí me tiene.
- Está bien, está bien- se calmó el comisario. Tómeles sus datos y después veremos. Usted teniente no se vaya. Quiero hablarle.
Una vez solos, el comisario fijó detenidamente la mirada en su subalterno. Su cuerpo recostado sobre el viejo sillón reclinable denotaba cansancio. Cansancio de todos esos años vividos tras ese escritorio. Su experiencia le había enseñado a distinguir claramente al delincuente. El bisoño oficial en cambio, ascendido hacía muy poco, era un hombre para su concepto encuadrado dentro de los reglamentos y su celo, tal vez en demasía, le hacía cometer frecuentes errores.
- Decime Cacho- le dijo mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa- ¿Vos sos boludo o querés joderme el hígado?
El teniente lo miraba pálido y sin comprender.
- Hacés un despelote por el asunto de la iglesia y... ¿Qué me traés? Imberbes. Pibes, imberbes. Eso es lo que son. No cagan a nadie, viejo. Fijate si tienen antecedentes y terminá este asunto. Soltalos o, si querés, mandalos a su país, pero en mi comisaría no los quiero.
Se hizo un pequeño silencio que fue roto por el roce de una cerilla en la bota del viejo oficial que ya prendía un nuevo cigarrillo.
- Che, una pregunta- le dijo en tono conciliador- ¿Cómo supiste que eran peruanos?
- Por sus rasgos antropológicos, señor- contestó el teniente con gesto de sabiduría.
- ¡Sos un hijo de puta, che!- exclamó el viejo y gordo comisario, seguida la expresión con una carcajada.
- Ojalá te de un cáncer en el culo- masculló el teniente, retirándose a cumplir las órdenes.

LAS PERIPECIAS DEL QUIJOTE
Al salir del Comedor Universitario, Enrique se abotonó el gabán y cubrió el cuello con las solapas. El cambio brusco de temperatura, entre la calefacción que brindaba el comedor y el viento frío de la intemperie, era su peor enemigo. Sin embargo se detuvo unos minutos a escuchar al grupo de compatriotas que conversaban sobre la detención de los compañeros. Sabían que eran peruanos y las últimas informaciones que se habían podido filtrar eran que se encontraban en Seguridad del Estado y que el cónsul había quedado en averiguar los motivos. Sacó de su bolsillo una manzana y la limpió sobre la manga de su abrigo hasta hacerla brillar. Le dio luego un mordisco y se fue caminando hacia la calle 1 con rumbo a su pensión frente a la estación del Ferrocarril Roca. Todo parecía normal. Gente que salía de la terminal del tren con paso apretado, los negocios atendiendo y hasta la calesa turística apostada en la esquina de siempre. De pronto un hombre se detuvo en medio de la calle, sacando volantes de su abrigo que arrojó al aire al tiempo que gritaba ¡Abajo la dictadura! De los cafés de la estación y de los restaurantes de todas las esquinas aparecieron hombres y mujeres agrupándose y marchando en manifestación enarbolando gritos y estribillos contra el gobierno. Enrique los vio alejarse por la Diagonal 80 casi con indiferencia. "La política me tiene sin cuidado", respondía siempre que lo invitaban a participar. Recogió por curiosidad un volante que se metió en el bolsillo. Prosiguiendo su camino, sintió un fuerte ruido de sirenas de patrulleros que se desplazaban hacia el mitin. Ingresó a su habitación, colgó el gabán sacando previamente el volante y se dirigió a la amplia ventana desde donde se podían ver las vías que comunicaban La Plata con todas las ciudades y poblados hasta Capital Federal. Leyó el documento casi con aburrimiento, sintiendo una leve emoción al leer la frase “exigimos la libertad de los compañeros peruanos detenidos” entre una de las peticiones que hacía la FULP (Federación de Estudiantes de la Universidad de La Plata). Las expresiones de solidaridad de cualquier tipo siempre lo emocionaban. Encendió la radio y trató de reposar. Unos minutos después sintió que corrían por el pasadizo de entrada y tocaban a su puerta. Al abrir, vio a Félix agitado.
-¿Qué pasa, compadre?- preguntó.
Félix le hizo señas que esperara, ingresando al pequeño departamento y recostándose sobre un sofá. Enrique se sentó sobre la mesa de estudio.
-Nos han sacado la mierda- dijo Félix con voz entrecortada. Esas bestias han estado peor que nunca. Parece que les hubieran dado a tragar pólvora. La puta que los parió.
-¿De donde vienes? –preguntó Enrique.
- De la manifestación de la FULP. Están deteniendo a todos los dirigentes. Se meten a las casas sin ninguna explicación. La Federación hizo una manifestación de protesta y los cosacos nos cayeron con todo. A mí me persiguieron por el Colegio Nacional y me subí al auto de un profesor que partía en esos momentos. Felizmente era gauchito y me dejo cerca de aquí. En esta semana ya van dos veces que me salvo.
- Eso te pasa por meterte en cojudeces- le recriminó Enrique. ¿Cuál fue la otra?
- La de la iglesia. La de San Ponciano. Lo acompañé al chiquillo Julián a misa. El cura vio a varios peruanos afuera y se asustó. Parece que fue él, quien llamó a la policía. Tú sabes que es una iglesia de pitucos. El pobre Julián pagó los platos rotos sin saber ni pío de estas vainas. Puta, qué salado. Ya estamos viendo la forma que salgan en libertad. Vamos a hablar con el Embajador. A ver si nos acompañas. Pobre chiquillo.

Enrique lo miraba con atención. Mientras hablaba, no pudo evitar disfrazarlo mentalmente con una armadura poniéndole barba a su cara enjuta y lanza en ristre.
- Te falta sólo el Rocinante- le dijo.
-¿Qué?- preguntó Félix sin comprender
- Nada cumpa. Voy a preparar un mate- contestó Enrique.

DE CÓMO CAER EN SEGURIDAD DEL ESTADO POR IR A MISA
El celular se detuvo frente al Cuartel General de 1 y 60.
- Traemos detenidos- dijo el conductor, alcanzándole el parte al custodio.
El soldado tomó los documentos y los revisó detenidamente, mientras otro soldado a su lado, soltaba el seguro de su fusil ametrallador como medida de precaución. El encargado de la identificación hizo una señal y la puerta se abrió dejando ingresar al camión de la policía federal. En el documento que aún tenía en sus manos, se consignaba que nueve sediciosos habían sido capturados cuando intentaban ocupar la iglesia San Ponciano y eran enviados a seguridad del Estado para las investigaciones correspondientes, con el agravante de ser elementos extranjeros.
Por una pequeña ventanilla de apretado enmallado, Julián pudo observar parcialmente el interior del cuartel, con pabellones separados por zonas de césped. El camión se detuvo en un edificio diferente a los demás. Ingresaron por un pasadizo y fueron introducidos en una habitación inmensa de techo muy alto, donde se observaba un tragaluz. Del cielo raso pendía un foco de alto voltaje. Como detalle, los camastros de cemento emergían de las paredes, sin colchón, como para morder pulmones. En el rincón, al fondo, se podía ver otra habitación, con urinario y dos letrinas. Unas treinta personas ocupaban el lugar entre estudiantes y obreros detenidos, según después se enteraron, en manifestaciones políticas de protesta.

La puerta de hierro se cerró con un sonido sordo.
Buscaron una esquina vacía y permanecieron callados durante un tiempo largo, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos.
La voz del salteño rompió el silencio.
- Che – les dijo- ¿Pero qué carajo iban a hacer ustedes? Miren que debe ser una cosa grave, porque la pipeta, éstos no están jugando eh... según creo, aquí traen a los que joroban al gobierno.
Luego de una pausa continuó:
- Pero che ¿Cómo se les ocurre hacer estas macanas? ¿Y ahora? La tristeza en colores, estamos todos jodidos; pero en fin, que va ser, hay que ponerle buena cara. ¿No les parece muchachos?
Luego dirigiéndose a Julián preguntó.
- ¿Es lindo Perú, che?
Este asintió con la cabeza.
- ¿Saben muchachos? A mí, en el laburo me dicen El Morocho. Cómo a Gardel ¿vieron? Discúlpenme que no pare de hablar pero les juro que me comen los nervios, me comen. Ya regreso, pibes, voy a echarme un meo.
- Parece buena gente, ¿no? – Comentó Julián, por decir algo, a otro estudiante que estaba a su lado.
- Si, pero no hay que confiarse. ¿De dónde eres?
- De Chiclayo. Mejor dicho, de Olmos.
- Tenía un pata que era de allá...se llamaba...espérate...apellidaba Aldana..., sí Aldana...su viejo trabajó en Casagrande. Yo soy de allí.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó Julián.
- Manuel, Manuel Carranza. Llámame Mañuco, nomás.
- ¿Hace tiempo que estás acá?
- Recién llegué el año pasado ¿Y tú?
- Hace poquito que vine. Estoy en Medicina.
- Yo estudio Agronomía- dijo Manuel. ¿Qué edad tienes?
- En septiembre cumplo diecisiete- respondió Julián.
- Pucha, que bien mocoso has venido.
- ¿Y esas patillas?- le preguntó.
- Son para impresionar a las hembritas- contestó Manuel pasándose las dos manos por la cara.
- Yo voy a dejarme la barba- dijo Julián.
- A ver ¿qué barba? Pucha, si eres recontra lampiño. Tu cara parece poto de bebe.
Recién rieron. Hasta ese momento habían evitado hablar de la situación que los hizo conocerse. Manuel habló de Casagrande, de sus partidos de fútbol en la hacienda, de su barrio. Le contó que ya jugaba en primera cuando sólo tenía dieciséis años y de una enamorada de Trujillo que le escribía cada quince días.
Hasta que Julián preguntó:
- ¿Por qué crees que nos han traído aquí?
- No sé manito- le dijo con más confianza Manuel- para mí que es una palta, una confusión; ¿me entiendes? Tú sabes que este es un gobierno militar y casi todos los días hay manifestaciones, toma de locales y todas esas cosas.
- Si, pero eso, ¿qué tiene que ver con nosotros? – preguntó aún más extrañado Julián.
- A eso iba. Aquí hay algunos de la colonia que les gusta la política y pienso que nos han confundido con ellos. Pero no te preocupes, ahorita se aclara la situación y nos sueltan.
- Yo también creo lo mismo- agregó Julián dándose valor. Y justo ahora que estoy viviendo donde mi primo que me armó una cama porque no tenía donde vivir.
- ¿No encontrabas pensión?
- Es que no conocía a nadie. A varios lugares que fui me negaban. Me parece porque era peruano.
- Yo también al principio pasé algo parecido. Es que no nos tienen confianza. Tú sabes que aquí viene de todo y han metido más cabeza... ¿Y tu primo tiene tiempo por acá?

- Ah sí, y es muy buena gente. Siempre habla de política. En el cuarto tiene una biblioteca llena de libros de filosofía pero estudia Arquitectura o por lo menos eso es lo que dice. Ya está varios años por acá. Seguro lo conoces. Un día llegó a la casa con sus tragos y me dijo: “He estado chupando por el exiliado más joven del Perú”. Cuando le pregunté de quién se trataba me puso un dedo sobre el pecho y me dijo: “Tú” y se echó a dormir. Otro día, cruzando el bosque en dirección al comedor universitario, vimos a un viejo en una banca que tenía una barba larga y blanca. Sacó de su morral un pedazo de pan y se lo comió, luego partió otro y le dio en el hocico a un perro que lo acompañaba. Un pedazo para él y otro para el perro. Luego se acercaron dos perros más y compartió el pan que sacaba de la bolsa. “Algún día te contaré la historia de este viejo – me dijo. Pero míralo bien, aunque todos piensen que es un loco, un linyera o mendigo, es un hombre decente. Míralo bien porque son difíciles de encontrar...” Y cosas así de raras. Ese día aproveché para preguntarle por que me había llamado exiliado. Al principio, sonrió. No me hagas caso- me dijo- tal vez con el tiempo te des cuenta y si no te das cuenta mejor. Ya no insistí. Otro día noté que quería deshacerse de mí. Me comentó que en el Select daban una buena película o que optara por un espectáculo de música y sonido que era una sensación en Plaza Moreno. Es un espectáculo de primera, anímate - insistió. No tengo ganas de salir, le contesté. Allá tú, pero si después te sientes incómodo es tu problema, me dijo dirigiéndose a la puerta, a la que llamaban con un toque conocido. Ingresaron saludando, grupos de jóvenes la mayoría peruanos, aunque también, como después me enteré, bolivianos y argentinos. Se acomodaron como pudieron y hablaron de política hasta la madrugada.
- Deben ser de Amauta- interrumpió Manuel.
- Eso- continuó Julián- varias veces escuché eso.
- Esos son rojazos. Conozco un pata que se siente frustrado por no haber ido a Púcuta en tiempo de las guerrillas. Me dice que conoció a Máximo Velando, a Hugo Blanco. Velando murió peleando y perteneció a Amauta.
- Con razón cuando le dije a Franco para ir a misa me miró extrañado y se rió. Qué cara tendría yo. Pensé que se burlaba de mí, se paró de un salto palmoteándome la espalda y dijo que una misa no le hacia mal a nadie. También dijo que conocía cualquier cantidad de cuentos de curas y que llegará la oportunidad de contármelos. Ahora me doy cuenta que aceptó acompañarme por compromiso, porque ni siquiera se persignaba. ¡Qué tal suerte que no lo han agarrado!
- ¿Félix no es un blanquiñoso que anda siempre bien empilchado?- preguntó Manuel.
- Bueno, sí.
- Con razón.
- ¿Con razón qué?- volvió a preguntar Julián, confundido.
- Mira, chato ¿Te puedo decir chato? Cómo se ve que eres recién llegado. A ese no lo han agarrado porque parece argentino. Nos han agarrado a todos los negros.
- ¿Negros? – Si nosotros no somos negros.
- Aquí en la colonia nos llamamos así. Pero si te fijas, todos los que hemos sido detenidos somos medio cholos, medio zambos. Incluso el salteño. Ahí está la vaina.

Manuel se pasó las manos por el pelo tratando de despejar sus ideas. Esta es una maldita confusión, murmuró entre dientes. No quiso hacer participe a Julián de sus preocupaciones. La acusación de ocupar la iglesia, dadas las circunstancias, de estar bajo un régimen de dictadura militar y su calidad de estudiantes extranjeros, podía ser grave. Pensó en todas las dificultades que padeció desde su llegada y empezó a extrañar Casagrande.
- Pucha, parece que se olvidaron de nosotros- dijo Julián, trayéndolo a la realidad.
- ¿Qué hora es?- preguntó Manuel.
- Van a ser las diez.- Respondió Julián.
- Puta, estamos sólo con las galletas que nos dieron en la comisaría y me muero de hambre- comentó Manuel algo amoscado

Se escuchó un ruido en la puerta. Algunos miraron hacia allí, mientras la mayoría conversaba en grupos o simplemente permanecía en silencio acostados sobre el cemento o caminando de un lado al otro de la habitación. El tabaco contaminaba el ambiente, cubriendo los espacios con una humareda gris que molestaba a los que no fumaban. Al abrirse la puerta se escucharon algunas expresiones solapadas de protesta, así como una que otra broma pretendiendo relajar la tensión del encierro.
- ¡Queremos que venga el cónsul!- gritó un peruano.
- El cónsul también es argentino- le retrucó otro.
- ¡Déjenme salir, que tengo que laburar!- gritó El Salteño que ya había hecho amigos en otro grupo- ¡Que manera de romper las pelotas! -masculló con rabia.
Un uniformado apareció en el dintel con un papel en la mano, miró a todos y luego llamó con voz marcial:
- ¡Julián Masías y Manuel Carranza, vienen conmigo!

LA POLÍTICA ES ANÁLISIS, ROMERITO
Miguel Castro abrió la sesión. A su derecha se sentaba Marco Romero y a la izquierda César Huaroto.
- Compañeros – empezó diciendo- hemos convocado a esta reunión de emergencia por la gravedad de los sucesos que creemos todos conocen. Nuestros compañeros detenidos se encuentran incomunicados en Seguridad de Estado. El cónsul que como ustedes saben es argentino no se da por enterado y para remate tenemos información que nuestra propia embajada se ha negado a cualquier investigación y muy por el contrario está tomando actitudes en contra de nosotros. Pero estamos acostumbrados a la lucha, conocemos como trabaja la oligarquía y no nos extraña las bajezas que puedan cometer; es por eso, que nos preocupa la situación de los compañeros, que aunque sabemos ninguno pertenece a nuestra organización, son compatriotas nuestros; y así no lo fueran, nuestro pensamiento latinoamericano y combativo hace que la sangre hierva de rabia por los abusos de este gobierno dictatorial y el nuestro, sirvientes del imperialismo. En este momento pido zanjemos nuestras diferencias y busquemos el camino que permita encontrar una solución temporal, porque la lucha es de siempre y para siempre ¡Hasta la victoria!

Raleados aplausos acompañaron a la culminación del breve discurso del secretario general de Amauta, movimiento que agrupaba a todas las tendencias de izquierda entre los estudiantes peruanos radicados en La Plata. Luego se escucharon excelentes y vibrantes discursos con referencias político-filosóficas y menciones a Hegel, Lenin, Trotsky, Stalin, Fidel y cuanto político pudieran reforzar los conceptos vertidos. Fueron casi dos horas de discusiones en las que el materialismo dialéctico y el imperialismo yanqui ocuparon sendos minutos. Cada tendencia, desde la rosada hasta el rojo grosella, quería imponer su criterio. Hasta que Marco Romero, poeta, pidió la palabra para decir y preguntar, con esa calma que lo caracterizaba y la mandíbula algo prominente, que le daba a su sonrisa un aire irónico:
- Todo está bien, pero… ¿qué hacemos por los detenidos?
Fueron otras dos horas de discusiones por los diversos planteamientos, desde el no hacer nada para que “las contradicciones se profundicen” hasta la de intentar recuperarlos del cuartel de 1 y 60.
- No seas huevón pues chino, como se te ocurre- le dijo El Flaco Burgman a Collantes que había hecho el último planteamiento.

Hubo un amago de bronca que fue superado con la intervención del secretario general y de César Huaroto quien llamó a la serenidad y planteó la coordinación con Jorge, presidente del Centro de Estudiantes Peruanos alegando de manera inteligente que éste debería cumplir con el cargo que tenía por elección y que Amauta enviaría cinco delegados, para que en conjunto con los presidentes de los comités departamentales, marcharan a hacer el reclamo al embajador. El planteamiento fue aceptado y en ese mismo momento fueron nombrados los delegados, recayendo la responsabilidad en Miguel Castro así como la coordinación conjuntamente con Marco Romero, Cesar Huaroto, Franco Burgman y Felipe Agama.
- Eres un genio- le dijo Marco a César cuando salían -. Tanta cojudez para morir en la playa. Si la cosa era simple ¿por qué nos hemos tirado cerca de seis horas?
- La política es análisis, Romerito. Vamos a mi pensión. Quiero que leas unas huevadas que estoy escribiendo.
- ¿Pero me invitas a comer?
- Debe de haber un poco de lomo saltado que ha preparado El Chino Yanuda.
- Puta, ese compadre no sabe preparar otra cosa; pero que vamos a hacer, ahorita con el hambre que tengo como cualquier cosa y encima estoy misio.
- ¿O sea que vamos a la embajada?- le cambió el tema César.
- Claro.
- ¿Y si no nos dan pelota?
- Eso ya lo veremos. ¿Cómo era esa de Machado? “Caminante no hay camino...”
- ...“Se hace camino al andar “- concluyó Cesar.

La Plata. Junio de 1966
Estimado Benja:
Me has pedido en tu anterior carta que te describa algo sobre la ciudad en la que estoy radicando. Aquí va.
La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires y queda aproximadamente a una hora de Capital Federal, unido por pequeñas ciudades y pueblos como Gonnet, Lanús, Quilmes, Rivadavia y otros más. Tiene algunas particularidades que las distingue de otras ciudades. Sus calles no tienen nombres ni de vecinos notables, ni héroes, próceres o de alguna fecha importante del calendario. Son solo números que van correlativos y se entrecruzan con otros. Así por ejemplo podías vivir en calle en calle 8 entre 55 y 66. Si alguien cree que esto facilitaría el buscar una dirección, sólo acertaría en parte, ya que se dificulta enormemente cuando se cruza una diagonal, las que ésta ciudad tiene muchas, por algo la llaman también la Ciudad de las Diagonales. Otra de las características es que dentro de su ámbito no existen fábricas y salvo oficinas burocráticas, el movimiento lo da la Universidad con sus numerosas facultades a la que asisten no sólo alumnos de las diferentes provincias del país e incluso de Capital Federal, sino que albergan a cientos y hasta miles de estudiantes de casi toda Sudamérica, siendo la “colonia” más numerosa la peruana. La inmigración de un porcentaje importante de jóvenes se remonta aproximadamente a la mitad del siglo, cuando la ciudad se llamaba Eva Perón y el país era gobernado por el general Perón quien dio mucha importancia a la educación. Esta es hasta ahora totalmente gratuita y brinda formación superior sin ningún tipo de discriminación a propios y extraños. Los universitarios recibimos al margen de las clases y prácticas en nuestras respectivas Facultades lo que se llama la Ayuda Estudiantil, más que un seguro médico sin costo alguno y que ofrece al estudiante desde una consulta con medicamentos hasta su intervención quirúrgica en el hospital o clínica, todo por cuenta del Estado. Imagínate que tú puede escoger incluso el cirujano. ¡Increíble! La mayoría de las facultades se encuentran a lo largo de una larga avenida que atraviesa un bosque con lagos artificiales y edificaciones importantes como el Museo de Historia Natural, para llegar al Comedor Universitario. Este es un edificio enorme que luego de ingresar y dejar los maletines a personal que los coloca en sus respectivos casilleros, se ingresa a un ambiente de auto servicio donde mozos de blanquísimo atuendo de la cabeza a los pies, nos sirve el almuerzo o la cena que por lo general consiste en un bife, churrasco o asado, acompañado con una porción de pastas que pueden ser canelones, tallarines o ñoquis, una fruta y un pan francés. En esta época no dan ni leche ni vino, que según cuentan los antiguos estudiantes daban en el que después fue el Hotel Provincial, antiguo local del Comedor Universitario. Están habilitados unos dispensadores que por un cómodo precio obtienes bebidas gaseosas. El precio de una comida o almuerzo es casi simbólico, siendo comparativamente tal vez la décima parte de un menú en un restaurante promedio. Los peruanos extrañábamos el pescado. El día que sirven este producto que es raro, se nota un malestar en los argentinos ya que muchos no lo comen. En una oportunidad he visto golpear las charolas con los cubiertos en señal de protesta .El otro día durante el almuerzo vi que un estudiante argentino dejaba íntegra su merluza. Al lado derecho estaba un boliviano y al izquierdo frente a mí estaba sentado Félix, un amigo peruano. Estuve tentado de preguntarle si lo iba a comer. Félix se me adelantó. El argentino le dijo sonriente pasando el brazo sobre el hombro del boliviano: “Disculpame, pero ya tengo mi gato...”

Mañana tengo que ir temprano a la facultad así que voy a acostarme. Luego te sigo contando. Saludos a los muchachos, en especial al flaco Ferradas.
Quique



JULIAN NO SE EQUIVOCA CON EL CAPITAN QUIÑONES
Julián y Manuel salieron tras el sargento. Este- un hombre de edad avanzada- movió negativamente la cabeza al observar la juventud de Julián. Un soldado que portaba un FAL los siguió en silencio. Al llegar a la oficina el sargento los hizo pasar comunicando previamente la presencia de los detenidos.

La incertidumbre de los dos jóvenes se convirtió en escalofrío al conocer al capitán Quiñones. ¡Tiene cara de maldito! Fue lo primero que pensó Julián. Desde niño se había ejercitado en observar el rostro de la gente y compararlos con su manera de ser. No precisamente en la fealdad o belleza de sus rasgos, sino en la expresión, que como un halo imperceptible, encontraba en las personas. Esta vez deseaba equivocarse. Los oficiales, aunque jóvenes, tenía una larga historia de odio en sus vidas. Cuando niño Wilfredo Quiñones tenía como entretenimiento desplumar pájaros vivos a los que después despanzurraba con las paletas del ventilador. Era también el terror de los perros callejeros de su barrio a los que les prendía el rabo después de mojarlos con gasolina. Durante su paso por la Escuela de Oficiales sus condiciones innatas se desarrollaron y fue la pesadilla de los colimbas De teniente, gozaba reprimiendo manifestaciones. Un día llegó a introducirse a caballo en la Facultad de Medicina viendo con sorpresa que sus soldados no lo seguían. Eran los tiempos del gobierno democrático de Illia y se encontraba vigente la autonomía universitaria. Sin embargo Quiñones ingresó. Los estudiantes lo descabalgaron, desnudaron y despojaron del sable que como trofeo se exhibió en los pasillos. Desde aquella vez juró odio eterno a los estudiantes y era un apologista de las dictaduras.
Un estremecimiento inocultable sintió Julián cuando el capitán Quiñones empezó a dar lentamente vueltas a su alrededor.
- ¿Cómo te llamás, hijo de puta?- le espetó de pronto, a boca de jarro.
- Julián tragó saliva tratando de contestar.
- Julián- alcanzó a articular.
- ¡No me grités, carajo! – Exclamó el oficial dando un golpe en el escritorio.
- No... no le estoy gritando- trató de explicar Julián.
El capitán teatralmente retrocedió unos pasos, apoyó sus posaderas y sus manos en la mesa encorvando su cuerpo hacia delante en actitud de fiera dispuesta a saltar.

- ¿Me estás diciendo que soy un mentiroso, infeliz? ¿Venís a este país a joder, a asaltar iglesias y encima me decís mentiroso? ¿Pero no sabés, carajo, donde estás? ¿No te das cuenta que puedo hacerte fusilar, pelotudo de mierda?

Julián sentía que un chorro de sudor frío corría por su frente; su mente se negaba a pensar y escuchaba las palabras como provenientes de un planeta lejano. Jamás tuvo tanto miedo. Sintió que lo sacudían y volvió a la realidad al mirar los ojos desorbitados del capitán.
- Gritá ¡Viva la Argentina!
- Viva, viva –dijo Julián
- Repite, mierda, fuerte: ¡Viva la Argentina!
- ¡Viva la Argentina!- repuso Julián, con más bríos.
- Y ahora, decí, abajo Perú.
Julián movió negativamente la cabeza con deseos incontenibles de llorar.
- Decilo carajo o te fusilo- repetía el capitán.
- Julián persistía en sus movimientos negativos y su expresión se acercaba al shock.
Al principio se sintió como un murmullo entre los gritos desaforados del capitán, como una brisa que se pierde en la vorágine de un huracán, pero fue creciendo hasta hacerse poco a poco presente, audible, casi palpable.
A escasos metros del joven detenido Manuel había roto el umbral de su propio miedo para decir ¡basta! Para gritar ¡bastaaaaa! y seguir gritando ¡bastaaaaaaaaaaa!
Cual artista a quien interrumpen la ejecución de su obra o cual demente a quien repentinamente cogen de los brazos para colocarle una camisa de fuerza, el oficial se volvió incrédulo. Por primera vez sonrió. Junto las yemas de los dedos de la mano derecha y se los llevó al mentón, con un movimiento de arriba hacia abajo en actitud inconfundible de sorpresa y se dirigió al teniente.

- ¡Pero mirá lo que tenemos aquí! ¡Un defensor de pobres y huérfanos! Pero si todo era una broma, querido- esta vez dirigiéndose a Manuel- Perdoname- agregó con ironía- ¿Sos muy macho vos, pibe? ¿No te gusta jugar a vos? Y cambiando de expresión, gritó: ¿Y si no te gusta jugar por qué te metés a asaltar iglesias? ¡Contestá hijo de puta, contestá!
Manuel tenía los puños cerrados.
- ¿Así que te enojaste?- continuó el capitán- pero si te repito que todo era un juego. Recién vamos a empezar en serio comunista de mierda- y violentamente clavó su puño en el epigastrio de Manuel quien dobló su cuerpo por el dolor y la sensación de falta de aire. Los golpes se sucedieron uno tras otro pero Manuel no caía. Advirtió que un mareo lo alejaba del lugar. Recordó un partido de fútbol en Casagrande y una pelea. Él llevaba las de perder. En un descuido de su rival alcanzó a sacar un gancho de izquierda que noqueó a su eventual oponente. Manuel vio el mentón del oficial. Eran esos segundos de descuido la oportunidad buscada por su dignidad pisoteada y su malherido orgullo. Su brazo se movió como guiado por la fuerza de miles y descargó toda su potencia sobre el rostro estupefacto del torturador.

LO QUE PASO EN EL CUARTEL
Julián miró a Manuel que era casi cargado en vilo por dos soldados. Sus pies arrastraban sobre el camino de cemento y se preguntaba si estaría vivo o muerto. Caminaron por un pasadizo entre ruidos, murmullos y gritos al lado suyo. Pese a las circunstancias, rebozaba de gozo al recordar al capitán Quiñones, con su cara de dolor y sorpresa, volar por los aires para caer estrepitosamente detrás del escritorio. Vio cuando los soldados se abalanzaron sobre Manuel y lo golpeaban brutalmente, incluso uno desenfundó una pistola y la puso sobre su cabeza. Recordó la voz balbuceante del capitán que ordenaba fueran llevados al patio del cuartel y allí ingresaban. Era grande y rodeado de altos muros. Los dirigieron a un lugar donde se erigían postes paralelos. Allí los ataron. Durante el trayecto Julián recordó un sueño. Él acompañaba el cortejo de su propia muerte. Un sudor frío, helado, le recorrió el cuerpo al recordar y sintió arcadas incontenibles al escuchar el ruido del cargador de los fusiles. Cerró los ojos fuertemente intentando escapar de la realidad que deseaba sea una pesadilla. Pensó en esos segundos en la casa de sus padres, sus amigos de barrio, su viaje inesperado después de no haber podido ingresar a la Universidad de Trujillo. A la Argentina, le dijeron y viajó con todo un bagaje de ilusiones. Recordó su llegada a este país extraño, enorme y hermoso, con esa acentuación diferente al hablar y con la particular elegancia en el vestir de su gente. Y le gustó la ciudad de La Plata, limpia y ordenada, con sus diagonales y sus mujeres hermosas.
De pronto escuchó la voz de Manuel que lo llamaba.
- Oye, Julián, Julián- le preguntó casi con ansiedad: ¿Lo tumbé al tombo?
- Si Mañuquito, si hermanito- le respondió orgulloso sintiendo un nudo en la garganta.
Ahora sí ya no me importa nada- dijo Manuel como hablando consigo mismo y volvió a apoyar el mentón sobre el pecho.
Lo último que vio aquella noche fue a los soldados que se alinearon frente a ellos formando un pelotón. El capitán gesticuló y gritó la palabra ¡Apunten! Las piernas dejaron de obedecerle y el cuerpo quedó sostenido por las ataduras. Escuchó un estruendo, como el trueno de una tormenta que hería sus oídos y luego quedó la oscuridad de la noche...

BUENOS AIRES
Una semana después
Una ligera llovizna mojaba la acera de la avenida del Libertador. El resplandor intermitente a distancia presagiaba tormenta en aquella tarde bonaerense. Los caballos resoplaban inquietos, impacientes, mientas sus jinetes cubiertos con gruesas polacas azules y cascos a la usanza nazi, esperaban una orden superior. Se los veía enormes, casi gigantes tras las ventanas de la Embajada del Perú en Buenos Aires. En el interior de la vieja casona, veinte hombres jóvenes y una mujer, escuchaban la voz afectada del agregado cultural quien amenazante expresaba: “Ya el gobierno argentino está enterado de su actitud. Lo que ustedes están realizando constituye un delito grave. Más aún, dadas las circunstancias que vive el país”. Luego tratando de dar un tono conciliador, agregó: “Sin embargo, el señor embajador con la bondad que lo caracteriza, me ha autorizado a darles un plazo de cinco minutos para que abandonen pacíficamente la sede diplomática”. Luego recalcó con énfasis amedrentador: “En caso contrario nos veremos forzados a franquear el ingreso de las fuerzas del orden que ya ustedes han visto apostadas en la calle. Tienen sólo cinco minutos”.

El silencio siguió a las palabras una vez se hubo retirado el intermediario. Todos se miraban sin saber qué hacer. Cada uno analizó mentalmente las consecuencias. Había sido todo tan rápido. Ninguno de los que allí estaban pensó llegar al extremo de ocupar la embajada, clausurando las puertas de salida, reduciendo al poco personal de seguridad e interviniendo los teléfonos de la planta baja, excepto la de la oficina del embajador quién permanecía dentro de ella con los demás miembros del cuerpo diplomático. Un periodista de cierta agencia extranjera había recibido la información y cubría la noticia desde la parte externa a través de una ventana que daba a la avenida principal. A los pocos minutos de terminada la entrevista fue difundida por las radios. Luego fuerzas motorizadas y de caballería de la policía y el ejército rodearon la manzana.

- ¡Compañeros! - gritó Jorge Baca, presidente del Centro de Estudiantes Peruanos - Ustedes ya conocen la situación; a partir de este momento tienen plena libertad de elegir si se quedan o abandonan la embajada. El que por decisión propia se vaya, no será criticado y se le agradece el aporte que ha dado en esta lucha que emprendimos. A los que se queden es justo y necesario advertir que estarán expuestos a mil imponderables en los que nos jugaremos nuestra carrera, nuestra libertad o, quien sabe, otras cosas más graves. Así como el gobierno argentino no es una garantía, tampoco lo es el de nuestro país.

Nadie se movió. Se cruzaron algunas miradas. Delia se había agarrado del brazo de Enrique y se aferró a su cuerpo, a unos pasos de ellos estaba un obrero que se unió a la marcha en forma espontánea después de confirmar que eran compatriotas e iban a la embajada a protestar. Luego de algunos minutos en los que tácitamente se había tomado la decisión de permanecer con la protesta, se escuchó una voz que gritó: ¡Ni un paso atrás! , que fue coreado por los ocupantes.

Se sintieron los pasos del agregado.
- ¿Qué han decidido?- preguntó al mismo tiempo que un tic nervioso ladeaba su quijada hacia un costado, haciendo más grotesco su rostro.
¡Nos quedamos! –respondió el presidente. La embajada sigue ocupada.
- Ustedes son comunistas- dijo el agregado con la cara roja de ira. - Unos cochinos comunistas.
Y les dio la espalda. Se fue moviendo delicadamente el trasero, a informar al embajador.

Embajada Argentina. Durante la conferencia de prensa.

LIMA, NOVIEMBRE DE 1996

Treinta años después...
Desde las ventanas del Colegio Médico podía divisarse parte de la costa miraflorina con edificios modernos a su alrededor y un inusual cielo despejado que brindaba el espectáculo del mar intensamente azul; el local era un alboroto, médicos que subían y bajaban por las alfombradas escaleras de mármol, grupos que conversaban y hermosas secretarias que ofrecían café en vasitos descartables. Enrique y su compañero de delegación fueron hacia los jardines siendo recibidos por Alvaro, legendario dirigente médico quien era conocido en los círculos gremiales por el terco propósito de defender la Seguridad Social. Se realizaba el 4to Congreso Médico Nacional y la 5ta. Convención Médica del Seguro Social y fueron informados que ésta última empezaría luego del cuarto intermedio del Congreso. Fue ahí que lo vio a unos metros de distancia, con la misma sonrisa de hace treinta años y algunos pelos de menos en la cabeza.

- Romerito, hermano- lo saludó Enrique confundiéndose en un abrazo.

Hablaron al principio de problemas comunes, los bajos sueldos, la prepotencia de algunos directivos de la Institución, la increíble política del Estado de fijar el sueldo básico en seis céntimos de sol para que luego del retiro se reciba migajas como liquidación, de la amenaza de convertir la salud en un negocio y otras cosas que motivaban, en más o en menos, la presencia de delegados de los diferentes hospitales de todo el país.

- El congreso estuvo muy bueno- le decía Marco. Se ha logrado consenso en muchos criterios, pero lo malo que el gobierno no lo va a tomar en cuenta. Incluso la mayoría de los periódicos ni siquiera informa.

- Siempre es la misma vaina- le contestó Enrique. Y ahora con el Chino peor que nunca. Ya los paros y las huelgas no tienen ningún efecto. Hay miles de contratados que temen perder el puesto y hay otros miles taxeando y listos a ingresar en caso de despido masivo. Sinceramente, por lo menos por ahora, no le veo salida.
- Es el sistema- acotó Marco. Nada cambiará si no cambia el sistema.
- ¿Qué, no me digas que sigues pensando como izquierdista? Esos tiempos ya pasaron Romerito. ¿O es que aún crees realmente en eso como una posibilidad?
Marco no respondió con palabras. Esbozó la misma sonrisa de hace treinta años cuando quería evitar o postergar una discusión para el momento adecuado.
- Mira quien viene- le dijo cambiando de tema. ¿Te acuerdas de él? Es uno de los patas que detuvieron en San Ponciano. Viene, creo, como delegado del Rebagliati.
- ¿Este no es el chibolo que le hicieron el simulacro de fusilamiento? Le dijo extrañado.
- Ahorita de chibolo no tiene nada- le contestó Marco.
Enrique recordaba una frase de Borges que hablaba del ultraje de los años. En este caso el tiempo se había esmerado. Julián lucía una calva acentuada, anteojos con montura dorada y patillas entrecanas.
Su aspecto representaba el de una persona de mayor edad. Fuertes apretones de manos y palmadas en los hombros, celebraban el encuentro.
- ¿Así que ahora te dicen mueble fino?- le dijo Romerito bromeando con el viejo chiste que Julián, al parecer, no conocía.
- ¿Por qué?- preguntó ingenuamente.
- Porque estás bien acabado- le dijo- abrazándolo fraternalmente.
- Tú siempre con esa risa cachacienta- contestó Julián, celebrando la ocurrencia. Y tú Quique, ¿qué tal? Tiempazo que no nos vemos.
- Uff años, pero franco que has cambiado bastante. Sinceramente sí no es por Romerito no te reconozco.
- Es por fuera nomás la cosa. Por dentro estoy como cañón- alardeó, siguiendo la broma.
- Este cuarto intermedio va a demorar y yo me muero de sed. - ¿Por qué no vamos a tomar un refresco por ahí?- propuso Enrique.
- Listo, vamos en mi carro- dijo Julián.
Bajaron por la quebrada de Armendariz hacia la Costa Verde. El auto, un Toyota del año, se deslizaba velozmente por la pista. Julián sacó algunas cintas de la gaveta y puso una en el equipo. Se escuchó la tonada inconfundible de una chacarera argentina.
- Son Los Fronterizos, ¿Se acuerdan? La ponían siempre en el comedor universitario.
Estacionó frente a la Rosa Náutica.
- ¿Aquí va a ser la cosa?- consultó Marco- Lo acordado era sólo un refresco.
- No te preocupes- le contestó Julián - Cualquier cosa, lo dejamos empeñado a Quique.
Este levantó los hombros con gesto indiferente y pensó cómo cambian los tiempos.
- ¿Qué quieren tomar?- preguntó Julián una vez ubicados.
- No sé hermano, lo que tú digas. Total es tu territorio. Tú sabes, nosotros somos provincianos- dijo Marco.
- Provinciano tú, dijo Quique, yo estoy en Lima. ¿Sigues en Chimbote?
Por supuesto, allá hay una buena mancha de los que estudiamos en La Plata.
- Un piqueo de mariscos y vino blanco-pidió Julián al mozo que se había acercado-. Pero antes nos adelantas con tres piscos sours.

Enrique miró por los ventanales del lujoso restaurante las olas que chocaban contra el muelle y el farallón en acompasado vaivén. Le parecía mentira ver a Julián tan desenvuelto y lo recordó cuando estudiaba en La Plata con su eterno traje azul marino, cuando le brillaban las posaderas por el tiempo de uso.
- Me alegra que te vaya bien, Julián- le dijo sinceramente.
- Gracias a Dios, hermano. Creo que la supe hacer. Les cuento. Ustedes saben que yo era, mejor dicho, soy asmático, aunque hace tiempo, pero tiempo, que no me da una crisis. Cuando estudiaba en cada cambio de estación o en cualquier momento presentaba un ataque y prácticamente paraba en la Ayuda Estudiantil. Me han visto los mejores especialistas y por la misma enfermedad que padecía le di más énfasis al estudio de las enfermedades alérgicas y a todo lo relacionado con neumología. No había receta que no la guardara. Cuando terminé la carrera y me vine, por problemas económicos no pude hacer la especialidad. Yo dije, entre mí: ¿para que residencia si soy prácticamente un especialista? Así que alquilé un local céntrico y le pinté carteles por todas partes: Enfermedades alérgicas. Tratamiento del asma con una sola inyección, etc. Publicidad barata pero convincente. Como mis tratamientos eran efectivos, me empezó a llegar cualquier cantidad de gente y compré el local. Al poco tiempo me faltaba espacio para atender, así que también compre un local vecino y le puse laboratorio, rayos X. Luego vinieron las ecografías y contratando médicos de otras especialidades que trabajaban para mí, formé un policlínico. Después me enganché con varias empresas por intermedio de sus seguros y puse sucursales en varios sitios. Valgan verdades, me adelanté a mi tiempo. Ahora todo el mundo habla de marketing, productividad, calidad total, satisfacción del cliente y no sé qué otras cosas, que para mí fueron sólo producto de mi intuición.
- Por tu intuición, salud- lo cortó Marco.
- ¿Y que haces en el congreso?- preguntó Enrique. Pensábamos que eras delegado del Rebagliati.
- Trabajé en el hospital una época, pero perdía tiempo y dinero. Además tenía problemas por no tener mi residencia y querían pasarme a medicina general. Pero lo cierto es que perdía plata Con ustedes no puedo entrar en cojudeces. A todos nos costó la carrera, pero a mí, pienso, me costó más. Mis viejos no tenían medios y me mandaban lo que podían, que siempre era poco. La guita siempre fue como una sombra que me fregaba día a día. Tenía que trabajar los jueves y domingos vendiendo café en el hipódromo con ese tremendo recipiente que me doblaba la columna. Una vez le pedí a mi primo Felix que me remplazara porque tenía un examen y casi se muere.
- Eso, si quieres, lo cuentas más tarde. Todavía no le has contestado a Enrique, ¿por qué estás en el congreso?
- Vine a tomarle el pulso. Vengo por mi cuenta. Me interesa la opinión de los colegas sobre las empresas de salud. Bísniz, sólo bísniz.
- ¡Cómo has cambiado Chato! Me parece mentira escucharte,- le espetó Marco algo amoscado e incómodo.
- No exageremos y cambien de cara, tampoco soy un hijo de puta. También hago mis servicios y caridades. Soy rotario y de vez en cuando participo en campañas y suelto mi billete.
- Pero has cambiado chato, yo te conocí diferente- insistió Marco.
- No creas. Aunque padecí en La Plata tengo mis nostalgias- se expresaba Julián como hablando consigo mismo- . Era otro mundo, albergábamos demasiado idealismo, tenemos que reconocer que desde esa época hasta ahora muchas cosas cambiaron. Como dicen los americanos, el mundo se divide en ganadores y perdedores.
- Estás hablando tonterías Julián- intervino Enrique. No todo es plata en la vida.
- En eso tienes razón Quique, también están el oro, los diamantes y profirió una carcajada solitaria que llamó la atención de algunos concurrentes.
- Nos vamos- dijo Marco levantándose.
- Un rato más- retrucó Julián
Enrique también se levantaba.
- Un ratito más, por favor- insistió Julián tomándolos suavemente por los brazos y les prometo no hablarles de un solo mango más.
Enrique y Marco se miraron.
- Tenemos que regresar a la convención- quiso excusarse Marco.
- Contamos con tiempo -terció Enrique- aún falta la clausura del congreso y esto no pienso perderlo- acotó- mirando la fuente de mariscos que el mozo traía.

Julián llenó las copas de vino que el mozo había servido a medias y levantó el brazo haciendo salud por el reencuentro. En silencio, casi devoraron el contenido de la fuente donde pródigamente había trozos de pulpo, colitas de langostinos y camarones, almejas y calamares, que podían ser sazonadas con cremas y aliño especial.
- ¿Se llegó a saber algo de tu primo Félix?- preguntó Enrique a Julián rompiendo el silencio.
- Eso es todo un misterio- contesto Julián. Hay varias versiones. Una es que se fue siguiendo a una correntina y que ahora estaría viviendo cerca de las cataratas del Iguazú. La otra era que se había regresado al Perú. Sin embargo, aquí no supe nunca nada de él. La otra versión, la más trágica, es que lo desaparecieron. Así de simple. En esa época ustedes ya no estaban. La dictadura se radicalizó. Dicen que se metieron a la pensión de la señora Juanita, a plena luz del día, policías uniformados y de civil. La viejita se interpuso y sin mediar palabra le asestaron un culatazo en la cabeza que la tuvo en cuidados intensivos por un buen tiempo. Las perras ladraban y fueron masacradas en el acto. Ingresaron al departamento del fondo donde vivían los estudiantes y se los cargaron a todos. Nunca se supo de ellos. Tampoco sí Félix estuvo ahí. Parece que buscaban a Arturo.
¿Arturo Mejía, uno que también estuvo en la toma de la embajada?
No, del que les hablo, Arturo, era su seudónimo, su nombre de combate como decían ellos. Era un tipo inubicable y dicen que estaba metido en el ERP o con los Montoneros, no sé, pero era buscado por todo el país. Tu tal vez no lo conociste porque regresaste mucho antes que nosotros- dijo refiriéndose a Enrique.
Sí, me acuerdo de él. Era un colorado, pelucón, medio rubio, izquierdista radical y fanático.
Ese mismo. Decían que era trosko. Tampoco se supo de él. Algunos dicen que logró fugar del país, probablemente por la frontera con Brasil.
- ¿Y Jorge? ¿Lo ves en Chimbote? Preguntaron a Marco.
- Claro, estuvo de diputado por Izquierda Unida.
- ¿Y Félix era tu pariente realmente? Porque ustedes no se parecen en nada- preguntó Enrique a Julián.
Bueno, primos, primos, no sé. Pero sí parientes lejanos. Mi vieja era prima de su abuela o algo así. Cuando viaje por primera vez me dio su dirección, pero a su familia nunca la conocí.
- El flaco era un buen tipo. Bueno, espero que lo siga siendo. Con él nos fuimos al diario Clarín el día que tomamos la embajada esa vez que te agarraron en San Ponciano. ¿Te acuerdas Romerito? Después que le dijimos al gordo Cánepi que nos quedábamos y no salíamos hasta que no nos den un comunicado oficial de la embajada protestando por la detención de ustedes, salimos con Félix. En el diario no nos dieron pelota. El jefe de redacción nos empezó a aconsejar tal vez con buena intención, diciéndonos que no nos metamos, que esto era una dictadura y no sé cuantas cosas más. Le dijimos que si el no quería cubrir la primicia era su problema.
- ¿Por qué fueron al Clarín?- preguntó Julián
- Es que se supo que la publicación que salió en ese diario había sido pagada por Cánepi quien prácticamente nos entregaba a la policía diciendo que los del Centro de Estudiantes Peruanos éramos un nido de comunistas que “obedecíamos ordenes de Pekín y de Moscú”, así con esas letras. ¡Imagínate, en plena dictadura! De allí nos fuimos un poco descorazonados a tomar un café. Como antes de irme a estudiar había jugado al periodista en un diario de Lima, se me ocurrió llamar a la France Press. Les dije que la Embajada del Perú estaba tomada por los estudiantes y colgué. Eso fue suficiente. Cuando llegamos a la Avenida del Libertador donde está el local, había un tipo vestido con un impermeable que cubría la noticia por la ventana. A los diez minutos que terminó la entrevista con Jorge quien daba las informaciones, soltaron la noticia en un flash. Logramos escucharla en una radio portátil. A los cinco minutos vimos llegar una legión de periodistas, cámaras de televisión y hasta Sucesos Argentinos.
- Nosotros no sabíamos, pero parece que era la primera vez que se tomaba una embajada como medida de presión y fue una noticia mundial- agregó Marco.
- ¿La primera vez? Pucha, qué bacán – dijo Julián.
Bueno, que se sepa la primera vez que una embajada era ocupada en protesta por sus propios connacionales. Así y todo no era un método común. Con el tiempo fue otra cosa.
- ¿Y no tenían miedo?- repreguntó Julián.
- Espérate. No pasaron ni diez minutos y la policía y el Ejército rodearon la manzana con un despliegue anormal, incluso en esas épocas. Creo que se nos fue el miedo. Nos enrazamos en no salir hasta que se nos dé un documento en que también se nos garantizara nuestra libertad y nuestras vidas. Cánepi dejó de ser el intermediario. El trato lo reiniciamos con el mismo Embajador y los otros agregados. La comunicación con Lima parece que motivó una reunión urgente del Congreso de la República. Recién cerca de la medianoche nos entregaron el documento que llenó nuestras expectativas y abandonamos la embajada.
- Llovía a cántaros –acotó Marco. Caminamos gritando por las calles. En los kioscos nos sorprendieron las noticias de los diarios de la tarde con títulos de primera plana y nuestras fotos en la conferencia de prensa que dimos al final.
- ¿Fue con conferencia de prensa y todo?- preguntó Julián.
- Claro y cómo éramos novatos no se nos ocurrió cubrirnos el rostro. Eso nos valió que nuestras fotos ampliadas permanezcan en la sala de requisitorias del servicio de inteligencia de la policía y después sea la base de un seguimiento y la deportación del Chino Collantes a quien agarraron posteriormente en un mitin.
- Puta madre- dijo Julián- Y todo por nosotros. ¿Qué pasó después?-

- En la estación de Constitución encontramos a un grupo de estudiantes peruanos y argentinos que venían a darnos su apoyo. Cuando llegamos a La Plata nos recibieron como héroes. El Comedor Universitario permaneció abierto y compartimos celebrando con muchos estudiantes que nos esperaron. Así como con los cocineros que fuera de la hora de trabajo se quedaron para apoyarnos. Nos retiramos casi de madrugada.
- Que lindo hermano, y lo mejor que se arriesgaron por nosotros, en muchos casos sin conocernos. Eso es solidaridad. ¡La cuenta es mía!- dijo Julián con énfasis. Llamó al mozo y pidió otra botella de vino.
- Se te picó el diente – le dijo Enrique.
- Son los recuerdos, hermano- Ahora que el tiempo ha pasado y lo vemos del balcón la cosa parece fácil, pero lo que yo viví en el cuartel con Manuel Carranza y los otros, no se lo deseo a nadie. Nosotros éramos jóvenes sin experiencia, con un montón de ilusiones y de pronto, sientes que te van a aniquilar.
- ¿Qué pasó realmente? preguntó Enrique, intrigado- Algo me contó Manuel cuando fui a visitarlo al hospital. Estaba con hematuria y era bien parco, como si aún tuviera miedo.

- A Manuel le pegaron entre varios cuando derribó de una trompada al capitán. Después nos llevaron al patio del cuartel y nos amarraron a dos postes que estaban ubicados frente a una pared. Hicieron todo el show del simulacro de fusilamiento y cuando pensé que me liquidaban sentí el estampido de los balazos que impactaron en la pared a escasos centímetros de nuestras cabezas. Al rato escuché que otra vez un oficial gritó ¡Apunten! Y el pelotón hizo sonar nuevamente sus armas. No lo podía creer, quería llorar a gritos, pero me contuve para no darles gusto. Estaba tan tenso que ya deseaba que terminara todo, cualquiera fuera el resultado. Otro oficial que llegaba en ese momento les gritó: ¡Basta, carajo! ¡Para juego está bueno ya! ¡Desátenlos y a éste- señaló a Manuel que estaba todo ensangrentado- lo llevan a enfermería!

A mí me dejaron sentado en unas escalinatas del patio y cuando todos se fueron, me quedé llorando en silencio.
- ¿Qué pasó después?
- A los diez días nos liberaron. Nos amenazaron con desaparecernos si nos metíamos en política o hablábamos de lo que pasó en el cuartel.
- Qué hijos de puta- exclamó Marco.
- No todos- aclaró Julián-. Había soldados que con el correr de los días se hicieron amigos de nosotros.
- ¿Qué, amigos? , los milicos siempre fueron una mierda- le cortó Marco-¿Te acuerdas como los hacíamos caer de los caballos con las canicas?- preguntó dirigiéndose a Enrique.
- Ah, no sé, compadre, a mí esas vainas no me atraían mucho. Tenía otras cosas más importantes que hacer. Pero Julián en parte tiene razón, los colimbas, muchos eran gente como nosotros, estudiantes que hacían su servicio militar. Allá no es como aquí que sólo hacen el servicio los que no tienen padrino.
- Mujeres. Este desgraciado era un mujeriego de primera. Tenía pinta y era amable con las mujeres y eso parece que les gustaba- dijo Marco cambiando el tono.
- Yo también era amable y a mí no me daban pelota- protestó Julián.
- Es que tú has sido siempre feo y chato, Juliancito. Como decían los argentinos; “Todos los peruanos son iguales, morochos, petisos y con bigotes”, le dijo abrazándolo.
- Ya no me cochinees que no pago la cuenta. Además, ahora me sobran.
Julián llamó al mozo y le entregó una tarjeta exclusiva. Salieron del local y se dirigieron al auto.
- Oye ¿Y este cojudo por qué paga? Nos quiere impresionar con su tarjetita dorada. Pitucón El Chato- bromeó Quique- Les invito un par de chelas pero en otro lado.
- ¿Y la convención? preguntó Marco.
- Olvídate, mira el tiempo que no nos vemos. Podemos llegar a las conclusiones. Total, han quedado los delegados suplentes. Un par más y punto- insistió Enrique.
- Siempre la misma mentira criolla- dijo Marco – Esta bien pero que sean las últimas.
Recorrieron un gran trecho de la Costa Verde aspirando la brisa marina y mirando el atardecer. A la derecha estaban los restaurantes de madera, modestos y artesanalmente construidos, uno al lado del otro, con sus nombres estrafalarios pintados sobre sus dinteles y algunos homosexuales que ofrecían picarones y anticuchos. Ingresaron a “La naranja mecánica” y apenas tomaron asiento, Enrique pidió dos botellas de cerveza, anticuchos y pancitas.
- Para que no nos agarre el trago- dijo.
El sol aún brillaba dejando una estela roja en el cielo. Se escuchaba el ruido de ritmos musicales de los diferentes locales en forma desincronizada, lo que impelía a hablar más fuerte.
Fueron así pasando las horas entre tragos y mil recuerdos. Sólo bastaba que uno de los tres levantara la mano y con los dedos haga una V para que el mozo, solícito traiga más cerveza. Por momentos un poco por el alcohol, un poco por la nostalgia, los ojos se humedecieron. Siguieron libando y ya casi atardecía, cuando Julián sacó del saco una fina y elegante tarjeta, mostrándola.
- ¿Saben lo que es esto?- les preguntó sin disimulado orgullo- ¡Esto es lo máximo! – se contestó a sí mismo. Su amigo, su pata, su chochera, el ex-estudiante que se moría de hambre, el ahora médico y empresario de éxito, esta invitado a la que será la mejor fiesta del año. La más pituca de todas, donde estará la crem de la crem como decía mi viejo; embajadores, políticos, seguro que hasta El Chino, ¡No! El chino es una fija. Él y toda su familia, los magnates de la Toyota, de la Nissan y quien sabe que grandazos más.
- Este cojudo no cambia- Le dijo Enrique a Marco.
- Relaciones, amigos. Las relaciones son la clave del éxito y del dinero- continuó Julián sin soltar la tarjeta de las manos.
- ¿Nos la prestas? Le dijo Enrique entre amoscado y curioso.
-¿A ver esas manitas? ¿Están limpiecitas?- le respondió socarronamente Julián.
- ¡Pucha madre! Este tipo está cada vez más antipático- dijo Enrique casi arrebatándole la tarjeta.
La abrió y vio que se trataba de una invitación de la Embajada japonesa a la celebración del onomástico de su Emperador. Casi con indiferencia se la pasó a Marco. Este empezó a leerla lentamente, como si pensara cada una de las palabras que leía.
- ¿Y como sabes que irá toda esa gente que dices?- preguntó Marco tratando de darle a su pregunta un tono despreocupado.

- Pero como no voy a saber si el que me ha invitado es el agregado comercial de la propia Embajada, con quien la corporación de la que soy accionista y miembro de su directorio tiene negocios. Además el japonés es mi pata.
Marco volvió a pedirle la invitación exaltando el magnifico papel con el que había sido confeccionado y repasaba la lectura una y otra vez.
- Ya, manito, devuélvela que me la estás gastando- le dijo Julián, guardándola en el bolsillo. Llamó al mozo preguntándole si tenía pisco del bueno para un bajamar.

- Hay pisco, pero no sé si será del bueno- le contestó el mozo con increíble sinceridad.
- Creo que en mi carro tengo una botella y de pasada guardo el saco- dijo Julián levantándose.
Enrique miró hacia la costanera y lo vio con un leve tambaleo al caminar y luego fijó la mirada en Marco que parecía observar la inmensidad del mar.
- Hay que tomar esa Embajada- le dijo Marco a boca de jarro.
Lo dijo con una convicción que produjo escalofríos a Enrique.
- ¿Estas zampado?- le respondió.
- No. Te lo digo en serio. Como en los viejos tiempos. ¿Te imaginas todas las injusticias que podríamos subsanar con toda esa gente de rehén? Tendríamos al Perú y al mundo en nuestras manos.
- Estás borracho Marco y por lo que veo, no has cambiado nada, sigues siendo el mismo iluso de siempre- lo recriminó.- Las cosas ahora son diferentes.
- Tienes razón, Quique, ya estamos un poco viejos. ¿Pero sería lindo, no?- lo dijo con la voz algo trabada.
- Nunca te he visto tan borracho Marco, olvídate.
- Este es el mejor pisco del Perú. - dijo Julián que regresaba con la cara lavada con loción, con un penetrante olor a lavanda. Un par de copas de esto- dijo señalando la botella de pisco- y como nuevos.
- Creo que paramos- dijo Enrique- Marco se siente mal.
Marco había zambullido su cabeza entre sus brazos sobre la mesa y aparentaba dormir.
- ¿Están locos? ¿Y me van a despreciar este trago? Es un Biondi, cuñao. Es más, nos tomamos uno entre pecho y espalda y los invito a un zambullón en el mar.
Julián pidió cambio de vasos, se pusieron de pie y continuaron los brindis por todo lo que se les ocurría. Cuando el pisco ya llegaba a su fin, se quitaron los zapatos y las corbatas y caminaron hacia la orilla del mar. Allí terminaron de desvestirse, quedando en ropa interior. El sol ya se había ocultado en el horizonte y empezaron a prenderse las luces de neón. Corrieron embriagados de licor y amistad y se metieron en las frías aguas, gritando como locos, como en la época en la que se bañaban en el balneario de Punta Lara en el Río de la Plata y al mirar Enrique a Marco ebrio de alegría, recordó a Félix, ambos iguales, con ese idealismo de la juventud de los años sesenta, la ilusión y esperanza forjada por Fidel y el Che, los mensajes de Sartre, la música de Joan Baez y ese socialismo químicamente puro que no deseaban sea utopía y la frustración de no haber podido ver encaminada una sociedad mas justa. No pudo reprimir el pensamiento de imaginarlo con su uniforme verde olivo, con la misma sonrisa de hace treinta años, cuando pensaba que el mundo podía componerse tomando embajadas...



Toma de la Embajada Peruana en Buenos Aires
26 de agosto 1966

Un video de dicho acontecimiento historico puede verse aqui:
(colaboracion de Jorge Baca, editado por Jorge Moscol)